» 18-01-2022 |
Los animales han desarrollado siempre estrategias de simulación que preserven su vida: disuasión, invisibilidad, camuflaje, sometimiento. En el caso de los mamíferos esas estrategias son habituales entre los cachorros (que imitan la vida mediante el juego) pero también entre los adultos que, al convertir la lucha en un ritual, salvan la preservación de la especie. Semejante historial de simulación animal no era posible que no fuera heredada (y acrecentada) por los humanos, y así ha sido. Dice el refrán que el que no llora no mama. Las plañideras simulan el dolor por la pérdida de un ser querido (una canción de la Lupe lo explica a la perfección), los damnificados por las catástrofes lo lloran con solvencia, las víctimas del horror lo escenifican con credibilidad. Y con ello no quiero decir que simulen, sino que aflora lo que la biología ya les sembró dentro. El lamento es una mezcla de emoción (dolor) y necesidad. Pero las subvenciones lo cambiaron todo.
Decir subvenciones quiere decir política y de eso es de lo que vamos a hablar. De cuando las subvenciones sustituyen a las emociones. A no ser que la codicia, el aprovechateguismo, y el provecho personal pueda considerarse emoción. El primer caso que quiero analizar es el victimismo. El victimismo es un arma política, electoralmente política. Ser una víctima es demostrar que se quiere, pero que no se puede (por culpa de los demás), El campeón del victimismo fue Pujol que defendió durante décadas que Catalunya era discriminada en el concierto español. No discutiré si era así, o no (que seguramente sí), lo que me interesa es como Pujol lo utilizó como arma electoral y ariete contra el gobierno central. Luego supimos que el victimismo escondía una gigantesca trama de corrupción. Por supuesto todas las autonomías hacen lo mismo y no solo por las subeveciones sino también por evitar cualquier tipo de responsabilidades (como el covid ha desvelado). El victimismo bien entendido empieza por uno mismo. Pero son las subvenciones las que marcan la diferencia. El victimismo político se había hecho institucional.
La víctima (socialmente visible) es el pordiosero: los que piden invocando a Dios. La sociedad industrial no podía permitir que una iniciativa individual escapara a su influencia. Los pordioseros son hoy en día dobles víctimas: de una empresa comercial que los explota y de su situación personal. Ninguna diferencia con los pateros cuya situación de flagrante pobreza se agrava con la codicia de una mafia que los explota y, a veces, los mata. Son un nuevo tipo de pordioseros: los pordioseros transnacionales, los migrantes. ¿Qué decir de los refugiados, pordioseros de la política, expulsados de sus países por la persecución o el horror? ¿Y que decir de los trabajadores pordioseros? ¿Tiene sentido trabajar para no ganarse la vida? Los pordioseros del capitalismo o de la política internacional son cada vez más. La edad media solo contemplaba a los pordioseros de la fortuna (la voluntad de Dios). ¿Quiere decir que la edad media fue un paraíso para los pordioseros? Porque la caridad se ha convertido en algo institucional, gestionado por la Iglesia, las ONG o las subvenciones político-electoralistas. La caridad, en el estado del bienestar, ya no depende del individuo sino del estado, pero en contra de los impuestos (que se crearon para soportar ese bienestar y que permanecen tras su desaparición) cuando ese estado desaparece… desaparece.
Y, ¡como no!, tenemos que hablar del mascotismo. El mascotismo es la caridad reorientada hacia los animales. Partiendo de la idea de que los humanos tenemos una tendencia natural a la misericordia ¿qué mejor que reorientarla hacia los animales (domésticos). Los animales admiten una dominación infinita, lo que satisface el egocentrismo del homo sapiens que pretendió dominar a la mujer pero últimamente se le ha vuelto remolona. En Roma no había mascotas porque su lugar lo ocupaban las mujeres (¡y los niños!). En una reciente encuesta la inmensa mayoría de sus posesores afirmaron que salvarían antes a sus mascotas que a otro ser humano. Significativo. Ya no somos una especie homogénea (con una identidad definida frente a otras especies). Somos trans-especies. Somos una simbiosis entre homo y mascota. Ya las aceptamos como hijos. ¿Cuándo las aceptaremos como amantes?
Y llegamos al pavismo. Entiendo por pavismo lo que Tiqqun definió en su texto: “Teoría de la señorita”. El pavismo consiste en utilizar los reclamos de la afección para obtener una ventaja. Se podría llamar coquetería (lo que la confinaría a las mujeres), infantilismo, peluchosidad, etc. Apela al sentimiento de conmiseración que tienen los humanos por los cachorros, por los inferiores o por los desvalidos. En una palabra: por la dominación. El pavismo involucra toda una serie de actitudes de sometimiento que pretenden obtener sus fines de forma no violenta. Es evidente que las mujeres han tenido que refugiarse en ese campo durante milenios (la bella y la bestia)… no precisamente por su elección. De una forma amplia podríamos decir que el pavismo es la inteligencia de los afectos. Spinoza estaría contento de que los afectos cobraran esta importancia aún cuando el los pensara en plano de igualdad con la inteligencia. Pero el pavismo, entre otras cosas como derecho inalienable de la mujer, tiene mucho recorrido. Cuando los afectos (las emociones) se equiparen a la inteligencia (las razones) el pavismo estará en plan de igualdad con las estrategias de la razón.
Porque los políticos han entrado a saco en el pavismo y el mascotismo. Diaz (a la que bien podríamos llamar: la mohines), practica la peluchosidad día a día. La llamada Ayuso (y no por reivindicar el apellido de su madre sino por darse importancia con un apellido menos vulgar) no pretende convencer sino ser la mascota, el peluche, la pava, de todos los madrileños. No pretende ni que la entiendan, ni que la admiren, ni que la consideren. Pretende que la adopten. Diaz es la mascota de Madrid. Alguien a quien se quiere, se consiente, y que nos seduce con su pavismo. Dice estupideces pero hace mohines, marca hoyuelos, habla quedo. La Diaz es alguien cuya cualidad no es su capacidad de gobierno (quién espera de su mascota que se gobierne) sino su peluchosidad, su disposición a ser acariciada, mantenida, consentida… y a instalarse de por vida en su posición.
No veo mucha diferencia entre alguien que entrega su cuerpo u otro que entrega sus afectos. Como no veo tampoco diferencia con alguien que prostituye sus ideales. Los bonobos cambian comida por sexo. ¿Son por ello los inventores de la prostitución? La prostitución es una lacra social, pero es una práctica habitual. Y no solo mediante el cuerpo, sino con los afectos y con las ideas. Evidentemente en el caso del cuerpo estamos en el nivel más básico y por ahí hay que empezar, pero las prostituciones son muchas y en ningún caso desdeñables. ¿Qué diferencia hay entre vender el cuerpo, los afectos o las ideas? Yo os lo diré: en los dos últimos casos… absoluta, porque en esos casos es el campo privilegiado de la política.
El desgarrado. Enero 2022.