» 29-08-2024 |
-¡Hola! Me llamo Eduardo y soy melancólico… de juventud.
-¡Hola Eduardo!- contestaron el corro de melancólicos anónimos. Eduardo, aclarándose la voz, empezó su discurso
-Hace ya cinco años que que lucho contra la vejez y de momento voy perdiendo. No alarmaros. Lo digo en el sentido de que no logro vencerla. En el sentido de acumularla, soy un crack. Perdiendo facultades y ganando años. Es decir: empate. Cero grados: ni frío ni calor. Añoro los años en los que era joven, cuando no conocía este desvarío que me domina, que marca mi futuro: soy vejhistérico. Recuerdo cuando era niño y no tenía otro afán que ser mayor. ¡Cuando seas padre comerás huevo! me decía mi madre en plan sabio, y mi padre en plan envidioso. Fue la única vez que se pusieron de acuerdo. A mi costa. Pero yo no lo entendía. Solamente era capaz de ver que los mayores (digámoslo así) cortaban el bacalao y yo me sorbía los mocos. Dinero, casa, coche, sexo. Eso era de lo que me excluían los que no me dejaba ser mayor. El que dice que la infancia es una etapa feliz, miente. La felicidad no se mide por lo que ignoras, o por lo de lo que careces, o por tener la memoria de un pez, sino por lo que colma tus deseos. Y mis deseos eran ser mayor. Ladinamente los mayores -en un contubernio olímpico- nunca decían que tenía de malo ser mayor, mientras te azuzaban a que estudiaras, hicieras deportes de élite, consiguieras premios académicos, te atiborraras de comida basura o estuvieras lo más desinformado posible sobre el sexo. Creo que me envidiaban (y sinceramente no sé por qué: ¡Ellos eran mayores!). Ellos ya habían pasado al otro lado del espejo y sabían que contra más desinformado estás, mejor para ti. Los políticos también lo saben, pero es porque los políticos son mayores. Los mayores… Bueno dejémoslo.
Pero yo ansiaba ese conocimiento que presumía total: Dinero, casa, coche, sexo. Yo quería ser mayor y entendía que ser mayor era un absoluto: contra más mayor, mejor. Tampoco hubiera sido tan difícil que alguien me hubiera abierto los ojos: (voz de Godrum): “ser mayor es es opositar a viejo”, es como la última copa: viene sola. Pero como tampoco me dejaban beber, pues tampoco me enteraba. ¡Qué gran idea prohibir el alcohol a los menores! Dentro de cada casa hay tanto alcohol que solo se dan cuenta que te lo estás pimplando si haces un macrobotellón (anuncios en las redes incluidos). Entonces, atan cabos y dicen: “¡juraría que había comprado doce botellas de ginebra… y no queda ninguna. Deberíamos hacer como los niños: no beber!” Inteligente… no es lo mismo que mayor (la experiencia está sobrevalorada). Cuando era muy pequeño -diminuto- admiraba a mis padres: me parecían superhéroes. Luego fui accediendo a la razón. ¡Y no hablemos de dinero! Eran unos prigados, pobres de solemnidad. Eran bastante penosos. A todos los niveles: inteligencia, memoria y voluntad. Yo se por qué todos los niños fantasean con ser adoptados. ¡Son tan inútiles que no saben manejar la Play. Juegan a juegos antidiluvianos como el de las llaves o al corre corre que te pillo… maciza. El otro día mi padre me dijo que donde estaban las instrucciones del móvil. ¡las instrucciones no las pone el fabricante. Las pones tú! O te buscas un tutorial en Internet. Y además están escritas en español antiguo.
Hoy la juventud cotiza al alza: ¡Qué grande ser joven! dice la publicidad. Aquello de que la juventud es una enfermedad que se cura con la edad ya no es de recibo. Un matemático debe ser menor de treinta años o habrá perdido el tren de la fama. Un deportista acaba su periplo profesional a los 35 años. La maternidad a partir de los cuarenta es un deporte de riesgo. Los trabajos más comunes se prolongan hasta los 65 años (¡y subiendo!). Solamente los eméritos (reyes incluidos) prolongan su ejercicio (laboral, docente, explotacional) hasta la muerte. Entonces ¿por qué los jóvenes no tienen trabajo tras haberse esforzado en ser la generación mejor preparada de la historia? ¿Por qué es imposible fundar una familia antes de los cuarenta? A todas esas contradicciones solo se puede argüir como nos enseñó Rato: ¡es el mercado amigo. Es el mercado! El capitalismo se asienta en unas pocas verdades cuasi-evidentes (axiomas): 1) El dinero da la felicidad… a través del consumo. 2) Todo el mundo puede ser millonario (si se esfuerza en competir a cara de perro), es decir, puede ser feliz. 3) Consumir es una profesión que requiere un profundo aprendizaje: publicidad (las necesidades se crean), entrenamiento (hay que empezar muy joven), tenacidad (no hay felicidad fuera del consumo), escolaridad (los valores del consumo pueden y deben ser imbuidos).
