» 13-08-2024

Señoras y señores 109. Más sobre las diferencias. La educación.

Como habéis podido observar el tema de las diferencias entre hombres y mujeres me apasiona. Comprendo la posición de la igualdad pero con un límite. La cuestión es si ese límite está muy cerca o muy lejos de la igualdad. En cuanto ambos somos seres humanos de la misma especie no debería haber diferencia alguna en derechos, oportunidades, trato… excepto las marcadas por el sexo (género), pero esta aseveración no nos saca de dudas. En cuanto el sexo se convierte en electivo (transgénero), la pareja nuclear se abre a la libertad de elección de pareja, la concepción se desliga de la cópula y el placer de la utilidad sexual y del azar, en cuanto el sexo se desliga de las tradiciones religioso-fascistas -en una palabra- el sexo pierde su antiguo poder diferenciador. ¿Donde buscar las diferencias? Incluso el Derecho se ha abierto a que -dentro de la igualdad ante la ley (y las ausencia de leyes discriminatorias)- se traten las situaciones distintas de manera distinta, en lo que se ha llamado el respeto a las minorías -pero que debería llamarse el respeto al “hecho diferencial”- : los hechos y situaciones distintas requieren tratos distintos. Algo que los independentistas manejan con desparpajo bien podría significarse en cuestiones de gran calado como la igualdad de géneros.

 

Tradicionalmente el, macho, ha aprovechado estas determinaciones de desigualdad para arrimar el ascua a su sardina y sacar provecho, en su apasionada defensa subrepticia de la superioridad del hombre, hasta el punto que cuando se oye hablar de deslindar diferencias hay que temerse lo peor. No es una actitud nueva: cuando se habla de bajar los impuestos quiere decir bajar más los impuestos a los ricos que a los pobres. Cuando se habla de ajustarse el cinturón quiere decir que los pobres van a sufrir que todo el peso de los recortes caiga sobre sus espaldas (¡habéis vivido por encima de vuestras posibilidades!). Y al decir pobres me refiero a cualquier mayoría silenciada: trabajadores, mujeres, colonizados, jubilados. Estamos en el imparable ascenso de la desigualdad (Stiglitz) y la ancestral desigualdad de sexo-género no iba a ser una excepción. Por eso creo que la igualdad no es la solución. Porque la igualdad ante la ley no se traduce en igualdad fáctica, cotidiana. Porque igualdad no quiere decir igualdad recíproca sino igualdad a un modelo privilegiado: el hombre, el ideal de perfección. Porque la educación es desigualitaria eternizando estereotipos de género ancestrales profundamente desigualitarios. Porque la religión es desigualitaria empezando por la exclusión de las mujeres del diaconado. Porque la política está inmersa en posiciones ultraconservadoras para las que cualquier cambio pone en peligro sus privilegios. Porque la sociedad, al fin, está teñida de desigualdad. Porque dos tercios de los hombres y la mitad de las mujeres está de acuerdo con el estado de cosas actual. Si hubiera un referéndum… lo perderíamos. ¡La sombra de la dominación es alargada!

 

Por todo ello creo que hay que deslindar diferencias y tratar las desigualdades como tales. ¡Dónde se acaba el ser humano unitario y empieza la  insidiosa desigualdad! ¿Es el género hombre una especie protegida? ¿El talante apaciguador de la mujer se ha convertido en su peor enemigo? La guerra -una situación extrema pero cotidiana- pone a cada uno en su sitio: los hombres a matar y las mujeres a curar. ¿Pero por que las madres mandan sus hijos a la guerra? Ahí reside el quid de la cuestión: el hombre a emponzoñado la forma de pensamiento de la especie con sesgos que le favorecen enormemente. El relato del patriotismo -actualmente polarizado por la ultraderecha- dice que el que se opone a la guerra es un traidor a la patria. La deserción se paga con la muerte. ¡Sangre, sudor y lágrimas! resumió Churchil la situación: muerte, trabajo y dolor. La clave está en el trabajo: ¡hay que hacer la guerra! Hay que defender a la patria. La metafísica occidental es una pócima de desigualdad -de todo tipo, pero fundamentalmente de género- y se le administra a todo recién nacido con la educación. Y así llegamos a la desigualdad fundamental: la educación. Dada su desigualdad estructural las mujeres deben ser educadas (incluso a zurriagazos, si a mano viene) de manera distinta a como se hace con los hombres. Ellas son, débiles, cortas, carentes de voluntad hasta el punto que a duras penas tienen alma. Y si me apuran: lascivas, provocadoras, fatales. La perdición de los hombres incapaces de resistirse a sus demoníacos encantos: brujas. El trabajo de la educación debe ser intenso, tenaz, incansable. Hay que perfeccionar a la mujer hasta que parezca un hombre. Menos en lo del encanto, que aunque fatal, alegra la vida del hombre, agotado por el trabajo y las reponsabilidades. El porno lo define muy bien: sometida (entregada a la superioridad del hombre) pero a la vez descanso del guerrero, esclava sexual, puta. Y por supuesto sin atisbo de alma ni de lenguaje. Con unos cuantos jadeos… basta. El género es un constructo social (Butler) y se vehicula por la educación.

 

No habrá emancipación femenina hasta que no se cambie radicalmente la educación: la familiar, la escolar, la profesional. La batalla legal está ganada en la promulgación pero perdida en la aplicación. ¿Que se puede esperar de un juez que le zurra a su mujer? La educación no solo imparte conocimientos técnicos sino que enseña también a ser un individuo social, político, económico. O mejor dicho dos individuos: el hombre y la mujer, con roles y trato absolutamente distinto. La sucesión de leyes generales de la educación entre los dos grandes partidos del bipartidismo indica la crucial importancia que ambos dan a controlar la educación. Pero también los comparsas -desde el radicalismo de derechas y de izquierdas- insisten en que sus socios sesguen dichas leyes. En resumen no hay diferencias tangibles, estructurales, más allá del dimorfismo sexual, pero las diferencias culturales son atroces. No hay diferencias absolutas sino tendencias, dejes, sesgos pero tan ampliamente arraigados que se pudieran equiparar a instintos o a genotipos. Somos una especie para la que la cultura, si no ha sustituido a la evolución, desde luego la ha acortado enormemente. El valor del fenotipo es crucial y es por ahí por donde se vehiculan los sesgos que mediatizan la libertad de la mujer. El concepto rancierano de “partición de lo sensible” es revelador: cómo preparamos el campo cognitivos (mediante divisiones y clasificaciones previas) antes de aplicar el pensamiento. Antes de pintar hay que decapar, limpiar, lijar, imprimar. Después vendrá la pintura. Todas esas preparaciones de lo real para que sea pensado, son determinantes para el resultado final y es por ahí por donde se cuela el machismo, la superioridad, la dominación. Una diferencia mínima de consecuencias desmesuradas.

 

El desgarrado. Agosto 2024.




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