» 18-10-2019 |
La metafísica basó su eficacia durante 25 siglos en los pares de oposiciones material/espiritual, cuantitativo/cualitativo, verdad/falsedad, igual/desigual, etc. Esa división maniquea (bien/mal) caló positivamente en las posiciones sociales, éticas, políticas, etc. hasta el punto que la oposición verdad/falsedad se puede resumir en verdad/…lo otro. Somos metafísicos y somos maniqueos, no podemos evitarlo. La posmodernidad acabó con la metafísica aprovechando la aparición de la cibernética digital. Estamos en otro paradigma pero ¿cuanto tiempo seremos esclavos del paradigma metafísico, aunque sea como residuo? Me temo que mucho y la prueba es lo que pasa en Barcelona. Una de esas oposiciones es dependencia/independencia, oposición que esconde las dos grandes zanahorias ideológicas de estos 25 siglos: la libertad y la igualdad. ¡Ahí es nada!
Si la igualdad es una simple forma de simplificar el mundo (la igualdad es una, y las desigualdades infinitas, pienso en las matemáticas) es también el enemigo directo de la dominación (esa compañera del género humano en toda su historia). Era pues una forma de entender el mundo simplificándolo… pero con la oposición de todo el que optaba a la dominación. Otro es el caso de la libertad. La libertad no existe, es una aspiración, una asíntota, una quimera. La libertad es una idea individual que en sociedad no tiene sentido (la libertad de uno es la falta de libertad del vecino). Es la utopía perfecta para mover masas. Lo inalcanzable, lo imposible. Pero en una sociedad asfixiada por la dominación la libertad parecía la oposición evidente. No es verdad. La dominación tiene que ver con la igualdad y no con la libertad, pero la cosa podía colar y coló. Todo el que no domina, es dominado. En metafísica los pares de oposiciones son siempre excluyentes. Y la libertad se convirtió en la necesidad de sacudirse la dominación. En algo mucho más importante que la igualdad.
Vivimos en un mundo profundamente desigual. Stiglizt lo denunció en sus libros y advirtió que era una bomba de relojería. Hemos sabido que los 400 más ricos de EUA pagan menos (1,5% menos) que la fracción enclavada entre los 50% más pobres. Nadie ha reaccionado. Si hubiéramos dicho que uno de esos cuatrocientos tenía una esclava, haciendo hicapié en la libertad y no en la dominación (igualdad) hubiera habido otro “me too”. La desigualdad nos parece algo transitorio (antes o después llegaremos a ese nivel), sin embargo la libertad es inalienable. Los independentistas no son libres, porque España los esclaviza. No pueden fijarse en la igualdad porque saben que son superiores a los españoles. En renta, el laboriosidad, en inteligencia, en honradez, en genio artístico, en políticos honestos… en todo. Por lo tanto solo pueden quejarse de lo que no tienen: libertad, independencia. Pero esa dependencia debe ser argumentada. Y eso necesita alguien interesado en argumentarlo: el político.
La argumentación, cómo no, es la dominación. España nos explota. Dominación que viene de lejos porque Catalunya es una nación histórica, más antigua que España. Los catalanes ocuparon sus territorios (lo del territorio es importante) desde el principio de los tiempos. En ellos desarrollaron su historia, su lengua y sus tradiciones. Ya tenemos el germen de una nación: territorio, lengua, cultura, tradición, historia. ¡Som una nació! A partir de aquí hay que evidenciar la dependencia. España nos domina, nos roba, se aprovecha de nosotros, nos mangonea, cuando debería tratarnos como a un igual. Pero estas evidencias no bastan, hace falta un caudillo, un líder, alguien que dirija la revuelta. En 2007 se presentó la ocasión propicia. Los políticos catalanes había efectuado recortes incluso mayores que los que se había efectuado en España. Los impuestos de Catalunya estaban entre los más altos de Europa. La corrupción política era generalizada. Los políticos catalanes decidieron que era el momento de encontrar un chivo expiatorio: España. El escándalo Pujol estaba en su cenit y la burguesía catalana estaba avergonzada (le hubiera gustado desaparecer). Era una gran jugada: desaparecer, evitar la eventualidad de la justicia (o lo que sea) española, echar la culpa de la economía a los expolios de España, motivar y unir.
Dicho y hecho. Mas decidió que Catalunya debía independizarse convirtiéndose en una república de la que él sería presidente, quizás vitalicio. Movilizó a la sociedad a través de dos mecanismos desligados (teóricamente) de la clase política (por si venían mal dadas): Omnium y Asamblea. Con una campaña propagandística ejemplar elevó el número de independentistas del 25 a casi el 50%. Lo que pasó después lo conocemos, hasta llegar a la violencia pertinazmente obviada por los políticos catalanistas consecuencia de la sentencia que ¡oh sorpresa! condenó a los que participaron en la DIU. Pronto, Mas volverá al primer plano libre de cárcel y sin haber pagado su multa. Listo para organizar la vida de los catalanes. Mientras las manifestaciones pacíficas, como siempre lo han sido, siguen dejando cientos de barricadas, hogueras, y daños, día tras día. Así es la vida. Buenos tiempos para los arribistas.
El desgarrado. Octubre 2019.