» 29-02-2024

Señoras y señores 100. Fantasías femeninas.

Antes de empezar unas pocas aclaraciones. En primer lugar las fantasías de las entregas de “Señoras y señores 98” eran netamente masculinas y sexuales,  excepto la de los superpoderes: el héroe, la gesta y la epopeya que -siendo netamente masculina- no son, sin embargo, sexual. ¿Por qué tanto sexo? La cosa viene de los primates: chimpancés y bonobos, que practican el dimorfismo funcional de género: para los machos el sexo y para las hembras la comida (De Waal). Esta división, proviene del principio de selección natural que facilita la supervivencia de las características más adecuadas para la especie. En este caso a los machos que más y mejor difundían su semilla (es decir, que más procreaban), y a las hembras que eran capaces de sobrevivir a la crianza y alimentación de una cría dependiente durante cuatro años. El sexo para ellas era, más una manera de obtener comida, que de aumentar su procreación puesto que óvulos solo hay uno al mes y la lactancia -sabiamente- inhibe el embarazo. La irremediable atracción de la maternidad se explica por el principio evolutivo citado. Como en la entrega 99 de “Señoras y señores”, vimos, algunas de las fantasías que afectan a ambos, ya es hora de empezar con las netamente femeninas.

 

La fantasía del príncipe azul es el resultado de la necesidad de la elección de un macho protector (valeroso, luchador, fuerte), poseedor de buenos genes (guapo, fuerte), pero sobre todo que proporcione la comida y la ayuda que la unidad familiar representa. Porque en nuestra especie además de las características primates citadas, ha hecho su aparición la familia nuclear, producto de la incorporación del macho al cuidado de la prole. La elección de pareja se convierte así -en la hembra- (en una cuestión de vida o muerte). A los rasgos de defensor y alimentador hay que añadir los de cuidador y constante (lo de la monogamia es una exigencia recíproca). Todos estos rasgos se concretan en el príncipe azul: Noble, guapo, entregado, con medios de subsistencia, etc. Aunque los cuentos de hadas acaban con el matrimonio, la alusión a “fueron felices” implica la permanencia de la unidad familiar por un tiempo indefinido. La fantasía, lejos de ser una ñoñería, es un programa del buen funcionamiento de la unidad familiar. El añadido de las hadas y los príncipes solo redunda en afianzamiento de la fortuna, la alimentación sobrada y el trato exquisito de los hijos. Confundir esta fantasía con el romanticismo puede ser algo más que una coincidencia.

 

El poder, la dominación en la mujer, adquiere tintes distintivos con respecto al hombre. También los primates son nuestra referencia. Tanto bonobos como chimpancés son adictos al poder y se estructuran en una sociedad en la que, tanto para machos como hembras, el rango y la jerarquía son imprescindibles (imprevistamente tienen valores positivos: De Waal)., Pero separadas, en una escala femenina y otra masculina. También los modos de establecimiento son distintos: el reto y la lucha para el macho, el reconocimiento tácito (sometimiento) o la edad, en la hembra. Las hembras interfieren (apoyándola) con la jerarquía de los machos. El caso de los bonobos es especial porque la jerarquía está liderada por las hembras y utilizan el sexo como pacificación de todas las disputas. Como además incluyen entre sus parejas ocasionales a machos de otras comunidades, los machos de bonobo son menos agresivos porque cualquier colectivo puede incluir a su descendencia y no hace falta pelear por las hembras, porque están siempre dispuestas (como medio de evitar el infanticidio, por la confusión de la paternidad). El poder femenino es ejercido colectivamente basado en la solidaridad de las hembras. En resumen: el sexo ha conducido al matriarcado, a la atenuación de la agresividad y a la desaparición del infanticidio. Las estrategias de poder de los bonobos se han convertido en parentales (madres e hijos) frente a la política de alianzas y de agresión de los chimpancés. El matriarcado representa que las hembras no tienen que mendigar la comida pues entra dentro de sus atribuciones repartirla, pero dado el respeto que practican respecto al poseedor (que no puede ser expoliado) y su facilidad para el sexo, la práctica de intercambio de comida por sexo es habitual. En situación de paridad y no de sometimiento.

