» 07-12-2021

Reflexiones tipográficas 344. La “frescura” y el fascismo.

Nuestra “civilización” ha perdido frescura, espontaneidad, inmediatez, autenticidad. Evidentemente lo ha compensado con una ingeniería que trata de producir lo perdido por el medio que sea. Es como posar para una foto: es imposible ser natural. No queda más remedio que actuar, “posar artificialmente”. El selfi ha ayudado porque hace coincidir al fotógrafo y el  modelo. La proliferación de los dispositivos de grabación (todo el mundo tiene uno) ha “naturalizado” las noticias… incluso por la pasión por el forzado formato vertical. Hace unos años Fontcuberta se lamentó de que la fotografía profesional había sido sepultada por la invasión de los aficionados. No era así. Los fotógrafos de noticias desaparecen como desaparecieron los sombrereros o los hornos de pan, dando lugar a los sombreros de fantasía y a las boutiques del pan. La TV utiliza las fotos de los aficionados como si de profesionales se tratara… y mucho más baratas. La oportunidad y la frescura marcan la diferencia.

 

Pero no todo es fotografía. Los alimentos que nos venden apuestan por una frescura de ingeniería que se basa en dos aspectos: primero lo recién hecho (palomitas, pizzas, paellas…) y segundo lo que que expresa las cualidades de lo fresco (crujiente como las patatas fritas, caliente como el pan, brillante como el pescado, rojo como el atún, turgente como las hortalizas en el campo perleando el rocío. Incluso se recurre a la metáfora y lo fresco se imita con lo frío). Poco importa que las palomitas sean liofilizadas, las pizzas sean congeladas o las paellas sean paella d’or, las patatas fritas en aceites nitrogenados, el pan congelado, el pescado maquillado, el atún teñido con remolacha y las frutas y hortalizas recogidas verdes y maduradas en cámara. Por supuesto un súper es una instalación industrial de frío.  La cocina ha tomado el relevo de la frescura en nuestra cotidianidad. Cientos de cocineros -  que tiran de la industria de forma cotidiana (lo que se aprecia en que no tienen ningún desdoro en anunciar productos culinarios industriales)- nos sermonean con las delicias de la comida hecha en casa mientras nos venden sus libros que es cocina hecha foto: la ley del deseo.

 

Pero cuando esa frescura pasa a primer plano es con las relaciones personales. Amparándose en el ejemplo de los artistas (que suelen desdeñar lo industrial) se celebra lo imperfecto como si fuera mejor, se celebran los errores como si fueran muestra de autenticidad. Lo mejor cuando tropiezas y te caes es reírte como si fuera graciosos, taponando la risa de los demás. No se puede reír de quien se ríe. Parece que el ideal de perfección que ha regido la vida humana se desmorona. La sicología ha tenido mucho que ver (sin embargo los sicólogos tratan de ser perfectos en su actuación profesional. De alguna manera la perfección se ha relegado a la robótica, quizás porque no podemos competir con ella. Un youtuber es un mal periodista o un mal presentador. Su atractivo reside en dos puntos: carece de profesionalidad y privilegia los temas que interesan a los más jóvenes. A eso se le llama frescura. Esconde dos cosas: el desprecio por la cultura del esfuerzo (en el fondo la esperanza de que el destino lo arreglará todo) y el desprecio por la experiencia (que normalmente) se adquiere con la edad. De ahí al negacionismo solo media un paso. No trato de defender ni la cultura del esfuerzo (que mata la creatividad) ni el valor de la experiencia (que tapona a las jóvenes generaciones). Solo trato de retratar lo que nos está pasando.

 

Pero donde la frescura llega a su máximo clímax es en la política. Hace tiempo que los políticos no trabajan por el bien común. Su objetivo es conseguir el mejor trato para su culo que -según ellos- necesita ser salvado (la irresponsabilidad), sentarse en mullido (las prebendas, llegando hasta la corrupción), garantizarse la poltrana (la continuidad) y petárselo al contricante (¡al enemigo ni agua!). Para conseguirlo tienen que parecer espontáneos y frescos: hacer el gilipollas en “el hormiguero”, besar niños, asistir a fiestas populares (a poder ser disfrazados), defender causas perdidas,  y sobre todo, utilizar la ingeniería de la frescura que esconda sus verdaderos designios taimados y perversos. El populismo ha sido siempre su mejor baza. Pero hoy ya no es suficiente y ha habido que pasar a la acción directa: la mentira vil y canalla, la intoxicación, la posverdad, la demagogia, el postureo. Y así surgen los payasos que hoy adornan nuestros telediarios: Putin, Trump, Johnson, Diaz Ayuso… curiosamente, todos ellos, lindando con la extrema derecha.

 

Si algo caracteriza a los fascistas es que suplen la ideología  con pragmatismo, violencia y coraje (el mal coraje, el de los novios de la muerte). El utilitarismo (sin ideología) es nefasto. Los nazis (de los que la ultraderecha actual es cumplida heredera) no se plantearon si era lícito masacrar a judíos, gitanos y disidentes, sino la manera más eficaz de hacerlo. Lo que Arendt llamó la banalidad del mal. El utilitarismo es mucho más importante que la razón que lo impulsa. Es la carrera del pollo descabezado: no sabe a donde va porque su único afán es ir; no tiene cabeza para decidir ni idea de a donde va. Lo único que le interesa es moverse. En la serie “The bite” hay una escena en la que la mano amputada de un zombi, corre alocadamente pegándose hostias con todo aquello con lo que tropieza… porque no ve. Se mueve con eficacia y con coraje, incluso con violencia, pero sin dirección ni sentido. Eso es el fascismo: da la impresión de que sabe lo que hace pero no es así. Sin ideología nada es posible… excepto la carrera del pollo descabezado.

 

Y cuando hablo de ideología no me refiero a cómo la entendió Marx (una perversión al servicio de la dominación) sino a cómo la entiende Harari (el nexo que une a los no familiares para formar un grupo más adaptado al progreso de la humanidad: un nexo social, cultural). El fascismo es atractivo: su análisis (catastrofista) de la realidad es creíble, el nazionalismo/patriotismo parece estar alineado con el ideal social, el pragmatismo/utilitarismo es la “ideología” del liberalismo. Incluso se puede defender la violencia como única salida posible a una sociedad que ha perdido el norte. Y el coraje es un recurso a lo más visceral de nuestra biología. Todas estas características son las que definió Habermas para retroanalizar el nazismo que asoló su país. De todas ellas la más peligrosa es el pragmatismo, porque es a-ideológico y sin un proyecto no vamos a ningún sitio (que no sea al desastre). Conviene no confundir la frescura con lo rancio… aunque se nos presente recién maquillado.

 

El desgarrado. Diciembre 2021.

 




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