» 14-05-2025 |
Voy a obviar el final feliz de la serie (que me parece un apaño impuesto por las reglas del entretenimiento) y me centraré en lo que la Sra. Palladino ha sembrado a lo largo de su relato. La Sra. Mainsel es una bocazas que en cuanto se aproxima al éxito se pone a sí misma la zancadilla para evitar conseguir lo que que parece que es su anhelo: ¿Triunfar en un mundo en el que el triunfo es un cometido exclusivamente masculino? ¿La igualdad de género, que consiste en imitar lo que el hombre persigue, es decir: el triunfo? La idea del triunfo está presente en la serie y en la vida. Todos y todas quieren triunfar, pero ¿es el triunfo lo mismo para unos y otras? Para el hombre el triunfo es cambiar el mundo, transformar el mundo en un sitio mejor. Para el hombre -hablo de ideales… que pronto serán subvertidos en fines espurios- el triunfo es el cambio. Para la mujer el triunfo no consiste en cambiar sino en conservar lo que ya funciona. Pero el punto de partida es ese. El hombre hace la guerra porque solo destruyendo el mal, se logra el bien. La mujer conserva, porque si el bien ya existe ¿qué sentido tiene crearlo? Basta con seleccionarlo. La elección, la decisión que caracteriza a hombres y mujeres es entendida de distinta manera. ¿Por qué la Sra. Mainsel se cierra el paso al triunfo cada vez que se acerca? Por la culpa. Triunfar para una mujer quiere decir no poner todos los recursos en el que es su fin biológico: la reproducción, la conservación de la especie. El precio del triunfo es traicionar su condición de mujer/madre y, por tanto, la culpa es inevitable. En una historia de feminismo, y judíos no podía faltar el interprete fundamental: Freud. Y Freud es el rey de la culpa, de la represión y de la autorrepresión. Del inconsciente trabajando en la sombra en contra del consciente, del superyó imponiendo la autoridad de la ley del autocontrol.
Lacan interpretó el sicoanálisis, desde el estructuralismo, enunciando que “el inconsciente se estructura como un lenguaje”. El inconsciente -donde habita la culpa, el superyó, la autorrepresión- es el lenguaje, y por eso la Sra. Mainsel es una bocazas. Destruye con la palabra (de la ley, del orden, del superyó) la trayectoria hacia el triunfo que le hace desertar de su cometido fundamental: la conservación de la especie, por encima incluso, de los intereses del individuo. La Sra. Mainsel es la esposa perfecta pero no es la madre perfecta (de acuerdo a los parámetros que tiene interiorizados), por lo que incurre en una contradicción que genera la culpa. Cierto es que un mundo de hombres (y mujeres asimiladas a hombres) se opone a su triunfo y lo entorpece, pero no son los causantes definitivos de su fracaso. Ese honor le corresponde a la bocaza de la Sra. Mainsel, a su palabra. El triunfo es la evidencia de la culpa, y le resulta insoportable. Como buen judía encontrará su penitencia (real, no de palabra como el yon kippur) en el cuidado de sus padres, ella que no quería cuidar a sus hijos. La condición femenina no tiene escapatoria.
¿Condena eso a la mujer a la imposibilidad de su realización como persona, como individuo? No. En primer lugar la maternidad no es una condena (para el individuo. Para la especie… evidentemente lo es). Toda mujer puede escoger -en ejercicio de su libre albedrío- cual es su papel (como Susy lo ha escogido). En segundo lugar, existen maneras de armonizar el triunfo y la conservación. La madre de la protagonista busca su realización en el casamenterismo, en una actividad que fomenta la conservación de la especie. De ahí nacen todas las profesiones “femeninas” en las que el cuidado, la conservación, el respeto por lo existente es determinante: enfermera, pedagoga, Kelly, azafata, médica, investigadora, misionera, etc. Parece peyorativo pero si abandonamos el punto de vista masculino de la destrucción/reconstrucción no parece tan descabellado el respeto a la vida, a los mayores, al medio ambiente, al otro, etc. Aunque al macho-guerrero se le abran las carnes ante lo que ve como una feminización del mundo.
