» 15-05-2025 |
Ha hecho falta que se suscite la cuestión de las máquinas inteligentes para que volvamos nuestra vista al tema de la inteligencia. Durante años la inteligencia era el patrimonio del ser humano a lo que no era ajeno el problema de la centralidad. La tierra era el centro de nuestra galaxia, la vía láctea el centro del universo, el ser humano el centro (y culmen) de la creación/evolución, etc. Hasta nos inventamos aquello del principio antrópico que depositaba la razón de la existencia del universo en nuestra propia existencia. Debió haberse llamado el principio de: “¡total, para qué…!”La ciencia ha sido la máquina de descentralizar al hombre de su delirio de principalidad. Porque el hombre se resiste a no ser el rey de la creación y para ello dispone de la trascendencia: reinar después de morir. Desde la vida eterna (el paraíso) hasta dejar huella en la memoria o crear un linaje, el hombre tiene la necesidad imperiosa de sobre-salir de una existencia corta y anodina. Y digo el hombre (y no el ser humano) porque la mujer lleva la trascendencia de serie: la creación de la vida ¿Cómo se puede competir con eso? Era una pregunta retórica, todos lo sabemos: sojuzgándola, ninguneándola, vituperándola. La cuestión -como comprobó Darwin en sus carnes- es que inteligencia y humanidad eran uno y lo mismo.
Ahora estamos en la fase: ¡que vienen las máquinas inteligentes! Como si el binomio máquina-inteligente fuera una mezcla explosiva que nos puede aniquilar. No es la inteligencia de las máquinas la que nos aniquilará sino la inteligencia de los hombres. Y la prueba es que la primera batalla ya la ha ganado la inteligencia biológica… en el momento en que la inteligencia artificial se va a desarrollar imitando a la biológica. La inteligencia artificial serán humanos de hierro y no hierros pensantes. El punto crucial ha sido (a parte de la impotencia de construir un ordenador que ni tan siquiera se aproxime al rendimiento del cerebro humano) es que ser humano es tener defectos y si las máquinas deben ser como-humanas será a imagen y semejanza de los hombres… con todo lo que eso supone de amenaza. Si la humanidad ha conseguido logros, también están ahí los fracasos, en especial la dominación, ese afán desmedido de principalidad (individualidad, poder, riqueza, distinción, etc.). Solo citaré uno: no se ha conseguido acabar con las guerras que cada vez son más sangrientas y justificadas por intereses más y más espurios. Lo de Ucrania y Gaza -por citar las que tenemos en el “primer” mundo- es, simplemente bochornoso. Y desde luego, pone en duda la racionalidad de nuestra humanidad.
La última noticia sobre la IA es la de los robots asesinos que como perros descabezados se han convertido en los soldados modernos, con “permiso para matar”. Porque en eso consiste su inteligencia: en decidir sobre la vida y la muerte de humanos -que como los gazatíes- su único delito es estar en el sitio equivocado y en el momento menos oportuno. Estamos en el punto de no retorno. No será “Al” -el robot que no se deja desenchufar de Kubrick- quien nos amenace, sino el político que ha encargado al científico un arma que puede decidir autónomamente si mata o no humanos. Ahora vendrán las justificaciones de que si la disuasión, el para bellum, “yo no quería… pero” cuando la realidad, la cruda realidad, es que el permiso para matar lo han concedido los políticos y lo han construido los científicos. Por supuesto que esa licencia no la van a utilizar con otros robots (para eso no hacía falta inteligencia) sino con humanos. El sueño de los militares de minimizar sus pérdidas (las de los propios militares) llega a su culminación: la guerra moderna solo tendrás víctimas civiles. Ya lo de los drones era siniestro, pero -por lo visto- lo de la muerte aérea era poco amedrentador. Las jaurías de perros con licencia para matar resultarán mucho más disuasorias. Los civiles nos hemos convertido en los rehenes de los políticos, la pieza de cambio de esa nueva guerra de aniquilación. Los soldados serán mecánicos pero lo que se pondrá en juego es la vida de los civiles. ¡Susto o muerte! La noticia añadía un toque macabro: las muertes serán responsabilidad de las máquinas y no de los políticos y los científicos que les concedan la licencia para matar. Ahí está el quid de la IA: los asesinos son ellas, las máquinas.
