» 05-05-2024

Señoras y señores 105. Mujer y política.

Hemos visto como las características de la mujer la hacen distinta del hombre en una diferencia que trasciende el género (y en contra de lo que defiende Rippon). Quiero, en esta entrega, ahondar en esas diferencias, en este caso, en el campo de lo político. Esto es lo que se llama “meterse en camisa de once varas” pues muchas de las afirmaciones que haré pueden ser entendidas de forma ofensiva. No es mi intención y pido disculpas por adelantado, pero antes explicaré porque se produce esa sensación. Estamos inmersos en el pensamiento masculino. La metafísica (como sistema de pensamiento) es machista hasta la médula. No podemos esperar, pues, que ni tan siquiera, contemple a la mujer de forma ecuánime. Es un sistema defensivo en el que se desautoriza a la mujer en todos los aspectos, quizás porque -como dice Irigaray- el hombre es incapaz de explicarse qué es ser hombre… tras haber tenido una vinculación con la mujer-madre absolutamente determinante. Todo en la metafísica está estudiado para favorecer al hombre y negar a la mujer. Por lo tanto -y dado el clima asfixiante de machismo que se respira- es imposible, desde dentro de la metafísica, entender la esencia de la mujer, que siempre es interpretada de modo peyorativo, despreciativo y falso. Es muy difícil sustraerse a ese clima pero hay que hacerlo. Es parte constitutiva de la emancipación de la mujer.

 

Entiendo la política tal como lo hace Rancière como la construcción de una sociedad de iguales … en un mundo en el que lo “natural” es la desigualdad, la dominación. La política no es un choque de fuerzas (la fuerza sería un aspecto de la totalidad)  sino un choque de mundos (de totalidades). Y uno de esos mundos (el femenino) incluye todas las diferencias de género que hemos ido desgranando. Distingue Rancière entre dos acepciones de la política (correspondientes a lo “natural” y lo racional (¿ideal?)). Se trata de dos particiones de lo sensible: la natural y la por venir; la de la desigualdad y la de la igualdad). A la primera la llama policía -para distinguirla y porque retrata perfectamente la acción policial- y consiste en la distribución de cada cual de acuerdo a la jerarquía establecida:  poner a cada uno en su lugar, su tiempo y su capacidad. La política propiamente dicha es el conflicto que se organiza con lo “natural” por obtener la igualdad. Consenso es aceptar la policía y disenso es alinearse con la política. Voy a explicar someramente en que consiste ese “natural” expuesto. La política no es sociología ni gobernabilidad es un principio de gobierno.

 

Platon considera que la diferencia que determina quien gobierna y quien debe ser gobernado es el arché. Arché significa mandato y comienzo y Platon entiende que detenta el mandato el que está en el comienzo, delante, el primero. Se trata de asegurar la continuidad entre el orden de la sociedad y el orden del gobierno,  asegurando la continuidad entre el orden de la convención humana (mandato) y el orden de la naturaleza (comienzo). Esta jerarquía de los que van a mandar se establece: a) el poder de los padres sobre los hijos, b) de los viejos sobre los jóvenes, c) de los señores sobre los esclavos, d) de los nobles sobre los siervos. Las cuatro diferencias ligadas al nacimiento. Vienen después las diferencias ligadas a la naturaleza: e) el poder de los más fuertes sobre los débiles, f) de los sabios sobre los ignorantes. El gobierno de la filiación y el de la excelencia. Ambos en la “naturaleza”. De todos estos títulos se desprenden el de la riqueza y el de los propietarios. Los que querían disputar el poder a los que por naturaleza les correspondía debieron inventarse una legitimación accesoria: el pueblo, su bienestar y su aceptación. ¿Pero cual era el título de esos candidatos?: el no tener ningún título, ninguna legitimación. Así lo entendieron los poderosos por naturaleza, que los insultaban con la palabra demócratas: desheredados, desligitimados, sin título. 

 

Pero la idea de democracia estaba presente en la sociedad griega e hizo que Platon los incluyera en su lista: g) la suerte, el azar, pues estos candidatos eran elegidos por sorteo. Bendecidos por la diosa fortuna su elección era la más justa, pues era dios quien los abalaba. El sorteo era una solución para evitar el gobierno de los incompetentes y de los ventajistas, que buscaban el poder como medio de vida, los que lo desean. El gobierno del azar es, con el gobierno mítico del pastor divino, el único título que viene del cielo. Para Platon el buen gobierno se opone al gobierno democrático. Este es el título político por excelencia. Ni que decir tiene que entre los sin título, los desheredados, no estaba incluida la mujer. Democracia significa propiamente un estilo de vida opuesto a cualquier gobierno ordenado de la comunidad. La democracia no es una sociedad para gobernar ni un gobierno de la sociedad. Es propiamente, esa ingobernabilidad sobre la cual todo gobierno debe, en definitiva, descubrirse fundado.

