» 11-03-2024 |
Recientemente hice un breve repaso de las fantasías sexuales de nuestra especie, a las que añadimos una fantasía cognitiva masculina:: el superhéroe. Ésta, forma parte del complejo épico, epopéyico y heroico que el macho humano desarrolla en su evolución y que astutamente recoge la metafísica. Pero no solo de gloria vive el hombre, y las fantasía cognitivas se multiplican. Tal como vimos en el caso de las fantasías sexuales, no existe simetría entre las masculinas y las femeninas. Las fantasías responden a la estructura más esencial del género, hasta el punto que podemos considerarlas los primeros universales del raciocinio y por tanto la base del pensamiento racional. La razón -ya lo he indicado- es la institución de la verdad como algo objetivo, que reside en el mundo y no en su huésped privilegiado. La verdad al margen de Dios, al margen del hombre y ajena al relato. Porque es el relato la primera estructura de verdad (verosimilitud), el primer conocimiento. ¿Pero qué es una fantasía?
La fantasía es una ficción (no es real), pero es tan conveniente que es tomada como tal (aquel “si non è vero è ben trovato” de los italianos). Lo que nos remite a ¿qué es la ficción? Para Ranciére la ficción no tiene que ver con la imaginación o la invención. La ficción es una estructura de realidad. Es decir: no contiene la verdad pero tiene la forma de su continente. Es un significante de verdad que no tiene significado de verdad, sino solamente oportunidad o conveniencia de verdad, de aquello que se pone en lugar de la verdad. Rancière utiliza este concepto topológico para definir el arte moderno: “aquello que se pone en el lugar en el que anteriormente (históricamente) hubo arte”. No es difícil encontrar aquí el recurso a la recursividad, ese concepto matemático que la lógica (y la linguística conceptual) rechazan y que Hofstadter utilizo con profusión en su libre: “Gödel, Escher, Bach”: Utilizar lo definido, en la definición. La recursividad -es junto a la inducción- el otro antipilar de la antilógica. En la religión Dios es lo que se pone en lugar de la verdad (“Yo soy la verdad y la vida…”), su omnipotencia le concede la autoridad topológica de la verdad absoluta. La verdad es una verdad revelada, adquirida por fe. Es otra escena.
Desde que Aristóteles dijo aquello de que el hombre es un animal racional (zoon politikon) lo importante de la idea fue demostrar que lo racional absorbía a lo animal hasta hacerlo desaparecer. No se puede ser el cúlmen de la creación (o de la evolución) siendo un pobre animal. Y así se creó la fantasía de la racionalidad exclusiva del ser humano (aunque, bien mirado, fue la racionalidad exclusiva del hombre, por cuanto la mujer pronto quedo excluida del Logos). Pero la cosa venía de mucho más lejos (Aristóteles simplemente le dio forma). Si pensamos (con Arsuaga y Martinez, pero también con De Waal) que el aparato fonador y las áreas especializadas del cerebro ya garantizaban la palabra (el lenguaje) hace 2 m.a.(y es difícil pensar que la evolución dotara de las herramientas para hablar… para no usarlas) y que la dominación del fuego y el pensamiento abstracto se producen entre 0.2 y 0.3 m.a. atrás, nuestra especie tuvo 1.7 m.a. para racionalizarse (pasando por una encefalización exponencial), para despegarse de ese animal que la ensombrecía. Durante todo ese lapso de tiempo el saber reside en la mujer (la acción es el campo del hombre). Su posición de observadora (madre que contempla al hijo), recolectora (clasificadora), manipuladora (fabricante de utensilios, guardiana del fuego), inventora (de la agricultura) la convierten en la parte intelectual de la humanidad, en la depositaria del saber general. No será hasta la llegada del Logos (Irigaray) que el hombre dará el golpe de mano para adueñarse del saber, expulsando, de paso, de éste, a la mujer.
La autoconciencia, el conocimiento de su propia valía, fue el detonante de su rechazo de su parte animal. Pero la autoconciencia (hoy lo sabemos) es también patrimonio de algunos animales (desde el cuervo y el pulpo hasta delfines y elefantes). Que la autoconciencia (la separación entre el ser humano y el mundo) diera lugar a la metafísica en el nacimiento del Logos, no quiere decir que sin Logos no hay autoconciencia. Y ese rechazo de la animalidad es la fantasía de la racionalidad del ser humano (del hombre). De pronto todo lo que los animales poseen es rechazable: sentimientos, emociones (resumidos en las pasiones), instinto. Se buscan con ahínco las diferencias que nos singularizan y se acrecientan y magnifican hasta constituirnos en seres exclusivamente racionales (Ver la sección “Animales racionales” en este blog). Aplicando el símil guerrero la razón es algo que se posee y no algo que se desarrolla: todos tenemos razón, todo el rato… “por la gracia de Dios”. El complejo de maestro (Irigaray) se convierte en el mantra de todo hombre (mujer excluida)., Frente a la triste realidad de que somos animales de costumbres se construye la idea de racionalidad que no encuentra casi ningún eco en la realidad de nuestra especie. La fantasía de racionalidad enmascara nuestra brutal (y nunca mejor dicho) animalidad.
El ser humano moderno (pero sobre todo el hombre que se autoconcede el privilegio de la razón, frente a la mujer expulsada del saber) no necesita la racionalidad en todo el día: los hábitos y las costumbres (mayormente residentes en el cerebelo y en la médula) le bastan para pervivir. Unos remedos de racionalidad como el sentido común (mejor clasificable como hábito que como razón), el libre albedrío (de las pequeñas decisiones, en un mundo tasado hasta la saciedad), el lenguaje (banalizado hasta el estereotipo hasta convertirlo en emoción y afecto)… en una palabra: la irracionalidad, son nuestro signo distintivo. Claro que hay personas que piensan en su trabajo y en su vida, pero son una minúscula minoría. Nos apropiamos como especie de los logros de unos cuantos genios como si fueran explicativos de la labor de la inmensa mayoría, relegada a la más estricta animalidad. El gregarismo, la manada, la hinchada deportiva, el “i like”, la socialidad sin objeto, nos caracterizan mucho mejor que nuestra razón individual, que si “haberla, hayla” pertenece más a la fantasía que a la realidad.
La racionalidad es el arma de que nos dotó la evolución para enfrentarnos a un mundo cambiante (no estereotipado), arma tan eficaz, que le hizo privarnos de cualquier otra. Pero no era “en vez de” sino “además de” y es esa parte la que no entendimos. Somos una especie sociable en la que los mecanismos de resolución de conflictos son sobreabundantes, y que se resumen más en emociones y sentimientos que en instituciones de derecho y de igualdad. Somos animales y racionales y en la omisión de esa “y” reside todo nuestro actual desatino. La fantasía de la racionalidad es un universal tan extendido que, a veces, es difícil percibirlo. Impregna nuestra vida como el agua impregna la vida de los peces. La racionalidad es universal en cuanto que afecta a todo el colectivo pero no en cuanto universaliza la racionalidad. Afecta al “todos” pero no al “racional”.
El desgarrado. Marzo 2024.