» 13-05-2025

Señoras y señores 117-2. “La maravillosa Sra. Mainsel” Prime TV. Feminismo y judaísmo 2. Ideología.

A la vista del panorama que los años sesenta presentaban a las mujeres: pilladas en una pinza entre los intereses de los hombres y la connivencia de las propias mujeres, que con el cerebro lavado nadaban sin percatarse de que la desigualdad, la segregación y el machismo eran parte del ambiente, del contexto, de la sociedad, es difícil comprender por qué no se revelaban. Seguramente porque tenían el cerebro lavado, porque pensaban que la sociedad tenía que ser así: un macho privilegiado abusando de un género femenino al que previamente se había excluido de la racionalidad, del culto, de la posibilidad de acceder a la esfera pública, de la pedagogía e incluso al que se había expulsado de su propio género. El hombre había minimizado la participación de la mujer en la reproducción de la especie, magnificando su esmirriada aportación y denigrando desde la menstruación hasta la estética de la maternidad, que por otra parte era el único cometido admitido para la mujer. El servicio doméstico dejaba bien a las claras que el quehacer de la mujer respecto a los hijos era perfectamente intercambiable (las madres de alquiler van en el mismo sentido). El aborto expulsaba a la mujer de la posesión del hijo otorgándosela a la sociedad, que es quien debía decidir sobre cualquier alteración. La maternidad quedó reducida a un trámite biológico.

 

Tal como Torstein describió en “La clase ociosa” la mujer era el maniquí que luce la riqueza de su señor (vestido, joyas, coches, vivienda…), subida en unos zapatos que no eran para caminar y con unas uñas que impedían cualquier manipulación diestra de las cosas. Porque la mujer también estaba expulsada del trabajo fuera de casa. El pacto tácito de género consistía en que la mujer paría y educaba a los hijos (por delegación) y el hombre defendía y alimentaba la familia. La criminalización del adulterio (en USA el adulterio se comete… como los delitos) garantizaba la paternidad del macho. El único horizonte para las mujeres era el matrimonio, los hijos y el hogar. El consumismo condujo al trabajo fuera de casa de la mujer… y ahí empezó todo. Por supuesto más allá de los hijos no había vida posible así que cuando la mujer llegaba a abuela debía vestirse de negro recogerse el pelo cano en un moño y esperar. Para la clase trabajadora la cosa era igual pero con violencia familiar instituida y por supuesto con un trabajo esclavo fuera de casa -del que también participaban los niños- que no dejaba espacio para el adulterio. Así las cosas, la lucha se hacía muy difícil pues -siguiendo el modelo marxista aplicado al mundo laboral- hubiera sido preciso una ideología que inflamara los corazones, lo que para una mujer expulsada del saber, de la educación y de la autonomía, resultaba imposible. 

 

Aún así algunas pioneras iniciaron la lucha por el sufragio, con una respuesta brutal y desproporcionada por parte de unos hombres que no estaban dispuestos a ceder ni un ápice en sus usurpados derechos. Pero aunque la sociedad entera estuviera construida sobre la desigualdad “natural” antropológica, social y religiosa, aunque la formación intelectual fuera imposible, sigue pareciendo extraño que una desigualdad tan flagrante y tan abusiva no obtuviera respuesta. La respuesta se llama micropoder y la encontró Foucault. Nadie -ni las mujeres a las que se ha obligado a ensayarlo desde el principio de los tiempos- se le puede someter sin contrapartidas. Ni siquiera la esclavitud había sido tan intensa históricamente en sus planteamientos. Siempre hubo  la posibilidad de la manumisión y del aprecio del amo… aunque el esclavismo -como en USA- figurara en la Constitución. Reducida a la esfera doméstica, minimizadas las posibilidades de  promoción a lo insignificante, se le concedió -sin embargo- a la mujer una esfera de poder, micropoder, en los pliegues del poder masculino, reducido a unos escasos campos en el que desarrollarlo: En primer lugar de clase/raza: la mujer mandaba sobre el servicio y los proveedores. En segundo lugar el hogar: la organización, la dirección, el poder sobre lo cotidiano. En tercer lugar los hijos… hasta que puedan se presentados en sociedad -tras la correspondiente ceremonia de iniciación- sea esta la primera visita al burdel o el baile de debutantes. Su esfera de poder no alcanza a decidir la compra de la casa  pero si a ordenarla y organizarla. Y así, lo que era un trabajo se le vendió como un reino, como una esfera de poder, como campo de realización personal. De ahí viene el regalar a las mujeres menaje. No se trataba de igualdad, sino de proporcionar una mínima compensación, un escape. Y de ahí viene Io de que las mujeres son mandonas. Es cierto que ejercen de organizadoras y ordenadoras pero en un campo tan ínfimo que es despreciable. Lo suficiente como para crear la ficción de una esfera de poder. Como cuando el lechero le niega el crédito a Miriam porque el trato era con su marido y no puede continuarse. 

