» 17-11-2021

Reflexiones tipográficas 344. Contratos sociales rotos.

Los contratos sociales: acuerdos entre la sociedad y una parte de ella, han sido recurrentes y pertinaces a lo largo de la historia. Son contratos tácitos (no han sido formalizados) y expresan tanto lo que el poder espera de la sociedad como viceversa. En muchos casos es lo que el poder exige a la sociedad y que no puede imponerlo de otra manera que por la presunción, como cuando los políticos dicen “la mayoría de los españoles…” Platón, Aristóteles, Maquiavelo, Hobbes, Rousseau aventuraron sus propios contratos en la vía de imponer unas obligaciones que se dan por inscritas en el alma de los ciudadanos y que por tanto no necesitan ser impuestas por la fuerza: derecho natural, consenso, naturaleza humana, lógica, sentido común, inexorabilidad del destino, y toda la caterva de frases hechas que utilizan los políticos cuando no pueden esgrimir la ley o el derecho. En los tiempos de ultraliberalismo autoritario que corren, descartada ya la dictadura del proletariado y el estado burocrático, en el que la democracia es constantemente revisada a la baja en favor de un poder cada vez más autocrático y con enormes recortes de los derechos humanos infdividuales, los contratos sociales tácitos saltan por los aires.

 

1) El contrato social de género. El contrato de género ha consistido ancestralmente en un reparto de los papeles que corresponden al hombre y a la mujer. El hombre consigue el alimento (trabaja), protege a la familia, y defiende el honor familiar, lo que incluye el intercambio pacífico de las mujeres con la prohibición del incesto y de la violencia, mientras la mujer se ocupa del hogar y del cuidado cotidiano del compañero y de la prole, comprometiéndose a la fidelidad (garantía de la propiedad privada). Estos aspectos han cambiado poco a lo largo de los milenios, adaptándose, simplemente, a las distintas condiciones socio-económicas. La religión metió la cuchara en el tema estableciendo una serie de obligaciones que complacían a Dios, como la prohibición del sexo fuera de las funciones reproductivas, la indisolubilidad, o la sacralización de los hijos (mano de obra).

 

Con la llegada de la modernidad la mujer accede al trabajo fuera de casa generalizado (la mujeres habían trabajado siempre), ante la necesidad de un segundo sueldo para mantener la institución familiar, lo que rompe el contrato cuya simetría exige que el varón colabore en las tareas domésticas, cosa a la que el hombre se niega. La asimetría había existido siempre en cuestión de derechos y de igualdad, dado que la metafísica no reconocía sino un modelo de homo sapiens: el hombre, a modo de género único del que el femenino no era sino una degeneración: el falocentrismo. La menor agresividad de las mujeres y la disparidad de intereses, que en el caso de ésta se centra en el cuidado (y no en la confrontación) hace que la reivindicación de la igualdad y del nuevo pacto social se dilate eternamente ayudado por la feroz resistencia de los hombres que no dudan en criminalizar a las mujeres reividicantes (las feministas).

 

Pero la pérdida de influencia de la religión, el trabajo fuera del hogar y la liberalización de las costumbres -así como el avance de la igualdad- da lugar a un nuevo tipo de mujer que se comporta cada vez más como los hombres en su quehacer sexual, laboral y social. Y con ello la protección del honor familiar (del que pendían la criminalización de la violación, como transgresión del intercambio pacífico de mujeres) se relaja y las agresiones sexuales a las mujeres se convierten en asunto de los ciudadanos corrientes y no de los pervertidos, los enfermos y los locos. De nuevo se impone una revisión del contrato social que protegía a las mujeres de la lascivia desbocada de los hombres. Se trata de revisar muchos estereotipos de género que campan en la educación, la ley, las costumbres y las tradiciones. Los conceptos de agresión sexual, violación, acoso, aborto, etc. necesitan una revisión urgente ante una mujer que ha adquirido muchos de los rasgos comportamentales de los hombres. En ausencia de la religión los partidos políticos ideológicos imponen sus normas de comportamiento sexual con la misma firmeza que lo hacía Dios, prolongando sus presupuestos ideológicos en un laicismo absolutamente militante en lo religioso. Así las cosas la revisión del contrato social en lo laboral y en lo sexual se me antoja imposible. El hombre ha optado por el autoritarismo y la mirada hacia otra parte.