Hombres y mujeres son distintos, pero como seres humanos divididos en dos géneros, deben ser entendidos en su complementariedad: cambio y conservación; mutación y selección. Mientras hablemos de hombres y mujeres -y de sus relaciones jerárquicas- no estaremos hablando de seres humanos. La desigualdad, el género único, la violencia, la dominación son rasgos que deben desaparecer de inmediato porque lo que está en juego es la especie, y en ese sentido, la mujer es mucho más solvente que el estúpido hombre con sus guerras, su agresividad y sus fantasías épicas de triunfo. Complementariedad no quiere decir supeditación (aunque así ha sido, históricamente), ni quiere decir que unos atributos sean superiores a otros. Hay valores distintos y todos necesarios. El cambio no tiene sentido si no se estabiliza, si no se conserva y el conservadurismo no tiene futuro. Y teniendo en cuenta que la plasticidad cerebral permite que cada uno modele su cerebro (su papel) de acuerdo con sus preferencias. El género es finalmente una cuestión de elección. Existen tantos géneros como podamos imaginar. Pero hay dos mayoritarios (estadísticamente) y son precisamente esos, los que es más urgente equiparar.
La Sra. Palladino se debate entre el cambio y la conservación y así su reflexión es feminista. El reparto de papeles que la evolución impuso (el macho defensor y alimentador y la hembra cuidadora y paridora) ha conducido a una desigualdad insoportable. Hay que reconducir los papeles y solo se podrá si ambos géneros colaboran. Que el peso mayoritario del esfuerzo ha de recaer en el hombre es evidente. Es él, el que ha tensado más y más la cuerda hasta lograr acumular todos los privilegios y todo el poder. Pero el feminismo -lejos de esas estúpidas interpretaciones violentas- será una tarea conjunta o no será. El tiempo de las revoluciones ha pasado (aunque puede volver en cualquier momento) es el momento del consenso. La Sra. Maistel es intuitivamente feminista, femeninamente feminista. No tiene un pensamiento sistemático, estructurado, entres otras cosas porque no existe. No existía entonces y no existe ahora. Lo suyo es un malestar en el que coexisten las intuiciones, las emociones, los sentimientos y las ansias de libertad, de emancipación. La Sra. Maistel no sabe que es feminista: cuando conoce a las sufragistas no se identifica con ellas… aún cuando simpatiza. Y su campo de batalla es el humor, la crítica no abiertamente beligerante, ese procedimiento que permite decir las cosas indecibles… porque no se habla en serio, ¡just for fun! Eso es lo que creo entender: lo lejos que estamos de un planteamiento serio de la lucha feminista.
En la quinta y última entrega los acontecimientos se precipitan. Parece que hay que acabar en seguida, pero ajustando todas las piezas, al inevitable final feliz. Creo que esta historia no podía acabar bien y creo que la Sra. Palladino también lo cree. E, inevitablemente, el final feliz ahoga al feminismo. En los capítulos finales el feminismo ha desparecido Prácticamente una sola referencia a la equiparación de sueldo con los hombre provocado por la competencia laboral y mencionado fuera del monólogo. Es como si se dejara en manos del mercado la equiparación femenina. A partir de aquí el relato rezuma épica. Todos han triunfado: en lo real (Susy y Miriam) o en lo virtual (sus padres). Pero el feminismo que pareció que esperaba a la Sra. Maistel con los brazos abiertos no se consolida. Probablemente porque de lo que se habla en la serie es del feminismo y no tanto de la Sra. Maistel. Zelma sigue ejerciendo de cuidadora de una familia de inútiles avalando la servidumbre voluntaria como el destino de toda mujer. O quizás de todo sometido. Si para la Sra. Maistel es el humor su campo de batalla, para la Sra. Palladino es el melodrama. Ya no se lleva el melodrama, ese estilo agridulce de retratar la vida. Como cobayas sus personajes están siempre al borde de sufrir y cada alegría es la antesala de una nueva desgracia, con ese victimismo tan característico del pueblo judío. La guionista ejerce de Dios y ajusta las tuercas a los humanos.. Esa vulnerabilidad los hace adorables por encima de sus egos inflados de judíos convencidos de que son el pueblo elegido y ¡por algo será! Esta forma de tratar a los personajes llegará a su zenit en su siguiente serie: “Estrellas” en la que el insufrible ego de sus protagonistas no impide su entrañabilidad. Quizás es el melodrama lo que mejor define a los judíos: elegidos por un Dios cruel y odiados por unos hombres que los admiran. Finalmente el feminismo de la serie se queda en lo que el feminismo es: nada.
El desgarrado. Mayo 2025