» 03-06-2024 |
Cuando el hombre dio el golpe de mano al género, que supuso la expulsión del saber de la mujer -saber que siempre había detentado (por lo menos compartido)-con la llegada del pensamiento racional (logos), se inicia una era completamente distinta de la que se había vivido hasta aquel momento. Por una parte la mujer (conservadora) no quiere abandonar lo que ha sido su fuente de conocimiento hasta aquel momento: el relato, la topología, la conservación de lo que funciona, el cuidado por las cosas y por las personas, el diálogo, la conciliación. Su talante conciliador le hace pensar que aquello es pasajero y que las aguas volverán a su cauce. Pero la situación resulta irreversible, entre otras cosas porque el hombre apuntala su posición: se erige en maestro (Irigaray) del nuevo credo que es como asegurarse la razón a perpetuidad. A partir de ese momento todo lo que es bueno para él lo significa como bueno para el ser humano. El hombre se adentra en el nuevo conocimiento analítico y el pensamiento especulativo empieza a crecer sin la participación de la mujer. La brecha se agranda de forma irreversible. La mujer es relegada a la esfera privada, doméstica. Al cuidado de los ancianos, los enfermos y la prole, el hogar, el vestido, la comida, y la educación, es decir, hasta del hombre. Este reparto marcará la política que -en ausencia de la mujer- se convierte en campo exclusivo del hombre.
Pero la situación es confusa. La política es la búsqueda de la felicidad y del bien común y el quehacer de la mujer está tanto o más alineado que el del hombre en este sentido. La solución del hombre es la misma que utilizará siempre: abstraer los papeles (roles), teorizarlos, hasta hacerlos a su medida. Se inventa unos títulos que justifican el acceso a la labor política (filiación sanguínea, naturaleza: fuerza y saber) y se encarga de que la mujer no se ajuste a ninguno de ellos. Platon había expulsado a los artesanos de la política, porque no tenían tiempo para acudir a la Asamblea… porque tenían que hacer su trabajo. Con más razón la mujer debía de hacer el suyo. Conseguida la expulsión de la mujer de la esfera pública y del cuidado doméstico -lo que le impedía acceder a la situación de riqueza ociosa de los patricios- los hombres (los patricios) copan los puestos políticos hasta hacerlos exclusivamente suyos.
Pero la filiación parece inatacable, la maternidad es incontestable, no es posible teorizarla, abstraerla, desalojar a la mujer de ella. Sí era posible, como nos muestra el sicoanálisis: solo hace falta anular el género femenino. Solo hay un género: el masculino. La mujer es un hombre capado, imperfecto. El falo es la idea de que todo el mundo tiene pene y si no es así, es que lo ha perdido. Todo el peso de la filiación recae en el hombre ya que la imperfección de la mujer reside en el aparato reproductor. La institución de la “couvade” lo explica a la perfección: el hombre sufre la gestación igual que la mujer… por si alguien duda que lo importante en la reproducción, lo significativo, lo determinante… es el esperma masculino. La labor de la mujer es circunstancial.
Ni siquiera la función de educar a los niños es respetada. ¿Cómo va a educar alguien que es profundamente ignorante? La madre ayudará al hijo/a a valerse pero la verdadera instrucción caerá en manos del hombre: el padre y el maestro. El papel de la mujer es minusvalorado, convertido en fútil, y el del hombre es magnificado hasta teorizarlo como fundamental. Y de esta manera se consuma la expulsión de la mujer del saber, de la maternidad y de la política (activa y pasiva), de la cosa pública, de la ociosidad inherente a esa labor. La maternidad en la mujer es una maldición bíblica. Lo que ocurrió después lo sabemos. Con el siglo de las luces llegan los atisbos de un cambio. Después de haber usado a la mujer como gestadora subrogada, niñera, cuidadora, enfermera, obrera, florero, bruja, etc. el humanismo reinante hace que algunos pensadores caigan en que el trato dado a la mujer es cualquier cosa menos igualitario.
Y empieza la lucha feminista, por alcanzar la igualdad. Pero tras milenios de machismo la cosa no es fácil. Hay que cambiar el chip y eso no está al alcance de quien solo tiene privilegios que perder. El talante poco combativo (agresivo) y conservador de la mujer no ayuda (en una sociedad machista basada en el conflicto), pero, era el papel del hombre el que debía ser determinante y no lo fue. Simple y llanamente no quiso perder sus privilegios y se opuso con todas sus fuerzas. Como siempre teorizó sabiendo del escaso interés de la mujer por la especulación y urdió miles de argumentos con la inestimable ayuda de la religión, la moral y la racionalidad. Pero la educación universal (creada para instruir ciudadanos dóciles) creó mujeres instruidas e informadas. No solo se evidenció (por si alguien no lo sabía) que su inteligencia era equiparable sino que su motivación podía darle la agresividad que la lucha necesitaba. Y los frutos empezaron a madurar ante la alarma los machos.
Y empieza también la lucha antifeminista, grosera en el caso de la (ultra)derecha y taimada en el caso de la izquierda. Los primeros apelan a la tradición, al conservadurismo: nada debe cambiar porque siempre ha sido así, Dios lo quiere y la sociedad lo necesita. Los segundos a la astucia: todo debe cambiar para que todo siga igual (Príncipe de Lampedusa). La principal maniobra de los especulativos fue el de permitir el acceso a la igualdad. Pero para que dos cosas sean iguales es necesario que una se amolde a la otra, al modelo. Y el modelo era el hombre. La igualdad consistiría en que la mujer podía ser igual al hombre. La idea del género único seguía siendo fructífera. Se permite que la mujer trabaje fuera de casa y coayude a mantener económicamente la unidad familiar rompiendo al acuerdo tácito de que la mujer aportaba los hijos y el cuidado y el hombre la alimentación y la defensa. Evidentemente el hombre procuró ayudar lo menos posible en casa con lo que la igualdad supuso para la mujer… más trabajo y menos tiempo. La mujer tuvo vía libre para ser soldado, policía, minera, practicar deportes como la halterofilia, el lanzamiento de martillo o el boxeo, blasfemar, beber como si no hubiera un mañana, des-cuidar, competir a cara de perro, etc. Y no se me diga que eso forma parte de la libertad individual porque es otra cosa: una manipulación de la igualdad.
Evidentemente la igualdad en lo que importa, no existe. No hay empleo para la mujer si hay hombres en paro, no hay igualdad de sueldos, no hay paridad en la calidad del empleo. En nombre de la capacidad o de la competencia el hombre se reserva todos los empleos chollo y deja para la mujer lo que no quiere. Y los políticos son los más interesados en el paripé de la igualdad, pues el cincuenta por ciento de los votantes son mujeres. Cuando en USA se decidió si el presidente debía ser negro o mujer… ganó el negro. No fue una elección presidencial. Fue un plebiscito. Para que una mujer triunfe en política tiene que ser como un hombre: agresivo, competitivo, corrompible, austero y modoso. Por supuesto debe anteponer sus hijos a todo y aguantar improperios que los hombres no aguantarán nunca. Hasta aquí el relato de la situación de la mujer ante la política activa (postularse, militar, participar en la cosa pública) y pasiva (ser sujeto político, elector). Queda por hacer el análisis de si puede existir una política netamente femenina. Pero será otro día.
El desgarrado. Junio 2024.