» 04-09-2024

Monólogos 18. La libertad.

La libertad es un efecto colateral de la revolución francesa. No la libertad en sí, sino el concepto político de libertad y que puede definirse así:  la libertad es un estado material al que no solo se puede aspirar sino que se debe conquistar, pero no de cualquier manera sino -tal como lo escenificó Delacroix y lo canta Rigoberta Bandidni -“La libertad guiando al pueblo”-: serán los políticos los que nos la proporcionarán a cambio de un precio irrisorio: la esclavitud. ¡La esclavitud os hará libres! La libertad -como la igualdad, como la felicidad- no nos la proporcionará nadie porque no es una estación al final del camino sino una idea, una meta. un objetivo, una utopía. La libertad es el camino (dinámica) y no el objetivo (ser, sustancia). No pertenece a la ontología sino a un sistema de pensamiento postmetafísico del devenir que todavía no existe. Ya Heráclito se ahogo en aquel rio que era el mismo, y era otro. ¡Con el devenir no se juega! Como la zanahoria en el extremo del palo sujeto a la cabeza del pollino, es inalcanzable. Un engaño, una apariencia. Y por todo eso la adoran los políticos: porque su materialidad es verbal, se puede hablar de ella pero no se puede obtener. 

 

Pensamos (yo, por lo menos) que la revolución francesa inicia la contemporaneidad y clausura la modernidad. Así nos lo cuenta la clasificación que la historia hace de sus principales etapas. Sin embargo la revolución industrial -que marcaría el inicio de esa contemporaneidad “de iure”, de pleno derecho… es anterior. Es decir, mientras los burgueses se enfrentan con los aristócratas por el poder utilizando al pueblo como ariete, esos mismos burgueses ya están explotando vergonzosamente al pueblo (mujeres y niños incluidos), hacinándolos, contaminándolos y esclavizándolos. Que el concepto de libertad política nace retórico es un hecho. Y si así se produjo en los orígenes, llamadme suspicaz pero se me hace difícil confiar en unos burgueses que con tanto desparpajo manejan conceptos tan sensibles como la libertad. Como diría Serrat ¡Entre esos tipos y yo hay algo personal!

 

Libre no es un concepto absoluto, incondicionado, no-relativo. Se es libre en relación a algo o a alguien. Dios, antes de la creación, no era libre, pues estaba solo. Luego se resarció, despreocupándose absolutamente del mundo que había creado. Bien se puede decir que se liberó a más y mejor. Para evitar su responsabilidad se la adjudicó al propio objeto de su creación: al ser humano. Le llamó libre albedrío… aunque es evidente que era el pecado original. El ser humano nación con una deuda que no había personalmente contraído, pero sobre todo, nació en el seno de un concepto de libertad que era confuso. ¿Qué podía fallar? Entendiendo al pie de la letra el concepto, el ser humano comió del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal ¡le habían dicho disfruta, y lo hizo! Dios se cabreó y les cortó los privilegios, les avergonzó por su desnudez y les castigo a trabajar y a parir con esfuerzo y dolor. Pero lo peor no fue eso, sino que les dejó confusos respecto a que demonios (con perdón) era aquella libertad que podía ser interpretada de formas contradictorias, e incluso aplicada como castigo. Con el rabo entre las piernas (convenientemente adecentado por el  taparrabos) abandonaron el paraíso (el estado idílico anterior al pecado de libertad) condenados a trabajar y parir. El hombre echó la culpa a la mujer y la mujer a la serpiente (que Freud interpretó como el rabo del hombre). El reparto ecuánime de castigos  duró hasta que el hombre decidió que si bien él, no podía parir, la mujer bien podía trabajar. Esta es la Génesis y el resto es historia.

 

Se suele decir que la libertad de uno acaba donde empieza la libertad del otro. Si bien la fórmula respeta el carácter relativo de la libertad abre el melón de que la libertad es un juego de suma cero: la libertad que uno gana el otro la pierde, y de alguna manera, justifica que así sea. Aquello desató la guerra. Por razones difíciles de entender todos querían toda la libertad para sí y la esclavitud para el otro. Se le podría llamar dominación. Evidentemente aquello atentaba contra la igualdad que proponía que se repartiera la libertad entre ambos de forma simétrica. Libertad e igualdad estaban irremisiblemente unidas. Pero que todas la libertades fueran iguales, no era conmutativa: no todas las igualdades eran libres. La igualdad podía ser impuesta, por lo tanto la igualdad no era libre. Aquello era un problema y la humanidad -siempre lista a solucionar cualquier problema- decidió tomar por el camino de en medio y dar libertad a la igualdad: cada uno podía aplicar la igualdad como quisiera. Todo conducía a la dominación e interpretando que dios por fin había hablado, se había manifestado, la humanidad se entregó a lo dominación desigualitaria y libre: todos contra todos. Y así los encontró Hobbes: lobotomizados, es decir comportándose como lobos los unos con los otros. Tras una breve reunión con Maquiavelo decidieron que el poder absoluto era la solución. Aunque con diferentes nombre (como democracia) la cosa sigue igual.

 

Y solo puedo añadir que… este cuento se acabó.

 

El desgarrado. Septiembre 2024.




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