El sistema -por lo demás sin tacha- tiene un pequeño defecto: si los recursos son limitados no todo el mundo puede poseer todos los recursos, por lo tanto no todo el mundo puede ser millonario. El capitalismo ha resuelto este “defectillo” mediante la deuda: la multiplicación de los recursos por la manipulación del tiempo: ¡gaste hoy lo que ganará mañana! Los economistas calculan que el capital virtual circulante es cuatro o cinco veces mayor que el real (la riqueza de un mundo, un país, una clase, o una familia), es decir los recursos disponibles. La deuda requiere unos prestamistas -que cobran unos intereses como precio del capital- y los prestamistas (como tantas veces hemos visto en las películas), si no pagas, te parten las piernas. Se llama crisis y se produce cuando los prestamistas barruntan que no van a poder cobrar, tal como van las cosas… y cierran el grifo, que -como la deuda se paga con más deuda- interrumpe el sistema. Las crisis reducen los salarios y las prestaciones sociales y aumentan -consiguientemente- los márgenes de beneficio. Los deudores pueden pagar sus deudas, los prestamistas cobran y vuelven a prestar y el sistema se resetea. Evidentemente los últimos eslabones de la cadena (las familias) no pueden hacer frente a la deuda y pierden sus bienes (más los intereses pagados). El precio de la crisis (el reseteado del sistema de endeudamiento como sistema de creación virtual de riqueza) será pagado íntegramente por los trabajadores (con la reducción de sus salarios) y las familias (con la reducción de sus prestaciones sociales y la expropiación de los bienes en proceso de adquisición). ¡Y este es el tinglado de la antigua farsa!
Y una vez aclarado el enaltecimiento sin medida de la juventud, volvamos al tema que nos ocupa: la vejez, la ausencia de juventud. Para entendernos: viejo eres cuando se te acaba la garantía, cuando ya no encuentran piezas de recambio para los estropicios causados por el uso -quizás abuso-: lo que se estropea no se arregla -como en la juventud- sino que se queda estropeado para los restos (le llaman enfermedades crónicas). Entonces la sociedad en general y tus allegados en particular dictan sentencia: ¡estás amortizado! Se te ha exprimido todo el jugo, se te ha ordeñado hasta la extenuación, pasas a la categoría de juguete roto. No ves, no oyes, no entiendes, no comprendes la realidad, estás excluido del tejido social, eres un trasto viejo. Tu experiencia no sirve porque corresponde a un mundo antidiluviano en el que la modernidad no existía, un mundo analógico que está bien para el cine pero que ya no tiene sentido… un mundo sin teléfonos móviles ni redes sociales. Evidentemente si ya no se te puede sacar nada -en un mundo que vales por lo que puedes ser explotado, no vales para nada. Excepto la pensión (que como ya no tienes necesidades puedes compartir con tus familiares. ¡Al fin y al cabo todo es seguridad social!); tu tiempo libre -que como te sobra puedes compartir con tus familiares haciendo de canguro de nietos y recadero de adultos; y -si tienes unos ahorros-, de blanco privilegiado de estafadores, vendedores de almohadas/ regadores de jamones, y financieros siempre dispuestos a meterte la mano en el bolsillo.
Hubo un tiempo en que la experiencia era un grado. El sistema de prueba y error aumentaba el acervo de conocimientos que podía aplicarse en situaciones semejantes a las que las originaron. Pero ese tiempo se acabó. Ahora los tiempos cambian tan rápido que la experiencia se torna obsoleta en plazos tan cortos que resulta inservible. Aquellos senados (de senior) y consejos de ancianos, ya no tienen sentido. El saber se renueva exponencialmente y ya no cabe en la memoria. Ya no vale más el diablo por viejo que por diablo. Faltos de vigor físico y de saber los viejos no son aprovechables excepto en los limitados campos de su riqueza (la pensión, los ahorros), su tiempo libre y su vulnerabilidad a los acosadores y estafadores. La pensión no solo la codician sus allegados sino que el Estado también la anhela. ¿Cuantas mordidas y corruptelas se podrían ampliar con ese despilfarro que supone mantener a un ser vivo deteriorado, amortizado, inútil? Los japoneses exportan a sus ancianos a Australia porque en su patria no caben. Los deportan. Ellos que colaboraron a crearla con su fuerza de trabajo-incluso por las armas- y ahora sobran, molestan, ocupan espacio vital para los jóvenes. No se por qué nos duele tanto la “España vaciada” Podría reciclarse al mayor geriátrico jamás imaginado. Incluso se podrían invertir las energías que ahora gastan en pasear o en físioculturizarse en producir alimentos, o accesorios para mercadillos hippies. Sin contar que los más gorditos (alimentados concienzuda y permanentemente con comida basura hasta cebarlos) serían una fuente importante de jabón, devolviendo así algo de lo mucho que la sociedad les ha dado. ¡Pero los muy egoístas, seguro que no colaboran!
En la era del reciclaje despreciar esta fuente no tiene sentido. Reivindico desde esta humilde tribuna la desamortización de los ancianos. La palabra es ofensiva denotando la mala conciencia de los que la usan. Como en el caso de las letrinas, comunas, WC, baño (?), aliviadero (rest room), retretes, servicio, mingitorios, urinarios, lavabos, etc. el nombre debe ser cambiado en cuanto adquiere connotaciones despreciativas, en un ejercicio de matar al mensajero (la palabra) para salvar al contenido (el concepto). Propongo -ya que no se vislumbra alternativa alguna a su amortización por restauración- que se aproveche la energía despilfarrada en paseos y máquinas gimnásticas para producir electricidad, al modo como los burros energizaban las norias. El reciclado de la España vaciada en supergeriátrico, incluida la redención de penas por el trabajo de hortera. El turismo geriátrico ¡Muera en España! Los costosos enterramientos, funerales y velatorios pueden ser sustituidos por productivas fábricas de jabón en las que aprovechemos hasta el último oligoelemento todavía aprovechable. Propongo también que se regule el trabajo de canguro, acompañalcolegio, recadero senil, etc. de modo que -mediante su oportuna sindicación y regulación- se incluyan todas estas labores en el tejido productivo, devengando sus correspondientes impuestos. ¡A ver si así se ayudan a financiar su costosa pensión! ¡Qué ya está bien de vagos subvencionados por el Gobierno! Por un Estado más eficiente: ¡desamorticemos a los viejos!
El desgarrado. Agosto 2024.