 

La práctica de la familia nuclear ha hecho que el poder femenino se retraiga respecto al de los bonobos y se acerque al de los chimpancés. Pero se suscitan dos cuestiones: primero: ¿hubo una etapa matriarcal en la evolución del ser humano (Irigaray)? Dos: las mujeres han conservado la idea de igualdad (no sometimiento) aún cuando los hombre han tratado siempre de someterlas (o por lo menos, desde la aparición del logos: Irigaray) con la impagable colaboración de la religión. Ello conlleva que la búsqueda de la mujer de una esfera de (micro)poder (Foucault) ha sido constante. Ante el machismo imperante, esa esfera de poder se ha plasmado en la dominación pasiva: la imprescindibilidad y los resquicios del poder: las esferas de poder que no interesan a los hombres: el cuidado (la apariencia, el hogar, la educación de la prole, los ancianos, los enfermos, las mascotas, el huerto). La sororidad bonoba (inexistente entre los chimpancés) también tiene su presencia, sobre todo desde que el hombre incumplió en el SXX su pacto de colaboración familiar, al mandar a trabajar la calle a la mujer, para que colaborara en la alimentación de la unidad familiar. Al príncipe azul no lo mató la modernidad, sino el propio hombre con su incapacidad para cumplir su compromiso familiar. 

 

La fantasía de la imprescindibilidad ha creado el mito de la supermujer/supermadre, multiárea y multipuesto, parelelo al del superhombre masculino, pero de tintes absolutamente distintos, y que el machito herido a vuelto en contra de la mujer, como ha hecho con la igualdad o la sororidad, el trabajo robado al hombre, o el aborto… por citar unos pocos ejemplos. El reciente hecho de la mujer trabajadora ha puesto en el candelero la cuestión de la jerarquía entre el desarrollo de la mujer como ser individual, profesional, y de su trascendental (literalmente) papel de madre, hasta el punto que determinados feminismos abogan por el desarrollo personal (dando por supuesto que la maternidad no es personal). El hombre -que ha envidiado siempre la maternidad hasta el punto de apropiársela con el expediente del género único (Irigaray)- ha empezado a lloriquear por su masculinidad pisoteada, aduciendo discriminación. En el marco de que la mujer puede individualmente optar o no por la maternidad (como puede optar o no por el aborto), es decir: no existe obligatoriedad maternal, es evidente que el poder de dar vida es el poder más significativo de cuantos adornan al ser humano. Quizás por ello no ha perseguido la mujer el poder como lo persigue el hombre. La mujer nace con la trascendencia ya puesta. 

 

Si en una determinada época de la historia las amas de cría sustituían a las madres sin leche, es posible que dentro de poco debamos importar el paquete completo: la madre y el hijo. Los vientres de alquiler anuncian que ser madre (quizás mejor parir) es una profesión. Los bancos de semen hacen innecesario al padre, por lo menos en el inicio de la gestación. La adopción nos ha acostumbrado a que la maternidad puede no ser una gestión genética.  El destino de occidente -si dios no lo remedia- es la desaparición por innatalidad. En una sociedad que lo mercantiliza todo ¿cuanto tardaremos en importar paquetes de madre con hijo, a los que instalaremos en nuestro (su) hogar, educaremos en nuestros valores (sic) y dejaremos nuestra herencia? Un hijo con cuidadora incluida solo puede proporcionar alegrías. O eso, o las políticas sociales de protección a la maternidad deberán incrementarse exponencialmente. Ni una sola madre que decida serlo debe quedarse sin su realización. ¡Hay que dar a la maternidad la importancia que merece y que nunca ha tenido! Se ha hecho mucho, pero es poco. En Israel, en tres meses, han muerto 10.000 niños, cien niños al día. ¿Cuanto nos costará como especie reponerlos? Si las familias no tienen hijos por que no pueden costeárselos ¿cómo se califica semejante genocidio? No hay respuesta.

 

El desgarrado. febrero 2024.




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