» 30-06-2025

Reflexiones tipográficas 403. La generación gilipollas.

Somos hijos de nuestro tiempo y cada generación desarrolla un paradigma que lo identifica. El paradigma actual es el de la gilipollez. ¿Por qué? Como todo las cosas, los acontecimientos del mundo suceden por su propio impulso. Vivimos en la imposibilidad de la conspiración. Somos absolutamente incapaces de cambiar el curso de la historia. El muro de Berlin cayó cuando quiso, sin que nadie fuera capaz de preverlo. Es imposible predecir el discurrir de la bolsa. Nos distinguimos de los animales en nuestra capacidad de prever. Pues bien: nos distinguimos bastante poco. Aprendemos como ellos de acuerdo a la recompensa o el castigo que hemos recibido por nuestras acciones y más allá de eso…,¡nada!

 

El marco del que no podemos zafarnos es el capitalismo. Olvídense de razones, de sentimientos y de emociones. Reaccionamos por el interés, por la utilidad, por la recompensa. Tampoco el capitalismo es el destilado de determinados grupos de presión o de manipulación. El capitalismo es el destilado natural de nuestra evolución. De nada le sirvió a la evolución implantar el amor, la tolerancia, la empatía, la generosidad, el altruismo, en aras de una convivencia social  fluida. Al final el interés lo tiñe todo. No es una mala solución, ni siquiera una perversión. El egoísmo es una formula de supervivencia difícilmente superable y la utilidad es la cuenta que hace el egoísmo. El capitalismo se nos presenta como una opción económico-política pero es mucho más. El capitalismo es una metafísica tan potente como la que nos ha alumbrado durante 25 siglos… pero en la sombra. Si aquella se centró en el ser, esta se posiciona en la relación (el cambio) pero un cambio específico: el intercambio comercial. El comercio es el modelo de sociedad sobre el que nos asentamos; la mercancía es el equivalente universal del intercambio y el dinero el equivalente universal del valor. No en vano el interés ha acabado significando el margen comercial del dinero (convertido en mercancía) y la utilidad el beneficio. Cuando decimos bienes nos referimos a posesiones. Ni siquiera la iglesia católica de la pobreza pudo oponerse al calvinismo protestante de la riqueza. Dios veía bien que sus seguidores se enriquecieran. Weber dio en el clavo.

 

Todas las estrategias en las que estamos envueltos son estrategias comerciales. Nos roban nuestra personalidad (querencias, apetencias, deseos) investigando nuestro historial consumista. Primero nos convirtieron en masa, unificaron las apetencias. Ahora ya se ven capaces de tratarnos individualmente fabricando y ofreciendo los bienes que “necesitamos” individualmente (en ese margen de diferencia que es de risa). Pero la masa como representación del consumidor sigue siendo primordial. Vestimos la misma moda, oímos las mismas canciones, comemos la misma basura, producimos los mismos desechos urbanos, y compartimos la misma contaminación. Salirse del guión es la extinción, el repudio, la marginación. El ideal es ser lo menos distinto posible del ciudadano medio: ser miss o mister masa. Porque ¡ay de tí si te diferencias. Si tienes una enfermedad rara estás muerto… porque no eres objeto de la investigación de las farmacéuticas. El sexo, el hambre, el territorio… todo aquello que nos unifica -que nos hace iguales- es lo que el mercado necesita para esclavizarnos. Es lo que nos distingue (en su acepción de hacernos especiales, distinguidos). Y el modelo de todas las tendencias es la juventud: hacen mucho más caso de sus apetitos que los adultos (dicho de otra manera razonan menos). Tienen mayor recorrido vital. Están convencidos que su forma de entender el mundo es mejor, y todo su afán de diferenciarse se consume en la lucha contra la generación anterior: antigua, desfasada, errada.  Su narcisismo les empuja a presumir de todo, a mostrar lo que son sin ninguna prevención, para regocijo de los comerciantes. Por supuesto no quieren seguir los pasos de sus mayores ni estudiando, ni trabajando. Y como las mascotas, han conseguido engatusar a la generación anterior para que los mantenga, aloje, mime y consienta. 

