» 29-06-2020

Reflexiones tipográficas 251. Elitismo cultural de barrio.

Veo a un virólogo en la sexta en MVT. Para referirse a algo que le suena a ya conocido trata de decir la fórmula “déjà vu” -que como todos los que tenemos cultura francófona sabemos que se pronuncia deyá vi (forzando la uve hacia la efe)- y articula deyá be, así en plan cordero. La presentadora no le corrige pero cuando lo retoma  lo dice con la dicción correcta. Se me suscita el problema de la cultura general. ¿Se puede tener autoridad cuando tienes graves carencias de cultura general? ¿Es posible que un científico tenga carencias brutales en su cultura general? Al poco otra periodista de la sexta -comentando una fiesta en París- pronuncia la palabra francesa project (aguda) tal como se pronuncia en inglés (llana). No mucho más allá se da una noticia de Portugal sobre el Alentejo, no el Alentexo como dicen ellos, sino Alentejo como seguramente dicen los extremeños o castellanos. No es un problema moderno. Hace muchos años que se produce. Quizás habría que transliterar todas la palabras extranjeras (pronunciarlas en español) y prescindir de su pronunciación original, pero eso nos privaría del postureo y del pisto que nos da presumir de conocimientos.

 

Llamamos Londres a London (en una translitaración absolutamente demencial) y durante años dijimos Pekín a lo que ahora se empieza a llamar Beiying. Comprendo que pronunciar Malmö no es fácil pero nos empeñamos en aprender a decir smorgasbörd cuando podríamos decir bufete nórdico. Hizo falta que fuera a la India para saber que nuestro Taj-majál era en realidad Tach-maal o a Estambul para saber que santa sofía era aya sofia. Quizás viajar es para eso: para posturear. Pero es que además metemos la pata por contaminación. Casi nadie llama Valter a Benjamin, por contaminación del ingles, para el que Walter se pronuncia Gualter. La doble uve se pronuncia en alemán uve. Es imposible (menos para Gell-Mann) saber como se pronuncian las cosas en todos los idiomas del mundo. Los castellanos pronuncian los nombres catalanes como Artur, Narcís, Eudald, Ernest, Enric, Maxím (todas ellas agudas) como si fueran inglesas es decir llanas.

 

Si aceptáramos la convención de pronunciar todos los nombres extranjeros tal como se pronunciarían en castellano perderíamos mucho menos tiempo y nos entenderíamos mejor. Pero no lo haremos porque el conocimiento de la pronunciación es elitismo y por tanto poder. Durante siglos solo viajaron los ricos y conocer pronunciaciones extranjeras era ser culturalmente rico, o mejor dicho, rico a secas. El acento, viste lo mismo que la ropa, las joyas, la casa  o el coche. Es alcurnia. No podemos resistirnos a decir Chekspir, porque otra cosa es ser un patán y no queremos pasar por patanes. En definitiva el acento no solo es chic es también clase. Y no podemos evitar tratar de tener clase. No vivimos en un mundo de razones sino de pasiones y emociones, de sentimientos y el sentimiento de tener clase es primordial. La revolución francesa no puso a los reyes a la alturas de las porteras sino viceversa: ascendió a las porteras de categoría, lo que se puede observar en cualquier viaje a Francia.

 

Supongo que todo esto, en tiempos de coranavirus, no tiene mucho sentido pero probablemente, si hubiéramos deslindado mejor la razón de la pasión y la emoción, no estaríamos donde estamos.  Sobre todo si no hubiéramos permitido que unos arrivistas disfrazados de redentores de la Patria, no se hubieran hinchado de una clase que teóricamente combatían, un postureo del que renegaban y una riqueza que denostaban… pero en lo que cayeron como polillas en la llama. Cuando los políticos necesitan tantísimo dinero para escalar y para conservar la poltrona, no queda dinero para la sanidad, ni para la investigación ni para las empresas públicas y ocurre lo que ocurre: el coranavirus; no el virus en sí, sino las consecuencias. ¿Por cierto: como se pronuncia Chopin?

 

El desgarrado. Junio 2020.




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