» 24-03-2020

Reflexiones tipográficas 221. Balcones.

En una época oscura de mi vida fui arquitecto. Una de las cosa que más me marcó es que las necesidades del mundo son absolutamente variables mientras que la arquitectura tiene una vocación de durar que puede alcanzar los 12.000 años (en casos extraordinarios) pero no menos de cien años en las viviendas más sociales. Resumiendo. No solventamos necesidades sino, con suerte, en el preciso momento de la proyectación. De esta reflexión -como hacen los grandes arquitectos- se puede inferir que “la arquitectura soy yo” o en mi caso dedicarme engrosar las filas de los fracasados. Comprendo que esto no os interese pero aunque parezca mentira tiene que ver con la actualidad.

 

Durante siglos los balcones en la arquitectura eran un recurso estético. No se ponían para el uso o disfrute de los usuarios sino para la mejor composición de la tarjeta de visita que es la fachada de un edificio (lo de fachada no es casual). Yo mismo fui un gran detracto de los balcones que acababan, en el mejor de los casos, como almacenes de bombonas de butano o de bicicletas, ya en la modernidad, en definitiva con lo que no se admitía dentro de casa. Evidentemente para disfrutar de la polución acústica y ambiental no eran. Eso sin contar con el recelo que tienen los propietarios hacia las zonas comunes pagadas.

 

Tuvo que llegar el coronavirus para que el balcón se convirtiera en la mayor expresión de la sociabilidad. Es verdad que la disminución de la polución acústica y ambiental han declinado drásticamente, que un balcón es lo más parecido a la calle que tenemos en casa, y que el recelo hacia lo común desaparece cuando nos obligan al confinamiento. Nunca hemos querido tanto a nuestros (desconocidos) vecinos. Prescindiendo del fracaso arquitectónico que supone menospreciar los balcones, centrado en la satisfacción de necesidades (actuales) hay que reconocer que diseñar algo para el futuro es simplemente, loco. Y solo hay que ver como se prevé el futuro en la ciencia ficción.

 

Los balcones se han convertido en la calle. Pero en una calle amable y solidaria. Si pudiéramos transportar esa solidaridad a las futuras calles sin coranavirus las ciudades serían otras. Pero no ocurrirá. El coranavirus pasará y la mierda volverá. Dicen que nunca volveremos a ser los mismos tras una tragedia que se llevará por delante diezmil muertos en España. No pero ¿seremos mejores? Tampoco. Olvidaremos lo bueno de una mala época y volveremos a la vorágine de vivir para sobrevivir en vez de vivir para disfrutar, para convivir, para dar al balconing su mejor versión. Es raro, pero ya empiezo a echar de menos los tiempos del coranavirus. Con permiso de los muertos.

 

El desgarrado. Marzo 2020.




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