 

El SXX fue el siglo de los prospectos, manuales, instrucciones y garantías. Todo era puntualmente descrito y explicado para que accediéramos a su uso mediante la razón. En el caso de los medicamentos era dramático: más que cómo te ibas a curar te explicaban cómo ibas a morir… aunque el mal uso de cualquier dispositivo era también motivo de muerte. La comprensión (como en la escuela) se desprendía de una buena explicación.  El final del SXX alumbró la desaparición de los prospectos. Los jóvenes no los leían y los viejos no los entendía. Se articuló una nueva estrategia: el uso intuitivo. El uso intuitivo consiste en que cada cual aprende el uso de los dispositivos (en absoluto cada vez más simples) de acuerdo a la intuición del fabricante. Fue la clausura de la razón y el retorno a la animalidad de la “prueba y error”. Los niños no tenían que madurar porque el mundo se había rebajado a sus expectativas y a sus limitaciones. Era un nuevo paradigma: la intuición (es decir la prueba y error). Ya no era necesario razonar con buscar a toda velocidad la salida del laberinto… bastaba. Los héroes de las novelas y las películas dejaron de ser ejemplares (buenos ciudadanos, padres, trabajadores, honrados, pensadores, altruistas, generosos) para convertirse en máquinas de destrucción masiva. La ejemplaridad del superhéroe. Mensajes pocos y concisos: la violencia, el triunfo, el sexo, el dinero… cuerpos escultóricos en cerebros de mosquito. Es un mensaje que pertenecía a la ultraderecha: violencia, chulería y coraje. Y así el SXXI se encaminó hacia el fascismo: los pensadores son sospechosos sólo los violentos son de fiar. Con simplemente consultar la historia es suficiente para ver que la violencia y la agresión, la lucha, han sido el modo de vida del hombre. Todo ese mensaje cuadra muy bien con el capitalismo: la vida es una lucha contra los competidores… y vale todo. Emprendedores/depredadores.

 

¡La razón ha muerto. Viva la fuerza! Las profesiones del futuro son el deporte, el arte (la música), la moda, los blogueros/emprendedores, pero sobretodo; los comerciantes: Gates, Bezos, Musk, Zuckerberg, El panorama del trabajo se simplifica: la agricultura desaparece a manos de la industria transgénica y de diseño. La industria desaparece a manos de la robótica. Sólo queda el sector servicios: todos cuidando de todos pero no con el mismo resultado económico: unos por unos pavos y otros por todo el oro del mundo. Todos con el mismo trabajo pero con muy diferentes retribuciones: la pura desigualdad, sin disfraces. Por primera vez en la historia de la humanidad los jóvenes prefieren no trabajar que trabajar en lo que no les gusta o no rinde lo que ellos quieren. Lástima que se produzca cuando la robótica va a acabar con todos los empleos. Podría haber sido una buena contrapartida al capitalismo. La única incógnita que nos queda es ¿Cómo masacrarán a la clase trabajadora obsoleta? ¿Cómo en Gaza? Todos somos masa pero nadie se reconoce en ella. Este tipo de miopías son las que pasan factura. La cuestión es que todo el esfuerzo comercial se dirige hacia esa masa que es la juventud. Lo que para los políticos fue la educación para la política (ciudadanos zombis) ahora lo es para el comercio: consumidores zombis. Y cuando el sujeto de la historia, de la ciencia, del comercio y de la propaganda es la masa, es que el individuo ha desaparecido. El individuo como hecho diferencial ha muerto. Quizás por eso los neonazionalismos. Hay que convencer que el hecho diferencial existe y quien lo encarna ¡eres tú!

 

Cuando en los ochenta trataron de diseñar automóviles con ordenador todos salían iguales. ¡Normal: con las mismas premisas salían los mismos resultados! Había que esperar a la IA. A que las máquinas crearan además de calcular. Ahora ya conocen el secreto para que creen: que sean tan imprevisibles/imperfectas  como los humanos. Nos hemos quedado en la imperfección maquínica en vez de en la imperfección humana. Las máquinas tienen que aprender, equivocarse y rectificar., Las máquinas tienen que ser humanas. Y por supuesto con metas humanas, imperfectas, sesgadas por el deseo y quizás por la emoción. Seguro que por la utilidad. No serán las máquinas las que nos esclavicen sino los neohumanos mecánicos. Cuando el hombre ya no se distinga de sus prótesis cuando converja con el ziborg, entonces  estaremos en la IA. Educamos a los individuos para ser masa y les engañamos con la publicidad: ¡porque tú lo vales! Así las cosas no hay salida: somos masa, nos comportamos como masa y nos tratan y educan como a masa. El paradigma de Matrix: somos puramente energía, la gasolina que alimenta el sistema, pura potencia pero sin realidad alguna. Animal racional gilipollas ¡Táchese lo de racional!. Esa es nuestra especie. Pudimos haber pensado pero dejamos escapar la ocasión. Delegamos en los científicos como si pensar fuera una labor profesional. Sólo hace falta verlos peleándose por el Nobel para darse cuenta que tambien pertenecen a nuestro rebaño. Instalados en una neotenia perpetua, despreciados por los jóvenes y compadecidos por los mayores hemos alcanzado nuestro nivel de incompetencia (Peters). ¡El último que se vaya, que apague la luz! ¡Que siga la pantomima!

 

El desgarrado. Junio 2025.




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