» 21-12-2019

Señoras y señores 36-1. Feminismo. Presentación.

He hablado sobre el feminismo -aunque nunca lo haya definido así- en múltiples ocasiones (35) pero quizás ha llegado el momento de pringarse. La verdad es que me asusta, porque pienso que el feminismo debe ser un discurso de mujeres y que cualquier intervención en el mismo, es una intromisión. Entre la intromisión y la opinión no siempre la línea está demasiado bien definida. Pero me acucia la idea de que quizás tengo algo que decir (y que hacer) y que puede servir (y que estoy obligado). Por eso me lanzo a hacer un ridículo espantoso, a hablar de lo que no me toca y probablemente a meterme en camisa de once varas. Os ruego que comprendáis que no pretendo, dogmatizar, enseñar, o mostrar el camino correcto. Lo que no quiere decir que eso no suceda. Solo puedo prometeros la intención. La realidad es que estoy tan inmerso en un universo machistas como vosotras, y no siempre es fácil separar el grano de la paja.

 

Pienso que el mundo está diseñado por los hombres. Gracias a una particular “desviación” hacia lo abstracto los hombres han “inventado” un mundo en el que lo “mental” es superior a lo real. Se llama metafísica. Podréis pensar que la metafísica fue desbancada por la ciencia. ¡Quia! La ciencia participa de la metafísica hasta la médula. Pero lo peor es que los hombres llegaron a la conclusión de que las mujeres no participaban de esa “maravillosa” cualidad que los hombres dominaban. Y fueron expulsadas. El procedimiento fue sencillo: Si  no te interesa mi método, pues… te aparto. No fue una división natural sino una exclusión. Resultaba que el cerebro de la mujer era tan válido como el del hombre. Lo que hizo que la mujer fuera excluida fue lo que Ranciére llama la división de lo sensible. El resultado de una categorización no depende de la entidad de los elementos en conflicto, depende de la forma de efectuar las particiones. No es el ser, sino el estar lo que determinará el resultado de la categorización. Y las mujeres no estaban en la partición adecuada (por exclusión, evidentemente). La diferencia ancestral entre hombres y mujeres no es el ser… es el estar., y por ahí deberíamos empezar: somos iguales.

Vivimos en un sistema absolutamente machista (de buen rollo). Los hombres lo diseñaron desde su punto de vista y de acuerdo con sus intereses. Al principio fue la ley de la fuerza. Pero la tecnología hizo declinar la fuerza y entonces afloró la inteligencia (en un sentido amplio: intuición, relación, empatía, instinto, carga biológica, etc.). Para entonces los hombres habían desechado a las mujeres. Las habían relegado a su utilidad: parir, cuidar del hogar, disfrutarlas… Durante siglos esa acción de relegarlas se convirtió en norma. Es vergonzoso, pero así fue. Lo jodido es que los hombres llegaron a creerse ese sistema y tras creérselo lo difundieron. ¿Y quiénes fueron las destinatarias de esas creencias: las mujeres? ¿Por qué las mujeres se creen ese quilombo? Las mujeres no son metafísicas. No les viene de herencia genética. El hombre puede elucubrar sobre como se mueve la caza para mejorar su eficacia. La mujer debe cuidar de los niños y para eso las elucubraciones son ociosas. La mujer puede cazar y los hombres pueden cuidar a los niños… pero no es lo que les pide el cuerpo, y al decir el cuerpo me refiero a la genética. De ahí surge el mito de las mujeres prácticas y lo hombres analíticos. Solo hizo falta que los hombres elevaran a las alturas la analítica y denostaran la practicidad.

 

Pero la plasticidad del cerebro es inmensa y cualquier hombre o cualquier mujer pueden cambiar su roles genéticos con un simple clic. Como nos muestra la transexualidad (porque eso es lo que nos muestra) los hombres y las mujeres somos intercambiables. Si bien hay tendencias instintivas, la potencia del cerebro, su plasticidad es tan inmensa que puede arrollar cualquier tendencia genética. Seguramente no somos capaces de darnos cuenta de lo que eso significa. Todos somos transexuales porque nuestro cerebro es capaz de pasar por encima de cualquier tendencia instintual. ¿Quiere eso decir que hemos dominado los instintos? Ni mucho menos. El animal que llevamos dentro (¡y que dure!) no desaparecerá porque el cerebro racional lo expulse. Pero evidentemente, en muchas ocasiones (no en todas) el cerebro lo someterá. De alguna manera ser hombre o mujer, es una cuestión electiva y sobre todo una cuestión mental.

 

Pero, hoy, no es eso lo importante. Lo importante es que la dominación ancestral del sistema masculino ha llegado (al principio) de su fin. Lo que se ha dado en llamar el empoderamiento de las mujeres es una realidad. Las mujeres salen a la calle para exigir lo que siempre se les ha negado: libertad. Porque el problema no es de igualdad. La igualdad es una trampa. ¿Igual a que? ¿A los hombres? Si los hombres han establecido el modelo la igualdad solo puede serlo al modelo establecido. Las mujeres pueden hacer deporte: boxeo, lanzamiento de peso; pueden trabajar: mineras, policías, cobayas; pueden cuidar a niños, a ancianos, a discapacitados. Eso no es igualdad. Eso es asimilación. Lo que las mujeres necesitan es libertad para decidir lo que quieren hacer. Como Desviolles (feminismo King Kong) explica claramente esa es la única vía para el feminismo: la libertad.

 

La libertad es muchas veces seguridad. La libertad de deambular, de noche, por descampados, si a mano viene borrachas. La libertad de vestirse tan provocativas como quieran, de usar el lenguaje que les de la gana, de tratar a los hombres de tú. La libertad de casarse con quien quieran, lejos de la férula familiar o de las conveniencias sociales. La loibertad (cuando existe) de prostituirse (ya hablaremos de este tema). La libertad de practicar el sexo tantas veces y con cuantos quieran. La libertad de una sanidad adecuada y de una defensa policial-social adecuada. La libertad de adorar el melodramatismo, los culebrones, las revistas del corazón, los realities o de estar divinas de la muerte. La libertad de creer que la sociedad es igualitaria. La libertad de disponer -ad libitum- de su propio cuerpo. Pero también los derechos. A un trabajo digno, a un sueldo igual al de los hombres, al respeto. A no ser violadas, abusadas, acosadas, rozadas, vejadas, ninguneadas… Lo diré otra vez: al respeto.

 

De eso es de lo que quiero hablaros pero siempre desde el punto de vista de que el hombre ha puesto las reglas del juego y esa baraja hay que romperla, porque con las reglas del juego puestas por los hombres nunca seréis libres ni iguales. El sistema del hombre es la lucha, porque la violencia está en su biología. Las mujeres no son violentas. No queda más remedio que lo sean. No violentas  biológicas sino violentas culturales. Sin violencia cultural nunca las mujeres alcanzarán sus objetivos de igualdad y libertad. No hace falta que os ardan las tripas. Basta con que os arda el cerebro. Visto lo visto, es el único camino. Continuará.

 

El desgarrado. Diciembre 2019.




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