 

La falta de ideología es el primer y gran problema del movimiento de liberación de la mujer. Sin formación, sin poder acceder al saber, la ideología es imposible. Pero es que, además, la ideología es superflua para la mujer. La mujer tiene otros intereses y preocupaciones que la ideología… aunque el hombre haya impuesto la idea de que la ideología es el único camino hacia la liberación. El pensamiento especulativo es patrimonio de un macho en perpetua guerra con los demás. La estrategia (la maquinación mental) es consustancial a su forma de ser. La mujer prefiere las emociones y los sentimientos. El hombre es absoluto: busca y defiende una verdad que no es relativa a nada. Para la mujer la relación (relatividad) es el camino. Razón y emoción son los dos aspectos del cerebro humano. La primera es especulativa, lenta y poco fiable. La segunda es intuitiva, rápida y segura. La supervivencia siempre se basa en la segunda. La primera es estratégica, la segunda espontánea. Ambas son necesarias y ninguna es superior a la otra. Ambas estás presentes en cualquier género pero en proporciones ligeramente distintas. Habría que empezar por decir que la razón (la estrategia, la ideología, la especulación) no es superior a la emoción/sentimiento; que lo absoluto (dogma, verdad, autonomía) no es superior a lo relativo (relación, dependencia). La ideología es la afinidad de pensamiento en liza con la afinidad por parentesco. Así nace. Ser irracional no es una carencia es una opción. 

 

Una ideología femenina (en el caso de que se decidiera que fuera necesaria) debería ser en primer lugar independiente de la ideología masculina y no su remedo.  Basada en las características femeninas: sintética, emocional, conservadora, relacional. Lo que podríamos resumir en “cuidadora”. Lo que seguro no funcionará es tomar la ideología del hombre (la razón) e iniciar la lucha sobre sus premisas. Hombres y mujeres son diferentes, piensan (razón y emoción) diferente y luchan diferente. Tienen roles diferentes que pueden armoniza pero que de ninguna manera pueden coincidir. Y la relatividad debe empezar por la igualdad. No se es igual “en absoluto” sino que se es igual a algo. La igualdad que ofrece el hombre es: ser igual al modelo por excelencia: el hombre. La igualdad que ofrece el hombre es que las mujeres sean “como” hombres: hombres capados (aunque la mujer fálica no sería descartada por todos). La igualdad es un concepto relacional, recíproco, conmutativo. Cualquier otra cosa no es igualdad. 

 

Por más tentador que sea ser agresivo, violento, zafio, guarro, destructor, guerrero, desmedido como un hombre, hay otras formas de igualdad como que el hombre se convierta en pacífico, conciliador, cuidadoso, limpio, constructor (sin haber previamente destruido), comedido, etc. Hay un término medio que es posible alcanzar o al que es posible aspirar. Es a eso a lo que me refiero cuando digo que el contexto, el ambiente es masculino. La razón masculina se ha apoderado del campo de batalla. La mujer lucha siempre en campo contrario. Y en la exposición de ese contexto la serie es paradigmática. La discusión entre los padres de Miriam acerca de cómo hay que interpretar la obra de teatro que acaban de ver es ejemplar: dos puntos de vista opuestos de los que el masculino no es el mejor… aunque sea más sesudo y trascendente. ¿Cuántos hombres creen sinceramente que las mujeres son tan inteligentes (o tan zopencas) como ellos? Os lo diré: ninguno (incluido yo mismo). Hemos sido educados en un contexto en el que esa idea es absurda. La primera lucha que se debe ganar es contra los prejuicios, prejuicios en los que estamos instalados todos y todas.

 

El desgarrado. Mayo 2025

 




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