» 24-07-2019 |
Yaya por delante que no soy filósofo, si ello significa una profesión, y vaya por delante también que mi alcoholismo -absolutamente demostrado en el control político-médico- es un alcoholismo moderado dentro de la razonabilidad cotidiana. Pero soy al fin, un poco filósofo y un poco alcohólico. Sabemos de los filósofos que fueron sifilíticos, locos, nazis, drogadictos (desde Freud a Quincey), dogmáticos. etc. pero nada se nos dice sobre que apreciaran una cotidianidad con el alcohol. El alcohol era amigo de los artistas. Modigliani tenía ataques de delirium tremens espectaculares. La absenta hizo estragos en el Montmartre del postimpresionismo. Pero no es el tema. Porque de lo que quiero hablaros es de la reflexión, y no se reflexiona en cualquier sitio.
Si estoy en casa, en el despacho, en el estudio… leo. Es como si tuviera miedo a la reflexión (el miedo a la creación). Para reflexionar (dar vueltas a las cosas) necesito un sitio donde los imputs sean múltiples y donde no tenga libros: el bar. Así de simple. Yo reflexiono en el bar. Mientras los demás beben, comen, alternan, yo reflexiono. Podría tomarme un agua pero no lo hago. Me tomo un gintónic. Pienso que pensar (devanarse los sesos) necesita un punto de locura, que reflexionar es unir cosas que, en principio no tienen ilación. Pensar es atar cabos que no parecían destinados a ser unidos, y ahí se necesita un punto de locura. Me diréis ¿como lo hacía Kant? Paseando. Yo creo que Kant, como tantos otros grandes, llevaban el punto de locura de nacimiento, de origen. Habían nacido para descolocar las cosas. El punto de locura que a mi me da el alcohol a ellos les venía de fábrica.
Porque pensar (con la intención de cambiar las cosas) tiene un punto de locura. Lo de menos es si ese primer impulso viene de una deficiencia, de un apoyo o de una iluminación. Lo realmente importante es que haya una inconformidad entre lo que vives y lo que piensas. ¡No me neguéis la habilidad. He cambiado el alcoholismo por la inconformidad! Pero tampoco es tan descabellado. El alcohol, como factor de disenso, creador de paraísos artificiales, no deja de ser una forma de inconformidad. Lo diré alto y claro: lo importante es la inconformidad y no cómo se consigue. No sabemos por qué Kant estaba disconforme. Intuimos por qué Nietzsche estaba disconforme. Nos es ajeno por qué Schopenhauer estaba disconforme, pero su disenso es evidente… y fructífero. Quizás el pensamiento crítico es una enfermedad (en lo que coincidirían todo los políticos) pero ocurre y es positivo.
Una mente bajo los efectos del alcohol es una mente excitada, una mente abierta a todas las conexiones. Evidentemente “mente” es imprescindible y “alcohólica” es accesorio. Se puede sustituir por miles de otra opciones. Pero tampoco es desdeñable. Quede claro que no estoy proponiendo el alcoholismo como mecanismo de pensamiento. A veces la mente necesita estados excitados para encontrar conexiones maravillosas. Si el alcoholismo no tuviera las implicaciones morales (como no las tenía la morfina cuando Freud experimentaba con ella) que tiene, no tendríamos que hablar de esto. La pregunta es ¿vale todo para excitar la creatividad? ¿Existiría la publicidad o la bolsa sin los complementos de la cocaína y el hachís? Lo dudo. Nos hemos vuelto muy puritanos. Para los USAnos el alcohol ni siquiera es un excitante. Es una mediador social. Beben por beber de la mañana a la noche. ¡Así les está costando introducir el vino como bebida glamourosa y femenina! Para ellos beber es como ponerse una inyección, como tomarse una pastilla. ¡A palo seco!
El proceso es muy simple. Primero se ponen unos límites al alcohol absolutamente ridículos, con el fin de salvar el culo de la autoridad del tráfico (la culpa es de los conductores y no de la autoridad). Después se extrapola al resto de la sociedad: ¡dos copas bordean la delincuencia! y finalmente se establece una eximencia para los políticos autores de las leyes que son pillados en bragas. ¡Así funciona el poder! La ley del embudo. Recuerdo un político borracho como una cuba que mató a un inocente en la carretera no sin antes acabar con su propia vida. Solo hubo parabienes. No se cuestionó lo que se hubiera cuestionado en el caso de un ciudadano de a pié: el asesinato por imprudencia. El alcohol tiene un doble rasero: el de la ley del embudo.
No estoy hablando de drogas (aunque las leyes conviertan en criminales a simples usuarios). A juzgar por los rastros de cocaína que se encuentran en los billetes (usados como trampolines) muchos españoles esnifan. Como no son los obreros tengo que pensar que son los pudientes y sobre todo los políticos que ¡pobrecitos! están muy estresados. En el bar del Congreso les venden gintónics a mitad de precio. ¿Les venden también farlopa? y sobre todo ¿a qué precio? porque podrían ser dos delito y no uno. A Rato le han subido la petición de pena. Cuando sales del circuito está listo. Dentro: nada. Fuera: todo. Como nunca les juzgan por todos los delitos no pueden desmelanerse y largar. Abandonados y jodidos. ¡Siempre nos quedará el indulto! Otra razón para que se constituya un gobierno de izquierdas… o no. Mientras, seguiré bebiendo y reflexionando mientras admiro el devenir de la vida. Eso sí. Sin acercarme a armas como el automóvil o la promulgación de leyes, ambas nocivas.
El desgarrado. Julio 2019.