» 15-11-2021 |
Estamos en pleno desmantelamiento del estado del bienestar. Los gobiernos occidentales tratan de reducir la sanidad (y no me refiero a la salud dental o mental, sino a la salud en general: asistencia primaria, rural, listas de espera, etc.), escatiman en la educación (a la que politizan hasta la extenuación) y la investigación, se apuesta por la precariedad y el despidp libre en lo laboral, reduciendo las pensiones o reformulándolas, así como convirtiendo otras prestaciones sociales (como la dependencia) en mera anécdota, etc. Y no solo se quiere reducir sino precisamente privatizar, que es entregarse a los poderes fácticos: grandes empresas, empresarios, bancos y financieras, multinacionales, energéticas, la Iglesia etc. Porque el problema es de desigualdad, solo de desigualdad y nada más que de desigualdad. La igualdad y la libertad -que heredamos de la revolución francesa- han resultado ser palabras vacías, hoy al servicio del poder a través de la dominación. Todo se centra en la fraternidad, es decir en la solución de los problemas por cuenta de los propios ciudadanos (caridad, concienciación ciudadana, ONG, solidaridad, reciclaje, economía colaborativa, etc). Porque la realidad es que con los impuestos actuales hay suficiente para soportar el Estado del bienestar… si no fuera porque los poderosos han decidido que les pertenece todo el pastel. El concepto de lo privado es hoy sinónimo de poder y dominación, es decir, lo privado es equivalente a lo público en su financiación y en su burocratización.
Tal como explica Piquetti (antes de retractarse, debido a las presiones del capital) los impuestos masivos solo tienen un siglo y su justificación fue el Estado del bienestar. Durante este siglo hemos asistido al crecimiento de los que participan del pastel de los poderosos hasta que la proporción de los que chupan de los impuestos crece constantemente frente a los que pagan. El 90% del capital pertenece al 10% de la población… es la proporción de ricos a pobres en continuo desarrollo hacia nuevas cotas. Y no estamos hablando de los que con su esfuerzo y su ingenio se han hecho legítimamente ricos sino de los parásitos que se aprovechan de los resortes del poder para enriquecerse. Enumeremos: 1) la corrupción, tanto económica (el 8% del PIB) como política (de difícil cuantificación) con la consiguiente desaparición de la separación de poderes, lo que supone el pago por servicios prestados a los jueces y los periodistas alineados, 2) el despilfarro político para la obtención de votos (el 16% del PIB), o para beneficio de los afines 3) las compensaciones a grandes empresas, subvenciones, rescates a fondo perdido, absorción de efectos tóxicos el 14% del PIB), 4) la legislación fiscal permisiva (paraísos fiscales) o proactiva (exanciones, deducciones, legislación) hasta el 15% del PIB, 5) los privilegios, prebendas, y en general el trato de favor para determinados colectivos, como los políticos (sueldos, complementos, dietas, economatos, pensiones, dispensa de incompatibilidades, automóviles oficiales, etc.), 6) la subvención a la Iglesia desde la exención del IBI hasta la entrega directa de cierta recaudación fiscal o las subvenciones directas a la educación privada, 7) las instituciones de “stand by” para “recoger” a los políticos desempleados por las urnas (Diputación, administración gremial y colegial, consejos comarcales, cámaras de comercio, administración deportiva, Instituto del español, asesores político-económicos, etc.), y la duplicidad de competencias entre la administración central y la autonómica, 8) la invasión del funcionario por los cargos políticos de libre nombramiento, 9) instituciones consultivas como los Tribunales de la competencia, de cuentas, etc. no vinculantes para la administración. O los referéndum… asimismo no vinculantes. Las comisiones de investigación o de estudio, etc.
Estamos en una fase del capitalismo que llamaré capitalismo de gestión. Es un frente amplio en el que se integran -además de los capitalistas puros y los empresarios- los políticos (gestores políticos), los gestores societarios (sociedades anónimas) y los gestores financieros (los bancos de inversión tras la desaparición de las cajas de ahorro). Fueron Thatcher y Reagan los que en los ochenta formaron este frente amplio contra los sindicatos (los controladores de los gestores laborales) sin hacer distingos entre aniquilarlos o corromperlos. El contubernio capital-políticos dio inmediatamente frutos en las puertas giratorias, los puestos en consejos de administración, la financiación ilegal de partidos, las concesiones a cambio de donaciones y, como contraparte, las subvenciones directas (prevaricación) a cambio de legislación a medida, disposiciones administrativas e impunidad. Se nos dice que el capitalismo ha entrado en una fase de desindustrialización, auge de la información y del sector servicios sobre el industrial. Es cierto pero no es toda la verdad. Estamos además en el capitalismo de gestión. No se nos dice que la desindustrialización, no es tal, sino la robotización, que no es lo mismo y que implica la desaparición de la clase obrera. La informatización ha dado ya lugar a una nueva forma de poder y de gestión de la información más oligopolista y exclusivo que en cualquier otra fase anterior del capitalismo. Y no olvidemos que el sector servicios está al borde de su reconducción a la venta por internet que no es sino una concentración del comercio en unas pocas manos, y basado en unos salarios de pobreza.
Los políticos -reconvertidos a gestores del capitalismo- no sirven ya para el trabajo para el que nació su institución. La simple aparición de una alternativa o de un afán de reorganización es contestada por los políticos, (y los jueces y los periodistas afines), con una campaña de difamación (generalmente mediante falsedades, medias verdades y supuestos) absolutamente desmedida, eso cuando no son los propios reformadores los que se reconvierten a la dolce vita. La garantía de que el chollo dure eternamente pasa por la corrupción de los reformadores y por el amparo de los declarados corruptos (Y el que calla otorga). En pocas palabras: No hay solución, al menos por las urnas… que cambian a los perros pero no a los collares. Si descartamos la revolución (por aquello de que la violencia es privilegio del Estado) ¿existe solución? Durante años defendí que la transversalidad (género, independentismo, animalismo, LGTB…) podía ser una solución, pero el fracaso de Podemos y de Ciudadanos, del independentismo, y la desunión de las mujeres (que solo se unen ante la barbarie) son suficientemente elocuentes como para tirar la toalla. Sin embargo el reciente “aquelarre” (en palabras del casado con la estupidez y la mentira) de las mujeres en Valencia y la evidente transversalidad de Yolanda Diaz (que parece, por momentos, rescatar el espíritu de los indignados) parece apuntar a recuperar la esperanza. El capitalismo de gestión parece haber reclutado a jueces y periodistas a ese frente amplio que no quiere sino la desaparición de los trabajadores y la desigualdad infinita.
Nada conseguiremos por las urnas (absolutamente mediatizadas por el poder político y por la condición humana) y cualquier revolución será tildada de antidemocrática, radical, comunista, bolivariana, y delictiva. Insisto ¿no hay solución? La posibilidad de unos políticos alternativos honrados parece cada vez menos posible. Os ofrezco una solución en la próxima entrega. ¡Hay que mojarse!
El desgarrado. Noviembre 2021.