» 19-08-2024

Monólogos 2. La mosca y la evolución.

Un científico es alguien que está preocupado por la evolución de las especies, la estructura de la materia o la  organización social de los hotentotes, mientras en la calle se están matando por la libertad, por la igualdad o por ambas. Es envidiable. Por una parte ser hiperarbóreo, vivir por encima de lo terrenal. Por otra parte ser alternativista: encontrar el problema del precio del pan en la sociopolítica  del mercado y no en el hambre. A veces me levanto de la cama científico y me digo: “Hoy voy a pensar a lo grande. ¡Que le den a los problemas cotidianos! ¡Fucking el síndrome de fin de mes, viva la teoría económica!” El otro día -sin ir más lejos- me levanté con la mosca en la oreja: ¿se ha acabado la evolución? “Al paso que llevamos, si no se ha acabado, se acabará a la vuelta de la esquina, a manos de los esquilmadores y los explotadores” pensaréis. Pero lo que quiero decir es ¿Es el homo sapiens el culmen de la evolución, el punto final? 

 

La cosa tiene miga porque si no es así, en algún sitio está gestándose una especie que nos sustituirá como alternativa a ocupar el podio. ¿Cuál será. Las cucarachas, las ratas, los delfines. Los simios como en el planeta de los idem?

Es imposible predecirlo porque la evolución no es partidaria de dar pistas. La inteligencia no es el único camino (los políticos lo saben). Pongamos el caso de la mosca. Seguro que piensa -a su manera- que la reina de la evolución es ella. Vuela con dos únicas alas (y no sobre un aparato que pesa mucho más que el aire y que consume por ello miles de litros de combustible), tiene una velocidad de reacción fulminante (como demuestran cotidianamente, obligándonos a manotear como lerdos), comen mierda (como nosotros, pero ellas no la fabrican para ello), son sociables, afables y cariñosas (pesadas dicen algunos, pero no más que una madre con la rebequita o un padre con los estudios), se adaptan a la perfección al medio:  hibernado en forma de huevos cuando el clima no es propicio (le echan huevos) y han colonizado casi todo el mundo. Incluso existen moscas especializadas en cojones, sea lo que se lo que eso signifique.

 

Cuando las musarañas sustituyeron a los dinosaurios (¡Sí, sí: las musarañas. Por eso los estudiantes cuando se distraen recaen en ellas. Porque piensan una alternativa, a tener que estudiar para convertirse en reyes de la creación!). La senda de la inteligencia ya estaba marcada y los mamíferos no hicieron sino seguirla (pero también la siguieron las aves y no con los mismos resultados). Pero vuelan, ¡que no es poco!. Parece que la senda de la cefalización es la correcta pero ¿quién sabe? Caben otras posibilidades… si la inteligencia hubiera tocado fondo, demostrando que no estaba lista. ¿Quizás una especie más sensible, emotiva o sentimental. Quizás a partir de los bonobos que son matriarcales y que dirimen sus diferencias con el sexo. ¡Buenos se iban a poner los sacerdotes y cuando en el Parlamento vieran que se ponían a joder para llegar a un acuerdo! ¡Entre ellos -quiero decir- no a joder a los ciudadanos… que de eso ya sabemos que saben! Sería una especie inmoral y eso promete mucho. La promesa de un mundo sin agresión y hedonista. ¡El sueño de un salido! Ya no tendrían que estudiarse en las escuelas las mejores maneras de matar y la construcción de las armas más efectivas. Los niños no pensarían en el sexo porque vivirían inmerso en él… y porque pensar no tendría sentido. Un pornomundo. Pero el sexo ya no sería lo mismo. Sería como razonar para resolver un problema. Quizás entonces pensar se convirtiera en indecente. ¿Quién sabe?

 

Que pensar no es necesario para vivir, lo ha demostrado nuestra especie una y otra vez. Viviendo la cotidianidad, haciendo la guerra, permitiendo que los políticos -ajenos al pensamiento- tomaran el poder, estructurando nuestra sociedad en torno a la competencia en vez de en torno a la colaboración, en torno al dinero, obsesionándonos con la riqueza, el sexo y el rock and roll (aunque sea una redundancia). Un obrero es un ser humano obligado a no pensar. Incluso puede ser severamente castigado por ello. Somos una especie inteligente pero solamente ejercen unos pocos. Los demás (sobre)vivimos, sin más. Lo de llamarnos “homo sapiens” fue pasarse tres pueblos -tamaño L’Hospitalet- llamando a la cosas por su nombre, nuestra especie no piensa: piensan unos pocos y no son bien pagados por ello. Por lo tanto no es necesario pensar para continuar la evolución. Quien sabe si no nos iría mejor si fuéramos más emotivos o sentimentales, más empáticos, generosos, solidarios. Pero para eso haría falta que nadie pensara, porque si alguien lo hacía, se aprovecharía inmediatamente de lo que a todas luces le parecería la estupidez del género humano. Pensar sería una enfermedad mental. 

 

Otra oportunidad sería si en vez de pensar jugáramos. Todos los animales utilizan el juego como medio de aprendizaje: prueba y error. A juzgar por como aprenden los niños en la era informática ya hemos llegado a ese estadio. Los ordenadores y gadget electróncos ya no llevan manuales. El manual era un logro del homo sapiens: se transmitía el saber mediante la escritura. Ahora se deja a su capacidad de juego el alcanzar ese conocimiento. Los descerebrados se juegan la vida, los jugadores la hacienda, los brokers juegan a la bolsa, para los sajones, jugar es lo mismo que interpretar un papel, tocar un instrumento, hacer funcionar un aparato… ellos ya han iniciado el cambio. Si la vida fuera un juego todo sería más placentero. Las guerras se podrían decidir a los dados y la especulación al monopoly, los políticos jugarían al mentiroso y los futbolistas al futbolín (al fútbol  no se le puede llamar juego y menos aún de las lineas de demarcación hacia afuera. Todos seríamos niños eternos, Peterpanes. Nada sería serio; todo sería relajado, informal. Aunque lo antropormizado no tendríamos que ser humanos. podríamos ser delfines, osos pandas, gatos. o haber evolucionado de ellos. O quizás moscas. Sin seres humanos seríamos lo más.  

 

El desgarrado. Agosto 2024.




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