El nuevo comercio internacional es un comercio de vidas humanas, petróleo o tierras raras a cambio de vidas. Verdad es que con la robótica la mano de obra que sobrará en el mundo será ingente. Se impone ir ”aclarando” el contingente no fuera que -llegado el momento- se nieguen a colaborar (desaparecer) y se produzca una revolución. Estamos ante una nueva clase política que ha conseguido que la razón y los argumentos sean fútiles. Es la clase de los descerebrados. No necesitan inteligencia, solo convencer y para eso con los bulos, los fakes, la intoxicación informativa, “el ruido y la palabra” (Ranciére), basta. Se ha producido un transvase de inteligencia de los políticos a las máquinas. Las máquinas -que parecen perros -piensan lo que no piensan los políticos -que piensan como perros. ¡Respirad los mascotistas: son perros metafóricos! Aunque no sería descabellado incluir a los políticos en la clase de las mascotas: vagos, mantenidos, zalameros, traficantes de cariño, y si alguna vez falta comida… se comen al dueño. Putin, Trump, Milei, Orván, el chino, el coreano… la patrulla canina. Demócratas, humanistas, justos, sinceros, honrados. Nunca habíamos tenido un poder político tan lucido. Entre todos no suman la inteligencia de un perro. ¿Que puede salir mal?
La evolución es una forma de inteligencia en la que el azar propone opciones y la supervivencia las avala. Debe ser admirable puesto que ha terminado en el hombre. Hubo otras formas de inteligencia: la topológica, la analógica, la mitológica, la tópica, la axiomática, hasta llegar a la lógica e inaugurar las inteligencias algorítmicas: un formalismo/ley general aplicable al caso concreto. Los recientes estudios sobre el cerebro (esos que fundamentan la IA) han descubierto nuevos sistemas de inteligencia (basados en modelos), abandonando la exactitud (heurística) y la ontología (el ser como categoría fundamental): redes nodales distribuidas, en las que la conexión prima sobre lo conectado (se hace el camino al andar) y redes sociales (el consenso del Like) en la inmaterialidad de la nube en dodnde las multinacionales amasan todos nuestros datos que servirán para mejor manipularnos. La utilidad, la condensación de densidades, la inmaterialidad de los estados estables son el nuevo pensamiento líquido (Baumann). Este siglo alumbrará la revolución cognitiva que arrinconará el pensamiento racional, algorítmico, reglado, centralizado, lineal, etc. y alumbrará también el pensamiento artificial. Pero no la IA, sino un pensamiento ajeno a la razón y al servicio de los nuevos amos de la guerra. El pensamiento del consenso irracional, desinformado y descerebrado. Si la segunda parte del SXX alumbró el contubernio de los capitalistas conservadores y los gestores (políticos, societarios, especuladores), el SXXI alumbrará el contubernio con los científicos. La “razón” (despojada de cualquier sentido común) se convertirá en la razón científica (de la que ya ha sido expulsado el pueblo) y cuyo fin será justificar a los políticos en la neoesclavización, esta vez definitiva, de los putos parias humanos.
Creo que los mascotistas debería impugnar a esos soldados robóticos asesinos, cuya forma de perro atenta contra todo respeto a los canes. Ellos -que forman un ejército pacífico- podrían iniciar una huelga de mierda hasta que los robots asesinos abandonen la forma de perro y alternativamente tomen la de político o científico. Una huelga de mierda sería una huelga orgánica, una huelga poética, la recuperación del mundo para la vida… no solo opuesta a la máquina sino también a la muerte. ¡Perros del mundo, uníos!
El desgarrado. Mayo 2025.