» 22-02-2021 |
La historia es un filón para los escritores. Las novelas históricas se suceden con todo lo que eso significa. La historia reinventada, la historia manipulada, los olvidos clamorosos de la historia, una vez más. La historia es un pasado irrecuperable, inexpugnable pero a la vez tan seductor. Siempre se nos ha explicado desde el punto de vista de los ganadores y así ha quedado. La posmodernidad (siempre tan recelosa) está dispuesta a darnos visiones alternativas. ¿Ciertas? La historia no tiene certezas solo tiene narradores y exégetas. La historia es una cuestión subjetiva. Y eso no quita para que algunos filósofos hayan encontrado en la Historia una forma de racionalidad, una forma de abstracción de comportamientos y eventos. Si la experiencia nos puede enseñar sobre los comportamientos o los eventos (la inducción no es otra cosa) es evidente que la historia también puede. Pero la Historia es el relato de los vencedores, por encargo de los próceres. La Historia es un encargo a medida. Si leemos la dominación de España por el Islam en Marruecos o España, leeremos dos historias distintas, radicalmente distintas.
Somos rehenes de nuestra intuición de la Historia. Le adjudicamos una estructura intrínseca que nos dice que los padres deben morir antes que los hijos (y si ocurre al revés lo entendemos como irracional (logos) y como injusto (ethos)). Esta estructura jerárquica no solo se aplica en este caso. Cuando se producen abusos a menores nuestra intuición histórica se revuelve. Esperamos que los mayores sean más juiciosos que los menores y cuando un menor denuncia la irracionalidad o insocialidad (en definitiva delincuencia) de un mayor nos resistimos a dar la razón al menor porque históricamente la razón pertenece a los mayores. Si además ese mayor tiene algún otro título de razonabilidad (de poder) como los clérigos o los maestros, el problema moral se complica. Dar la razón al menor ante un mayor que además es maestro y clérigo resulta finalmente imposible. Y por esos estos delitos han sido tradicionalmente impunes. Rancière nos dijo que el maestro no es un superior jerárquico del alumno. Son una simbiosis colaborativa en la que no hay superior e inferior. Pero la realidad es otra. En el caso de los clérigos la única explicación es que esa institución no tiene sentido en los tiempos modernos y por ello adquieren comportamientos aberrantes.
Pero no solo la Historia puede ser fuente de conocimiento (evidentemente cuando se realiza un esfuerzo de objetividad y de contención del poder) también las historias, los relatos, la literatura en general. Aristóteles codificó los relatos convirtiéndolos -virtualmente- en una forma de razonabilidad, una forma de pensamiento. Secuencialidad, causalidad, necesariedad, lógica, intriga. Ya hemos hablado largamente de ello en la sección “el relato” que desgrané durante meses. Como allí dije el relato es la forma de pensar de nuestro cerebro, su isomorfismo es exacto. Añade el propio Rancière que la ficción (que nada tiene que ver con la imaginación o la invención y que supera al “orden de los hechos” aristotélico) es una estructura de racionalidad, es decir una estructura que coincide con la estructura de nuestra mente (cerebro en metáfora, si tomamos la parte por el todo). Pero llega más lejos “En las paradojas del arte político” incluida en “Disenso”, FCE, 2019, página 182 dice: “inventar nuevas relaciones entre cosas y significados que antes no estaban relacionados” es decir lo que comúnmente llamamos “pensar” al hablar de nuestra mente. Pero añade: “implica la reformulación de lo “real” en la constitución de un disenso. La ficción es una forma de cambiar los modos existentes de las presentaciones sensoriales y las formas de enunciación, de cambiar estructuras, escala y ritmos, y de construir nuevas relaciones entre la realidad y la apariencia , entre lo individual y lo colectivo”.
La cuestión necesita una explicación. La constitución de un “disenso” es instalar la ficción en el conflicto, en el litigio, en la controversia de sentires (di-senso), fuera del “consenso” entendido como la no contradicción, el acuerdo, la “normalidad” del régimen representativo (mimético) en la estética y de la prevalencia de los títulos de poder tradicionales en la política. Quedaría por explicar si la ficción es exactamente lo mismo que el relato. Diré que en el caso de Rancière así es. Él mismo afirma que ficción no es “la construcción de un mundo imaginario, e incluso mucho más que su sentido aristotélico: “el orden de los hechos”. Por lo tanto podemos asimilarlos. Así las cosas la ficción: 1) estructura de racionalidad y 2)“inventar nuevas relaciones entre cosas y significados que antes no estaban relacionados”, aproximan el relato al pensamiento racional, a la forma de trabaja de nuestra mente. Pero 3) “implica la reformulación de lo “real” en la constitución de un disenso…” sobrepasa el isomorfismo con la mente para avanzar en el conflicto, en el litigio, podríamos decir que en la dialéctica de la contradicción. No olvidemos que la dialéctica -tal como la constituyó Sócrates- es el uso de la discusión para extraer la verdad. Con Hegel la dialéctica llegó a entenderse como la contradicción interna que pueden esconder las cosas, los conceptos, etc. Entiendo que -aunque no es difícil llegar de la primera acepción a la segunda- Rancière está en la primera, es decir que se aproxima de nuevo a la estructura de nuestra razón en cuanto lo que pretende es encontrar la verdad.
Tres razones para entender que la ficción, el relato se aproxima tanto a nuestra forma de razonar que se identifica. Reproduce la forma de pensamiento de nuestra mente. ¿Significa eso que sea perfecta. En absoluto, pero es la forma más amable, más comprensible, más simple para nuestra idiosincracia. Nuestra mente es la que es y no necesariamente la mejor para entender el mundo. En otro caso la evolución (intelectual) se habría acabado y eso resulta bastante pretencioso. Incluso si evolucionamos hacia atrás o hacia los lados y nos alejáramos de la mejor manera de entender el mundo (como parecen proponernos los políticos con la aceptación de modelos topológicos: la verdad del lugar, la posverdad: la verdad del deseo, el populismo: la verdad del interlocutor, lo que quiere oír, el cuñadismo: la verdad del allegado, etc.), eso sería evolución y por tanto seguiríamos estando en el camino. No necesariamente la evolución debe ser finalista (de hecho lo normal es que no lo sea). La historia de la evolución está llena de errores. El peso del contexto es tremendo… afortunadamente porque si no, seríamos bacterias.
El desgarrado. Febrero 2021.