» 05-09-2022

Reflexiones tipográficas 373. La dominación; la gran mentira.

En nuestro pasado biológico la dominación, la ley del más fuerte, es la relación dominante. Aún así existen modos de atenuar o desconectar esa ley: la jerarquía, la reorientación, el sometimiento, el juego…que nosotros hemos ampliado con el humor y al amor.  En el mundo del instinto (pautas de comportamiento estereotipadas, repetitivas y universales) estos modos de reconducir la agresividad (Lorentz) evitan la confrontación catastrófica. Porque es la agresividad la que sustenta la dominación. En general toma la forma de rituales, siempre realizados de la misma manera de modo que sean fácilmente distinguibles e identificables. La aparición de la razón y la libertad trastocó estas sencillas normas de convivencia. Hubo que sustituir la inmovilidad del instinto por pautas racionales que perseguían lo mismo: que de un antecedente se siguiera siempre el mismo consecuente: el pensamiento necesario, y además que fuera universal, se produjera en todos los casos. (ver la nostalgia del instinto). La aventura de la mente humana es la de la senda de este anhelo. El fin último fue conocer el mundo y dominarlo. Cambió el modo pero no el fin: la dominación.

 

Los caminos fueron múltiples y siempre involucraban una lógica, si entendemos por lógica un modo de pensamiento (uso de la mente) que pretende alcanzar la certeza, la verdad, o el conocimiento cabal. La teología puso a dios (o dioses) en la explicación del mundo. Era heredera de las kratofanías (manifestaciones de la fuerza y las hierofanías (manifestaciones de lo sagrado) y de la magia (Eliade). Viene a ser como un instinto cultural. Pero también era heredera de la topología (la verdad reside en ciertas cosas, sitios o personas). Evidentemente también existía la intuición, continuadora de la omnipotencia de las ideas, en una era en que bien podríamos englobarlo todo en la mitología (el mito como forma de verdad… y su expresión: el relato). La superstición se erigió en sistema y la magia en tecnología. La causalidad simple bastaba para todo este tipo de pensamientos.

 

La analogía marca el umbral que inicia la razón tal como la entendemos. La analogía relacionaba cosas o situaciones por su parecido o por su situación (y permitía su sustitución en lo mental). La igualdad sería su máxima expresión. La analogía -vía metáfora y metonimia- inicia un pensamiento autónomo aunque escasamente simbólico. La analogía es un pensamiento en imágenes pero que ya permite clasificar y ordenar el mundo en clases de objetos que pertenecen a una familia, la partición de lo sensible (Ranciére). El tótem (la división de las tribus en clases y el tabú (las normas simbólicas de comportamiento en esas divisiones) (Freud) se avienen muy bien con esta novedad intelectiva. Superados los ideogramas (el lenguaje en imágenes) aparece el pensamiento simbólico (numérico y alfabético), el lenguaje posicional (el valor de los números y las letras se define por su situación y no por su imagen aislada), y con él, la capacidad de abstraer, de relacionar y en definitiva de pensar. La inducción, la deducción (y quizás la abducción: Agambem) marcan la preponderancia de la lógica formal en el pensamiento.

 

Y así alcanzamos la metafísica en el SV a.c. como sistema de pensamiento que persigue y sistematiza la forma de conocimiento y control del mundo… y de paso la dominación del hombre por el hombre (Hobbes). Sobre la metafísca ya he hablado mucho (“La muerte de la metafísica”)

 

Pero el objetivo de la dominación no se había atenuado durante los milenios que duró la aventura. Lo único necesario era darle nuevas reformulaciones de modo que la gran división de lo sensible: los dominados y los dominadores, se mantuviera omnipresente. La historia de esas reformulaciones es la historia del poder. Porque el poderoso es, simple y llanamente, el que domina. El ser humano es naturalmente social lo que conlleva unas virtudes de solidaridad, altruismo, generosidad, cuidado, que se llevan mal con la dominación. Era preciso que esas virtudes se reprimieran pero no que desaparecieran, pues mantenerla en la clase de los dominados, constituían un filón para la clase de los dominadores. En aquel momento se estableció la división en clases fundamental: los dominados que practican las virtudes citadas y los dominadores que no lo hacen como medio de perpetuar su poder. Pero la desigualdad es la evidencia de la dominación y eso había que ocultarlo. Se relegó la igualdad a la esencia, al fuero interno del ser humano, incluso el cristianismo elevó la inferioridad a la categoría de virtud. El poder, la riqueza, el dominio, no son sino detalles en una identidad esencial que nos iguala a todos. incluso se llegó a acuñar el mantra de la maldición de ser rico y poderoso, cantada por los juglares, los literatos y los cineastas (en una perversión del relato al servicio del poder). Mantener esa ficción es la base de la dominación, es la gran mentira.

 

Porque las pequeñas mentiras son el medio de mantener la gran mentira. Y esas pequeñas mentiras (muchas veces enormes) son la ética y la moral (que solo son aplicables a los dominados), la democracia (el gobierno del pueblo que nunca existió), la igualdad (que tampoco… como nos enseña el emérito, los oligarcas, los políticos y las clases poderosas), el conocimiento (que se perpetúa por clases) o la justicia (que es rehén de los poderosos y los políticos). Toda nuestra sociedad está permeada por esa desigualdad siempre negada y férreamente mantenida. La dominación de género (que ha obligado a las mujeres e refugiarse en los pliegues del micropoder), de la heterosexualidad (que los relegó al armario de la invisibilidad), de los colonizadores (entre cuyas lindezas se hayan: la esclavitud, la imposición de una cultura y religión, el esquilmado de sus pertenencias y sus materias primas, y la condena a una vida paupérrima o una muerte en patera). Pero también podríamos hablar de los trabajadores, de los no nacionalistas, de los enfermos, de los distintos… La mentira se ha convertido en la palabra del político. No tiene otra, pero no podemos perder de vista que todas las mentiras se dirigen a mantener la gran mentira: la ficción de la igualdad en un mar de dominación.

 

¿Existe redención (revolución) para una situación como esta? Lo dudo, pero no hacer nada solo conduce a que la dominación sea cada vez mayor. No se trata de cambiar las cosas sino de pararlas. Los políticos con su estulticia han echado a los ciudadanos de la democracia. Se vota como se va a Eurovisión: porque es la fiesta de la democracia. En absoluto porque se piense que el voto tenga ningún valor… ni para escoger las canciones ni para cambiar la política. El principio de sostenibilidad nos obliga a no dejar un mundo, a nuestros hijos, peor del que nos dieron nuestros padres. Solo por eso nos tendríamos que tomar la política más en serio. El voto, como único medio de participación democrática, es muy poco. Pero menos es nada y la desigualdad y la dominación aumentan. Como rezaba la pintada en las calles de Santiago de Chile cuando se produjo el éxodo masivo de ciudadanos huyendo del horror de la dictadura: “el último que apague la luz”. O como decía aquel preboste de la igualdad, Rato: “¡es el mercado, amigo, es el mercado!”

 

El desgarrado. Septiembre 2022




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