» 05-05-2022

Reflexiones tipográficas 364. Aborto y emancipación femenina.

Se filtra un documento del Supremo USAno en el que se plasma la intención de  éste de dejar en manos de los diversos estados la regulación del aborto. No es casual. Trump ya manifestó (y realizó) su propósito de cambiar los jueces del Supremo por homólogos antiabortistas. Muchos de esos estados ya anuncian su propósito de recortar o hacer desaparecer la ley del aborto. Se anuncia la creación de la figura de la personalidad fetal que equipararía al feto con el recién nacido, es decir con una persona humana civil. Casi siempre se ha planteado el debate del aborto como un problema de los derechos del feto versus los derechos de la persona. El argumento (religioso) es que el concebido no nacido ya es una persona humana. El código civil exige el nacimiento. Los argumentos negativos como las consecuencias desastrosas para las jóvenes embarazadas de la inexistencia de la ley, no han tenido eco. No es casual que  el creacionismo y el antiabortismo vayan de la mano. Pero -en este caso- no voy a hablar de los derechos del feto sino de los derechos de la mujer (y del ciudadano).

 

¿Puede un estado laico (es decir en el que dios no tiene nada que decir sobre las leyes civiles) determinar lo que ocurre en la intimidad orgánica de una mujer? ¿Alcanza la ingerencia del estado a fiscalizar lo que ocurre en el interior de la persona? Volvemos sobre el tema de la huelga de hambre o del suicidio. ¿puede el Estado obligar a comer a alguien que no quiere hacerlo? ¿Puede el estado obligar a una mujer a tener un hijo no deseado? La barrera de lo social es la piel y nunca se ha pensado que la ley civil pueda adentrase en el interior de los ciudadanos, de lo mental o de lo físico (aunque se ha intentado, profusamente). Permitimos que los ciudadanos se envenenen con alimentos o ambientes nocivos, tomen decisiones como su propia muerte, o se suiciden a copas o a drogas. Existe libertad de pensamiento. Pero no para todos. Dios no se detiene ante la piel y controla también el interior de los ciudadanos (los pecados de pensamiento, por ejemplo). La diatriba entre una y otra posición es la religión, la existencia de Dios. La misma posición que permite -en los estados en los que Dios es el origen de la ley- la lapidación de las adúlteras, la mutilación de los ladrones, la tortura de los disidentes. La misma ferocidad percibo en la prohibición del aborto, de la eutanasia o de la altersexualidad.

 

El fenómeno de los jueces “ideológicos” crece sin parar. Al parecer los jueces no deben aplicar las leyes humanas, civiles, penales, administrativas, sino las leyes divinas de determinadas facciones religiosas. En el mejor de los casos esas ideologías son políticas, pero en el peor son sectarias, sesgadas, sanguinarias (como cuando anteponen la vida del feto a la de la madre) o crueles (cuando obligan al nacimiento de un niño producto de una violación). Asistimos al fenómeno de la ley (política, divina, tradicional) por encima de la ley (civil, penal, administrativa). La pena no basta para redimir la culpa y los que fueron terroristas, separatistas, delincuentes deben sufrir una segunda condena social de por vida. Incluso intentar cambiar la Constitución se considera un ataque malicioso contra el Estado. En el caso del aborto las consideraciones político-religiosas se anteponen a las civiles. Incluso las necesidades sociales de perpetuación de la especie se anteponen a la voluntad individual de las mujeres, como la defensa de la patria se antepone al derecho a la vida de los soldados. Los datos de USA revelan que el 54% de los ciudadanos están a favor del aborto el 28% en contra y el 18% están indecisos. Pero la mayoría de los jueces están en contra y eso será lo que prevalecerá en una planaria demostración de que la democracia no existe.

 

La ultraderecha (el fascio) antepone la patria y la religión a la ley civil y además se permite recomendar la violencia como forma de aplicar su cumplimiento, más allá del castigo penitenciario: la pena de muerte, la tortura, la cadena perpetua (la pena indefinida revisable). Dentro de las llamadas “democracias modernas”, las cloacas del Estado se encargan del trabajo sucio, de los gastos inconfesables, de la conculcación de los derechos humanos. Pero no basta. Se trata de volver a la dominación pura y dura de los ciudadanos, sometidos a un poder absoluto disfrazado de democracia teológica o de fascismo de derechas o de izquierdas. Está claro que los derechos individuales (reunión, asociación, libertad, intimidad, librepensamiento, etc.) son hoy molestos para el Estado. Y si los derechos humanos son exhibidos por las mujeres, los colonizados, los altersexuales, las minorías, el planeta o los animales, entonces… con razón de más. La nueva democracia es una democracia orgánica (de amplias resonancias franquistas) o tutelada, pues el pueblo (como decía Hegel) posee la soberanía pero no debe gestionarla. Para eso están nuestros políticos jueces y legisladores.

 

Vamos hacia una nueva sociedad de clase en la que solo subsistirán dos clases: los dominadores y los dominados y las leyes que la regirán serán las establecidas por los primeros. La distopía está servida. Solo hay una solución y es que los grupos sojuzgados por los dominadores se revelen contra éstos e intervengan activamente en política. Las mujeres, los altersexuales, los ecologistas, los animalistas, los jubilados, los científicos, los jóvenes, deben tomar la voz y reclamar sus derechos mediante la única herramienta que se les permite: el voto. Tal como lo hicieron los trabajadores en el SXIX estos colectivos deben unirse y reclamar sus derechos (y de paso acabar con las mayorías políticas absolutas). El ejemplo de la ultraderecha es sisntomático. Mediante una disciplina militar (que no excluye la violencia), una defensa numantina de la Patria, un análisis sesgado del desastre, la integración de minorías anecdóticas (pero desamparadas por el poder): cazadores, taurinos, cornudos, autónomos, tradicionalistas, patrioteros, machistas, elites, etc. Dios como ejemplo máximo, y el coraje de aplicar todo ello, han conseguido movilizar al 20% del electorado. Y con ello no quiero decir que haya que seguir sus métodos sino solo su capacidad de lucha. Hoy -como siempre- el pueblo unido jamás será vencido. Todo reside en la unidad. ¡O intervenimos en la política o estamos listos!

 

Hasta que no se constituyan el partido de las mujeres, de los inmigrantes, de los jubilados, de los jóvenes, de la ciencia, del planeta, de los animales, etc. -es decir de las transversalidades oponibles a esas minorías que ha integrado la ultraderecha, y a la tradicional división laboral en derechas e izquierdas- no habrá nada que hacer. Los derechos no caen del cielo. Por el contrario el cielo solo atiende a los derechos de Dios… y de sus representantes en la tierra: diáconos y meapilas. La metafísica (pensamiento único, pares de oposiciones excluyentes) es el enemigo (padre, padrone). Los pensamientos sectoriales son imprescindibles, desde las mujeres a los ecologistas. El derecho al aborto ( y ya puestos: a igual salario, al respeto, al cuidado de la maternidad libre, a la paridad, etc.) solo se garantizará desde la intervención de las ciudadanas en la política. O seguiremos igual que ahora. O probablemente: peor.

 

El desgarrado. Mayo 2022.




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