» 28-09-2021

Reflexiones tipográficas 255. Bajo la sombra del volcán.

La ciencia (la filosofía) es el intento de “racionalizar” el conocimiento de modo que se pueda evadir de causalidades apócrifas (mito, magia, religión), huir de la superstición y, en definitiva, de la adivinación del futuro. Pero la ciencia no renuncia a la previsión del futuro (una forma atenuada de la adivinación). De hecho el conocimiento siempre ha querido predecir el futuro como medio imprescindible para asegurar la existencia. La diferencia es que la previsión de la ciencia no es adivinación sino prospección del conocimiento hacia el futuro. La probabilidad (y su hermana experimental, la estadística) tratan de prever el futuro mediante el concepto de la verdad fraccionaria, proporcionándonos una seguridad razonable sobre la evolución futura de las cosas. Evidentemente los éxitos y la omnipotencia de la ciencia en nuestro mundo actual no ha barrido las antiguas prácticas de la adivinación, enmascaradas, a veces, por el negacionismo, la religión, la magia, el mito, etc.

 

En la defientísima cobertura mediática de la erupción del volcán de La Palma, la adivinación se ha convertido en moneda habitual. Las preguntas de los periodistas piden (exigen) a los científicos, que adivinen lo que el volcán va a hacer: cuanto durará, si llegará o no al mar, cuantas bocas tendrá, si se ha parado o está en stand-by, etc. Los científicos repiten una y otra vez que la ciencia no es adivinación y si bien pueden prever algunas variables, la mayoría son imprevisibles. Pero eso no es noticia y los periodistas insisten en las preguntas imposibles a otros científicos en la esperanza de que surja la noticia, de que algún científico suelte el bombazo. Los políticos juzgarán la situación de acuerdo con sus intereses mierda-partidistas. Porque lo esencial no es la cobertura honrada de la catástrofe sino la búsqueda de la noticia sensacional o del interés partidista.

 

Porque la cobertura honrada debería haber optado por la recogida exhaustiva de datos y las explicaciones didácticas sobre los mismos. Hemos visto mucho humo, muchas imágenes espectaculares de fuegos artificiales (en este caso: naturales) pero pocas imágenes significativas. Los drones no nos han ensañado la realidad de la situación sino una parcialidad que era escasamente significativa. La búsqueda de la noticia “diferente” incluye que oigamos el rugido o veamos las cenizas y sobre todo que escuchemos a los expertos a la espera de una contradicción. Lo didáctico nos lo ha proporcionado el satélite y poco más. Los números (hectáreas, alturas de la colada, velocidad de la misma, casas destruidas, etc), son eso: números, que en un medio eminentemente visual, tienen poco sentido. Y las equivalencias en piscinas olímpicas o respecto a otras erupciones históricas tampoco es significativo. La explotación del drama humano es lamentable. En las noches electorales el despliegue visual es enormemente más explícito. ¿Ha sido impotencia o imprevisión? Ha hecho falta una semana para que la información empiece a fluir razonablemente y con eso no quiero decir que sea óptima.

 

La cobertura de las noticias -que pareció en un momento determinado- que sería ultafidedigna, se ha convertido en inexistente. La guerra de Irak nos lo demostró. Lo que se preveía que sería la guerra en directo se convirtió en malos efectos especiales en los que solo veíamos trazas en el cielo, mucho menos espectaculares que los fuegos artificiales. Hay varias razones para que aquella expectativa se haya diluido: la espectacularización de las noticias (Lipowetsky) que se ha convertido en sensacionalismo lejos de las imágenes de las noticias en directo que esperábamos. La búsqueda desesperada del notición, que se antepone al relato honrado de la noticia. El alineamiento de los medios que anteponen el rédito político a la noticia desnuda. Los media se debaten entre la economía (vender noticias) y la ética (contar noticias tal como son). La confusión de los géneros, que hacen que las noticias incluyan el sesgo humano (e incluso de la prensa del corazón), los deportes incluyen noticas “gore”, los documentales se actorizan, la crónica política se ha convertido en judicial y los espacios de sociedad incluyen sesgos de voyeurismo e invasión de la intimidad. Todos aspiran a todo… como en política todos quieren ser de “centro”, satisfacer a todos los perfiles.

 

Los periodistas son los encargados de narrar la realidad. Son los que denuncian las trapacerías de los políticos, pero ¿quién controla al controlador? Su gremialismo es muestra de su evidente parcialidad. Todos los periodistas son extraordinarios (¡incluso Urdaci!) para sus pares y su muerte es una catástrofe nacional y así es contada. No negaré que algunos periodistas han ayudado más a la democracia que los propios políticos (que debieran ser sus depositarios) pero no se puede juzgar a un colectivo por sus mejores miembros. ¡No toda la humanidad descubrió la penicilina! Como ocurre con los policías y los delincuentes los periodistas se han convertido en compañeros de los políticos. Denunciar que los jueces son partidistas está bien pero estaría mejor si se denunciara que muchos periodistas también lo son. La Sexta entiende la pluralidad como poner una de cal y una de arena: junto al trio de la bencina: Marhuenda, Clavé, Inda… y adláteres como Roig, Santiago, Cobos, etc. se sitúan los de la otra cuerda: Marañas, Maestre, Escolá, etc. Se podría decir que son las cabeceras de los diarios de papel frente a los digitales. Como decía aquel Sáez de Buruaga de la TV fascista: ¡Así es y así se lo hemos contado.

 

Probablemente no he escrito bien algunos nombres. Será porque no soy periodista: ¡que alivio!

 

El desgarrado. Septiembre 2021.

 




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