 

2) El contrato político. La democracia fue entendida por los Griegos como una alternativa al gobierno de los que nacieron para ello (los reyes y los patricios), los que adquirieron su poder por la fuerza (los opresores, los invasores) o por la sabiduría (los sabios, los preparados para ello). Pero una alternativa anómala que si bien se suponía (había indicios) no existía realmente. Era el gobierno de los que no tenían título alguno para gobernar. Se enunció su existencia como peligro, como problema, como lo que había que evitar. Pero no se privaron de llamar democracia al gobierno de los patricios (con exclusión de los esclavos y las mujeres) en el sentido de que ya no era el gobierno de los reyes o de los opresores o de los sabios sino otra forma en la que lo popular asomaba como taponamiento de la revolución que era la forma democrática que el pueblo utilizaba para ajustar cuentas con el poder establecido. Se trató de teorizar el gobierno pacífico del pueblo para evitar la revolución…  recurriendo al contrato. Esta tensión entre los que tienen título para gobernar y los que no lo tienen (Rancière) llegará hasta nuestros días. Maquiavelo y Hobbes argumentaron reivindicando el título de los absolutistas reyes y opresores (el príncipe y Leviatán) mediante un contrato entre el pueblo y el poder en beneficio de ambos, como liberación de la barbarie histórica que a duras penas ocultaba el miedo a la revolución.

 

Pero una vez lanzada una idea es difícil controlarla. La idea del gobierno del pueblo fue madurando como coartada de la lucha entre los titulados para el poder: de los oligarcas contra los reyes, de los reyes contra los opresores, de los burgueses contra los aristócratas, de los proletarios contra los burgueses. Nunca hubo intención alguna de conceder el poder al pueblo pero algo había que oponer a origen divino del poder de los reyes, el poder de la fuerza de los opresores, el poder de la sabiduría de los sabios: la soberanía del pueblo. Pero tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe y el pueblo ilustrado acabó creyéndose que era depositario de la soberanía. Y el poder recurrió entonces a la facticidad: el poder nominal pertenecía al pueblo pero su ejercicio seguiría ejerciéndose por los titulados. Se inicia la democracia nominal: el poder del pueblo, pero sin el pueblo. En contrato político se ha roto. la soberanía popular es falsa. Seguimos en el poder de los poderoso. Pero la ilustración del pueblo ya no permite engañar al pueblo sobre la realidad de su exclusión. A partir de la revolución Francesa (1789) la conciencia popular sobre su soberanía se expande a todo el mundo de la mano de los burgueses (que se arrogan el saber, el conocimiento para gobernar) que la impulsan contra los titulares (reyes y oligarcas).

 

Y como último capítulo -por ahora- de esta sustitución de titulares, el movimiento obrero se levanta contra los burgueses en favor de la dictadura del proletariado (nafasto eslogan que les pasará factura). Es la primera vez que el pueblo accede al poder pero no es así. La burocracia comunista tampoco cuenta con el pueblo para gobernar sino para desalojar a los burgueses del poder y sustituirlos. A partir de aquí se impulsa la democracia representativa en la que la soberanía pertenece al pueblo pero es ejercida por los expertos: los políticos que constituyen la nueva clase de los mandarines. El constitucionalismo y la democracia representativa practican esta esquizofrenia en la que se gobierne en nombre del pueblo pero sin el pueblo. La presión ultraliberalista) que esconde el conservadurismo propio de la oligarquía y la remisión a la gracia de dios de los reyes, opera para desposeer al pueblo de sus derechos y de su participación en el gobierno en una democracia nominal profundamente alejada de la soberanía real del pueblo. La izquierda se une a la fiesta representativa de los “expertos” en una alianza de Estado que abandona la lucha del pueblo por el poder democrático. Han sido 25 siglos en los que -de hecho- no ha cambiado nada y en los que el poder a pasado de una facción a otra sin que el pueblo haya participado nunca efectivamente en el poder. El contrato político está roto.

 

3) El contrato del Estado del bienestar. Tras la segunda guerra mundial Europa inicia la carrera hacia el Estado del bienestar. El contrato es en este caso simple: a cambio de vuestros impuestos (que subirán exponencialmente) los Estados se encargarán de la sanidad, la educación la política laboral, y las prestaciones sociales. El pastel es enorme. La cantidad de dinero que afluye a las arcas del Estado desata la codicia de los “expertos”, los sabios que reprentan al pueblo en el ejercicio del poder. Poco a poco los gastos aumentan (corrupción, despilfarro, protección de los poderes fácticos, desigualdad fiscal impositiva) mientras los impuestos deben hacer frente a los nuevos gastos. Hoy el 50% del PIB se va por este desagüe y ante la imposibilidad de aumentar la presión fiscal (y la negativa a racionalizar el gasto) se plantea el desmantelamiento del Estado del bienestar y su consiguiente privatización (es decir su entrega al capitalismo como nueva forma de negocio). El contrato se ha roto y los impuestos se quedarán mientras las prestaciones sociales, asistenciales y educativas todo en beneficio de los gestores del capitalismo y sus protegidos: los capitalistas y los empresarios.

 

Esta es la sociedad en la que vivimos: un fraude articulado por los “expertos” políticos que nos representan (o se subrogan en nuestros derechos) sin otra posibilidad alternativa. Los contratos sociales están rotos. La dominación sigue siendo la misma que hace 25 siglos, bajo la apariencia de democracia, de igualdad de género y del Estado del bienestar, mientras los medios y los políticos se llenan la boca de democracia, igualdad, justicia y libertad. Amén.

 

El desgarrado. Noviembre 2021.




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