 

La primera consideración de la mujer como política (no como candidata sino como animal político (zoon politikon) es su conservadurismo, su prevalencia del cuidado sobre la destrucción/reconstrucción típicamente masculina. Pero el conservadurismo no es un título para gobernar (aunque, a juzgar por los resultados, hoy nos parezca increíble). La riqueza y la propiedad -consecuencias inmediatas de los títulos “naturales” que nos propone Platon- están ligados al conservadurismo. Sin embargo la adhesión de la mujer al conservadurismo no es oportunista sino estructural, no es oligárquica sino de género. No tiene entonces los tintes negativos que presentan las oligarquías y los propietarios: conservar para evitar la igualdad. Conservar la naturaleza, la tradición, la vida, es profundamente igualitario.  

 

La segunda tiene que ver con el sesgo holístico, sintético de la mujer frente al hombre analítico. Gobernar es gobernar para todos, por lo que contemplar al pueblo como una unidad es un buen principio. Hace mucho tiempo que sabemos que la política no se ejerce por el bien común, o por lo menos, no en primer lugar. Los políticos se rigen por otras primicias: el bien del culo, en sus tres manifestaciones: salvar el culo (que pringue otro); acomodar el culo en mullida poltrona; y el teorema del culo que dice: al amigo el culo, al enemigo por el culo y al indiferente la legislación vigente. ¿Que garantía tenemos de que las mujeres velarán por el bien común, si ya están en el gobierno y no se nota? Porque las mujeres que están en política, lo están bajo las normas machistas generales: solo se puede participar en el gobierno si te atienes estrictamente a la casuística masculina. Y eso no quiere decir que sean conscientes. Como decía el chiste: un pez le comenta a otro: “está buena el agua hoy, ¿no?” a lo que el otro responde. ¿Qué agua? A veces es muy difícil percibir el entorno.

 

Otro aspecto (el tercero) del cuidado ligado a lo particular y concreto se produce en torno  a la justicia y al talante del tirano. Platón le hace a la democracia dos reproches: la democracia es el reinado de la línea abstracta, opuesta a la solicitud del médico o del pastor. Las ideas respectivas de estos se oponen al apetito del tirano, porque se ejercen para exclusivo beneficio de aquellos de quienes se ocupan. Pero se oponen también a las leyes de la ciudad democrática, porque se adaptan al caso presentado por cada paciente o por cada cordero. En cambio las leyes de la democracia pretenden velar para todos los casos (universalidad). La mujer estaría alineada con el médico o el pastor, pues el cuidado es su campo específico de acción y de esta manera se opondría al tirano al velar por los intereses de los ciudadanos. Pero este particularismo (adaptarse al caso de cada paciente), en su concreción, se opone a la abstracción teórica de la democracia: la universalidad. Pero Platón denuncia qué tras esta aspiración de universalidad se esconde el hombre real, el individuo egoísta de la sociedad democrática. Se trata de la primera lectura sociológica de la democracia. La ley democrática no es sino el capricho del pueblo.

 

Y al final pero no por último: la política es para la filosofía un campo de acción y no de reflexión. Pero el hombre es especulativo, reflexivo lo que lo dejaría como poco adecuado para la política. Es la mujer la que mejor se desenvuelve en el campo práctico, en el campo de la acción. La continuamente recitada fórmula de la mujer multiárea y multipuesto es el rasgo pertinente para la gestión política, una actividad de decisiones  en la que la reflexión sin acción no tiene sentido. De hecho la política moderna adolece de una parálisis que la anquilosa. Los políticos (podemos considerar éste, un campo masculinos, por mucha paridad que luzcan las listas o las cúpulas) dilatan sus decisiones en espera del momento oportuno que siempre tiene que ver con la popularidad electoral. No gobiernan para los ciudadanos sino para las urnas (es decir para sí mismos). Es difícil gobernar bien cuando se hace con una mano en el timón y la otra en las encuestas. Su sesgo especulativo les hace estar perpetuamente analizando la situación sin rematar muchas veces con la acción subsiguiente. 

 

Desde la especulación reflexiva, las mujeres están mejor dotadas que los hombres (incluso su consevadurismo/respeto-a-la-ley, las hace más honradas… y ésta podría ser la quinta). Pero no será si antes no acabamos con el pensamiento metafísico, machista y hegemónico. y eso lleverá tiempo.

 

El desgarrado. Mayo 2024.




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