» 30-09-2021

Reflexiones tipográficas 256. El volcán y sus implicaciones sociológicas.

Los sociólogos se dan su tiempo para analizar las consecuencias de los hechos. Es lógico porque las ideas deben asentarse. Sin ir más lejos todavía no tenemos una explicación cabal de lo que pasó en el mayo del 68… por inadmisible que ésta sea. El volcán desvela carencias, imprevisiones, corruptelas, estupidez. La cotidianidad enmascara, en lo anodino de la información, el otro volcán: el social. Es habitual que mientras las cosas “funcionan” nadie se ocupa de prever, de vigilar, de gobernar. Y sin embargo esa es la función de los políticos: anteceder a los hechos catastróficos. La presencia en el lugar de los hechos, es una pantomima (exigida por la oposición) pero lo importante debería ser lo que se ha hecho para evitarlo, para controlarlo, en el momento de la explosión catastrófica.

 

Nuestros políticos saben lamentarse, empatizar, salvar el culo, hacerse presentes, acusar a los otros, pero no saben prever. Y no lo saben porque no están ahí para eso: están ahí para el postureo y el gorroneo. Y la culpa es nuestra, de los ciudadanos, que les votamos por su carisma, su presencia en los medios o por sus ocurrencias. Somos un país de pícaros y amparamos a los pícaros… aunque estos pícaros sean delincuentes habituales. Pero esta campaña ya he reconocido que es una batalla perdida. Como dice Rancière el orden “natural” (la dominación, la titulación, la capacidad) se impone siempre y la democracia (el poder del pueblo) es siempre “la parte de los sin parte”, de los descamisados, de los desheredados. Antes que la ideología o la ciencia, la partición de lo sensible determina de antemano el destino de los excluidos -previamente- del poder. Pero volvamos al volcán.

 

La primera reflexión que se me ocurre es que estamos ante el fin del desarrollismo. El sueño del mono loco que se plasmó en un progresismo imparable, en una esquilmación de los recursos sin freno y una fuente de desigualdades apabullante, que se están cargando nuestra casa común: el planeta. En un cierto momento, pareció que el hombre era el rey del universo, capaz de todo, imparable. El volcán ha puesto las cosas en su sitio. Podemos llegar a la luna pero no podemos parar al volcán.  Solo nos queda mirar y esperar. Somos impotentes y no solo como reacción sino también como reflexión: somos incapaces de prever su evolución. Debería ser una cura de humildad pero no es así. Los medios alaban la labor de la ciencia, de los medios institucionales de ayuda (que se limitan a desalojar), de los políticos que nos prometen su ayuda en busca de votos. La solidaridad no es con los afectados sino con las instituciones del estado. Se da por sentado que criticar en este caso es ponerse en frente (hasta la oposición -siempre proclive a deconstruir al gobierno) se alinea. Y tenemos que tener en cuenta que en este caso -como en los incendios forestales o en los accidentes de tráfico- no se puede echar la culpa a los desalmados que incendian por placer o conducen descerebradamente. ¡Todos a una para salvar el culo!

 

El dispositivo de salvamento ha funcionado razonablamente bien (no hay muertos). Los medios exprimen el drama humano insistiendo una y otra vez en el aspecto más capitalista del drama: ¿cuál de sus propiedades decidió salvar? Los testimonios de los que lo han perdido todo, son innumerables. Pero no se habla de lo que subyace a la catástrofe y que es, exclusivamente, culpa de los políticos. 1) Existe una ley que impide construir en zonas inundables. Supongo que lo mismo debe ocurrir en zonas arrasables por el volcán. ¿No? ¡pues poneos al tajo! 2) Las leyes urbanísticas de Canarias prohiben construir en parcelas rurales inferiores a 2.500 m. Pero no es así. La herencia hace que los hijos construyan casas (ilegales) en parcelas menores. Esas casa no pueden legalizarse (la ley del suelo estatal exige ocho años, sin denuncia). Tampoco se pueden asegurar. Pero ¿por qué esas casa existen? Porque la administración las permite. En un municipio pequeño la ley es laxa, no en la apreciación sino en la vigilancia. Algunos ciudadanos lo han perdido todo. El seguro no los ampara y la administración tampoco. El estado del bienestar ya no existe. La estupidez de los políticos es infinita. ¡Que cada uno se las arregle como pueda!

 

No se más casos pero estoy seguro que los hay. Como en Matrix, son los ciudadanos los que financian el estado y los que son maltratados por él. Son el combustible del que la nación vive. A ningún gobernante le interesa controlar a los oligopolios, respetar la Constitución en cuestión de progresividad de los impuestos, perseguir el fraude fiscal, o controlar a los bancos en sus trapacerias continuas. Estamos en sus manos y no hacemos nada. Como dijo aquel hijodeputa: “vivís por encima de vuestras posibilidades”. Ese es el problema: los ciudadanos. Evidentemente los políticos son inocentes. El mecanismo de salvar su culo funciona a la perfección. ¡Cuando nos daremos cuenta de que sin vigilancia esos ganapanes son delincuentes!

 

El desgarrado. Septiembre 2021.




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