» 31-08-2024 |
Parece evidente que la televisión debe incluirse junto con el cine y quizá con otras manifestaciones informativas menos mediáticas en un apartado en el que predomina esta última característica. Sin embargo el cine -tras un detenido análisis- parece más sensato incluirlo -con la literatura- en lo que podríamos llamar los relatos y al que se podría añadir el vídeo arte, la retórica y otras manifestaciones. ¿En donde deberíamos entonces incluir la televisión? Me inclina a pensar que entre los espectáculos de variedades (musicales, acrobáticos, circenses, etc.). El término variedades se ajusta especialmente bien a la televisión en la que pueden combinarse, noticiarios, deportes, musicales, concursos, humor, series, teatro, cine, documentales, talk shows y todo tipo de variedades, a los que en los últimos tiempos se han añadido los docudramas, los reality shows, el humor amarillo, etc. ¿Qué tienen en común todos estos formatos? El espectáculo. Si bien los noticiarios y los deportes, no participaban originalmente del concepto de espectáculo con el tiempo han sido absorbidos por el mismo. La televisión ha sufrido una transformación de manos de la dramatización, de la estelarización y de la espectacularización, que ha convertido todos sus formatos en espectáculos non stop. La caja tonta ha resultado ser la caja de la risa tonta, del entretenimiento sin sustancia. Y sin embargo tiene un gran poder de seducción como demuestra el hecho de que un monólogo como este -que la denigra- pueda ser consentido porque: nadie se lo va a creer.
Como todo en este mundo ávido de novedades, la televisión levantó grandes expectativas en el momento de su aparición. Se pensó que podría abrir nuevas vías a la información y la cultura, lo que redundaría en una mejora de la vida de la humanidad. Pero pronto se abrió paso la opinión contraria, y no sin causas fundadas: la televisión era la caja tonta. La cultura de masas, en todo lo que de malo tenía (Adorno), vino a anidar en el nuevo medio. Eco se opuso a esta interpretación, destacando el aspecto intelectual, amable, culturizador del medio. Pero poco a poco se impuso la cruda realidad. La dramatización, la espectacularización, y la estelarización, convirtieron el nuevo medio en un espectáculo estelar dramatizado. No se libraron ni los informativos ni los deportes. Todo podía ser espectáculo: cientos de cámaras, decorados virtuales, etc. Los docudramas convertían la realidad en ficción para ser tomada como realidad. La intimidad se convirtió en espectáculo y el ridículo fue su medio de expresión. A cambio de dinero los ciudadanos estaban dispuestos hacer el payaso. La otra cara de esta moneda era la manipulación. Tal como Orwel describió en su "Gran Hermano” la televisión era el gran medio de vigilancia, control y manipulación de la opinión. Los políticos tomaron por asalto el medio para conseguir sus fines. Asalariaron periodistas y la convirtieron en órgano de propaganda. En su aspecto informativo la televisión presentaba presunción de veracidad (Una gran empresa no puede mentir. O dicho de otra manera: la mentira tiene las patas muy cortas) reforzado por la propia presunción de veracidad de las autoridades públicas. ¿Qué podía fallar? Cada escalón institucional se proveyó de su órgano de intoxicación, comunicación, y control.
Pero las medicinas amargas se deben disimular con caramelo y la manipulación se envolvió en el dulzor ñoño del espectáculo. Pensar es agotador. ¿Alguno de ustedes lo ha probado? No, verdad. No llegamos a casa cansados de pelear cada céntimo del sueldo para sumergirnos en los problemas de los demás, sino para descansar, y ese descanso de la mente -rayano en el encefalograma plano- es el vehículo de una manipulación monstruosa (por lo menos hasta que llegaron las redes sociales). La violencia nos insensibiliza así como las atrocidades convertidas en espectáculo. Cuando llega la violencia institucional (cargas policiales, expulsión de emigrantes, pena de muerte, torturas, guerras) ya estamos encallecidos. La injusticia solo puede ceder ante los justicieros solitarios, asociales, superhombres, al margen de la ley. No existe otra justicia. No, desde luego por parte de los jueces -sentados sobre la injusticia- que son capaces de bloquearla para conservar su poltrona de poder e influencia. ¡Por un puñado de dólares!
La evolución del cine en coexistencia con la TV es expresiva de la situación. A principios de siglo el cine y la TV se repartieron los contenidos cinematográficos. La gran pantalla se quedó con el espectáculo, los efectos especiales, la gran tecnología, las grandes estrellas, la épica y la epopeya de las superproducciones, y la TV se quedó con los grandes (y pequeños) relatos, (no solo en calidad sino también en duración), los guiones intensos, las historias emotivas y ejemplares, intimistas, filmadas en primeros planos con emociones bien marcadas y decorados indecorosos. La estructura del telefilme (por entregas) superpone una historia capitular (que empieza y acaba en un capítulo) con otra de largo recorrido que afecta a la serie completa. Pero las diferencias tecnológicas se fueron reduciendo. Las pantallas de TV crecían y crecían, anunciando que los grandes escenarios y los efectos especiales también cabían en la pequeña (pero pujante) pantalla. Y en ese momento aparecieron las plataformas que cambian el panorama de la financiación. De pronto todas las productoras locales reciben dinero ya que las plataformas apuestan por la producción local. El mercado se llena de producciones de países que nunca habían accedido a los grandes circuitos. Por una parte esos países reciben productos locales adaptados a su idiosincracia y con sus actores favoritos, por otro, las producciones que sobresalen, son exportadas internacionalmente a todos los países de la plataforma. La tradicional división espectáculo/contenido estalla en mil pedazos. La espectacularización hace su aparición en la producción local y la estelarización desaparece de la TV internacional. El cine independiente (que nunca renunció a la dramatización), se consolida como una tercera opción.
El cine (las teleseries) en TV era tradicionalmente un cine de productor… tras largos años de cine de director en la gran pantalla. Las teleseries no necesitan la firma de un director único sino la impronta de un productor, creador de contenidos ganadores, y que asegure la continuidad y coherencia de la serie… interviniendo en los guiones. Cualquier director puede rellenar los huecos de una historia que le supera. Lorry, lanza tres series que cambian el panorama: “Dos hombres y medio”, “Big Bang” y “Mum”. Humor a raudales en situaciones cambiantes, una definición de los personajes hasta en los mínimos detalles (por ejemplo el vestuario) y unos guiones bien construidos definen sus teleseries. Aaron Sorkin es su equivalente en las series dramáticas: “El ala este de la Casa Blanca”, “The newsroom”, “Sports night”J.J. Y Readly Scott funda con su hermano Tony “Scottfree” con la que produce: “Numbers”, “The good Wife”, “The good fight”, “The Man in the high castle”. En su caso el peso del director (ambos hermanos) es mayor que en otros casos y colaboran con otros creadores de contenidos. Hoy se puede decir que el cine de la gran pantalla y el de la TV son géneros diferentes pero convergentes. La serie “Sr. y Sra. Smith” luce decorados suntuosos y efectos especiales como si de una película de la gran pantalla se tratara. Y esa convergencia supondrá el fin del cine tal como lo hemos conocido. La TV se quedará con los dos formatos. La guerra por la audiencia (por la publicidad) se desplazara a la contienda con las redes sociales y los contenidos emitidos por internet.
El desgarrado. Agosto 2024.