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» 04-08-2020 |
Es Platón, el gran creador de la metafísica el primero que denuncia que los pares de oposiciones (como simplificación de la realidad) son insuficientes para explicar la filosofía, la estética y el amor. a) La filosofía (amor a la sabiduría) mezcla las eternas oposiciones de saber y amor. “El saber debe constituirse como “amor del saber” o “saber del amor” y, más allá tanto del conocimiento sensible como de la episteme (saber), presentarse como filosofía, es decir, como intermedio entre la ciencia y la ignorancia, entre un tener y un no-tener” (Agamben 2017, 18); b) la estética se enzarza en la confusión de verdad y belleza, invisibilidad y apariencia, en un saber que no conoce y un placer que no goza, en definitiva otro saber y otro placer (terceros en discordia); y c) por último el amor (Eros) se presenta como estado intermedio entre el conocimiento y la ignorancia, itinerario que parte de lo sensible (la percepción de los sentidos, de la belleza corporal), llega a lo conocible (el concepto, la ciencia) y finalmente a lo inteligible (lo bello en sí, que no pertenece ni al cuerpo ni al concepto: la idea). Estos estados intermedios entre los polos de oposición metafísicos equivalen a garantizar el nexo (la unidad y al mismo tiempo la diferencia) entre la belleza y la verdad, la sabiduría y la ignorancia, lo más visible y la invisible evidencia de la idea.
Simplicio -en su comentario a Aristóteles “Acerca del cielo”, que configura el programa de las ciencias exactas- es quien configura el saber platónico como “salvar las apariencias”. Los astros errantes presentaban un movimiento aparente caótico pero profundamente bello. Se hacía necesario encontrar cuales son los movimientos regulares y perfectamente circulares que es necesario suponer para para salvar las apariencias que presentaban. En una palabra la Idea de esos movimientos. Entonces sería posible afirmar que se habían “salvado los fenómenos” (y no las apariencias). “La episteme (saber), de por sí, no puede sino “salvar las apariencias” en las relaciones matemáticas, sin pretender que agota el fenómeno en su belleza”. Debido a esto el nexo verdad-belleza constituye el centro de la teoría platónica de las ideas. La belleza no puede ser conocida, la verdad no puede ser vista: pero precisamente este entrelazamiento de una doble imposibilidad define la idea y la auténtica salvación de las apariencias que esta actúa en el “otro saber” de Eros” (Agamben, 2017, 17). “… el acto supremo del conocimiento está escindido de tal modo en verdad y belleza y no obstante resulta concebible solo en esta escisión (Agamben, 2017, 18).
En “Banquete” se atribuye a Eros la esfera de la adivinación (saber que no sabe). La adivinación era una forma de manía (saber que no podía como la episteme dar razón de sí y de los fenómenos pero concernía a eso que en ellos era simplemente signo y apariencia). Esta contraposición entre el saber de amor como manía y la episteme (saber) remite al intento platónico de instituir un saber distinto y una salvación de los fenómenos entre la invisibilidad de la evidencia (la verdad) y la evidencia de lo invisible (la belleza). Por otra parte la teoría platónica del amor no es solo la teoría de un saber distinto sino también la teoría de otro placer. Si el amor es deseo de poseer lo bello, y poseer el bello es ser felices y si finalmente amor es amor del saber, el problema del placer y el saber están estrechamente ligados. La fractura del conocimiento que Platón dejaba como legado a la cultura occidental, es por tanto, también una fractura del placer. Pero ambas fracturas que caracterizan de modo original la metafísica occidental , señalan hacia una dimensión intermedia, en la que se mantiene la figura de Eros asegurando la conciliación sin abolir la diferencia. Solo bajo esta perspectiva (la compleja herencia metafísica de la que está preñada la ciencia) es posible plantear el problema estético del gusto y la enigmática relación del conocimiento y el placer (Kant).
El desgarrado. Agosto 2020