» 20-04-2022

Reflexiones tipográficas 362. Deporte, comisiones y corrupción. La verdadera historia.

Piqué se embolsó 24 millones por mediar entre la federación española de futbol  (FEF)y los emiratos árabes para que la supercopa se celebrara en Arabia, es decir se operara una separación traumática entre la afición próxima y el deporte. El contrato -modelo de ingeniería especulativa- exonera a la FEF de cualquier comisión (que hubiera sido ilegal) aunque deja dos cabos sueltos que hacen sospechar que éstas existieron: Rubiales cobra más cuanto más dinero gana la FEF y la FEF condiciona el contrato a que Piqúe cobre su comisión. La polémica está servida sobre todo en ese debate eterno entre lo legal y lo ético que los políticos soslayaron en la redacción de la Constitución desligándose de cualquier colegiación profesional y por tanto del tribunal deontológico (ética profesional) que la acompaña. Teniendo en cuenta que esa dispensa de colegiación supone además la imposibilidad de exigirles responsabilidades civiles por los daños causados en razón de su cargo, hace pensar que la eterna discusión entre lo legal y lo ético tiene una fácil solución: que los políticos se ajusten a lo que ya se ajustan los ciudadanos: la colegiación obligatoria.

 

Pero la corrupción y el deporte se remontan a mucho tiempo atrás: a la dictadura franquista. La dictadura restringió radicalmente la libertad de asociación. El partido, el sindicato y la religión únicos era una clara discriminación hacia los otros partidos, sindicatos e Iglesias, pero el modelo del Uno trascendió a algo más que a la jefatura del estado y del ejército (y quizás de la Iglesia). Pero siguiendo la fórmula de “pan y circo” el deporte gozó de un estatuto especial. El deporte necesitaba directivos y los que aspiraban a cierto poder político (recordemos a Nuñez afirmando que mandaba más que el presidente del gobierno) se apuntaron al carro deportivo. Incluso algunos como Gil, dio el paso a la política con aquel inefable partido a medida que se llamó -como no- G.I.L. de infausta memoria. Pero mientras esto ocurría en los clubes, en las instituciones del fútbol los mangoneadores hacían su agosto. Plaza el “capo” de la Federación y Pío Cabanillas ministro de deportes fueron el objetivo de aquel periodista deportivo: J. M. García, “el butanito” que también trató de pasarse al periodismo serio desde el deportivo (en el 23F, sin ir más lejos). Durante el fascismo todos estos personajes eran elegidos a dedo, pero cuando llegó la democracia nadie pensó que el deporte debiera participar de esta democratización.

 

En aquellos tiempos existían los representantes de los deportistas (que posteriormente se sustituyeron por sus familiares), los ojeadores y los intermediarios que cobraban suculentas comisiones por mediar en el contrato de los jugadores. Pero aquel pastel era demasiado apetecible, por lo que los directivos se convirtieron en intermediarios. Se abandonaba así la idea de que la dirección de un club deportivo añadía al éxito empresarial la visibilidad y la popularidad, puesto que la fortuna se daba por supuesta. La dirección de un club se convirtió en un negocio (y si no que se lo pregunten a Bertomeu que cobró 2.000 millones por el traspaso de Neymar y dejó al Barça arruinado). Los traspasos de jugadores -comisión mediante- se convirtieron en el gran negocio hasta el punto que las canteras se convirtieron en bancos (y no banquillos) y la iteración de traspasos de ida y vuelta (Cesc Frabregat) en el negocio interminable.

 

Pero los directivos institucionales no podían ver aquel tráfico de dinero sin meter la mano. En un momento que el deporte internacional caía en la corrupción especulativa (COI, FIFA) a cambio de dinero y el tráfico de drogas se convirtió en cometido de los entrenadores y directivos, el negocio de los directores deportivos crecía y crecía. Y a la política “seria” aquello les parecía bien por que la foto con el ganador o la visita del equipo triunfador daban muchos votos. Y así avanzó la corrupción en el deporte ante la impasividad de los políticos (como si lo de Gil en Su alcaldía no fuera suficientemente alarmante). Que en esa escalada hayan aparecido los comisionistas “free lance” no me parece sino la evolución lógica. Acabamos de contemplar como los propios aficionados se meten en el negocio de la especulación revendiendo sus entradas al enemigo con tal de hacer un dinerillo (Barça-Eintranch)… con las consecuencias que sabemos.

 

Lo que es evidente es que la ingeniería especulativa ha llegado a un punto que es imposible trincarles por lo legal. Si los médicos, los arquit4ectos, los ingenieros tienen la obligación de pasar por un código deontológico y la obligación de suscribir un seguro de responsabilidad civil para hacer frente a las eventualidades catastróficas de su trabajo, ¿por qué no deben hacerlo los políticos y los comisionistas? ¿Por qué hay un doble rasero? ¿Qué quiere decir igualdad? Los daños civiles que causan estos últimos son tan importantes como los que pueden causar los profesionales citados. Claro que si con el principio de igualdad del Emérito han conseguido que tenga permiso para matar (su inviolabilidad alcanzaba a cualquier acto y no solo -como sería lógico- a los de gobierno) ¿qué no conseguirán con el principio de responsabilidad de los profesionales? Claro que los políticos no son “profesionales”. Lo suyo es vocación de servicio. Pues si son profesionales, que se ajusten a las condiciones deontológicas y de responsabilidad de serlo, y si no, que se larguen a la privada después del primer mandato. No es tan difícil ¿no?

 

Sobre este asunto de las políticas no institucionales podríamos hablar de las ONG, de la política gremial (cámaras de comercios, consejos comarcales, colegios profesionales, Diputaciones) o de la política eclesiástica (que ha encontrado su propio filón especulativo, en el IBI, la inmatriculación de inmuebles que no le pertenecen, las subvenciones o las atribuciones a través del IRPF). “Es el mercado, amigo” nos diría Rato. Pues si el liberalismo capitalista es insoslayable, que se ajusten a su función colegiándose, y en el caso de la Iglesia dando “a Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar” es decir: metiéndose la lengua en el culo. Piqué solo es el último capítulo de una historia anunciada. La pregunta es ¿Van los políticos a hacer algo para deslindar el trabajo de los funcionarios del de los políticos? ¿Van a aplicar la igualdad obligando a los políticos a someterse a un código deontológico y a su correspondiente responsabilidad civil? Es evidente que no. Era una pregunta retórica.

 

Eso sería lo justo o, como el espionaje a facciones enemigas, ¿es un secreto que no se puede desvelar por razones de estado? Del “estado” de corrupción generalizado en el que nos ha instalado esta democracia (nominal) de nuestros amores. Con este panorama ¿os extraña que la ultraderecha avance a pasos forzados? La desigualdad no solo es patrimonio de ellos sino que. su combate debería ser modélico entre los demócratas. Todos esos crápulas no están haciendo otra cosa que lo que los políticos hacen cada día. La mujer (hombre) del Cesar (Cesarina) no solo tiene que ser honesta. Tiene que parecerlo. La función didáctica de los políticos es esencial e insaparable de su función gestionaría. Porque si no, se fomenta la emulación. Y en eso estamos.

 

El desgarrado. Abril 2022.




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