» 01-04-2020 |
Hemos visto unas directrices que escapan al pensamiento metafísico, falo-logo-céntrico, masculino, blanco, occidental, heterosexual, separado de la naturaleza y capaz de controlarla. En primer lugar las paradojas internas de la metafísica casi siempre explicadas por la particular partición de lo sensible que se hace del mundo. En segundo lugar el pensamiento posmoderno con la deconstrucción, la diferenzia, los microrrelatos. En tercer lugar el pensamiento madre del parentesco por afinidad, el pensamiento de los cuidados, el ecofeminismo, la continuidad humanos-naturaleza-máquinas, etc. También hemos visto que las paradojas y el pensamiento posmoderno pueden ser absorbidos sin problema por el pensamiento madre configurando un pensamiento femenino oponible a la metafísica y capaz de enfrentarse al pensamiento cibernético emergente. Quiero aquí ampliar la idea del pensamiento de los cuidados hasta la solidaridad y la tolerancia señalando su peculiar posición i-racional y por tanto ajena al pensamiento metafísico.
Este blog se publicó en Septiembre de 2019 con el título: “Reflexiones tipográficas 192. Tolerancia, solidaridad, libertad: un mundo irrazonable” y se reproduce tal cual. En un blog posterior conectaremos con el pensamiento de los cuidados.
“Uno de los grandes pares de oposiciones de la metafísica (y por tanto objetivo a destruir por la posmodernidad) es el de individuo/sociedad. Para la metafísica solo pueden ser excluyentes e irreconciliables. Y en su planteamiento lo son. La pregunta es si esa irreconciliabilidad puede ser reducida por la posmodernidad, es decir ¿fuera de la metafísica puede haber paz entre el individuo y la sociedad? Veamos como se produce la irreconciliable oposición.
La tolerancia es aceptar lo que no es entendible, lo que no es razonable lo que no se puede comprender. Es decir: razonar la sinrazón. En esta situación el entendimiento, la razón, se sitúa en una posición que no es razonable. Cuando nos decantamos por la tolerancia lo que hacemos en primera instancia es reconocer que hace falta algo más que la razón para enfrentarse al mundo… pero sin renunciar a la razón. Existe aquí una contradicción con la razón y la verdad, que es evidente. Tolerar es aceptar que lo que no es verdad (para nosotros) debe ser aceptado. Nos situamos fuera de la razón para salvar la convivencia. Lo más importante no es la razón o la verdad sino que es la convivencia y la sociabilidad. La verdad no es un absoluto. Algo de eso defiende la posmodernidad.
Muchos pensadores han exprimido el acontecimiento del holocausto, como un hecho irracional que se asienta en la razón máxima; matar, depurar, expurgar con la máxima eficacia y razonabilidad. La mejor bomba (la más racional) es la que más gente mata y más limpiamente. Arendt lo expresó magistralmente en la banalidad del mal en “La condición humana”. Reconozco que me ha costado entender porque se fijaban como lapas a ese atroz momento de la historia (pero también del pensamiento). El holocausto es el fin del pensamiento lineal y coherente y un fin lleno de horror y de espanto. Y si nos cuesta enfrentarnos a él es porque sabemos que su realidad se opone a nuestra forma de entenderla. Lo que está en juego es, precisamente, nuestra cultura occidental, la razón irreprochable, homogénea y constitutiva de la verdad.
Pero nuestro cerebro es el que es y no podemos cambiarlo. Deberemos pues enfrentarnos a un mundo irracional con medios racionales (no hay otros… racionales. Pero hay otros desde la tolerancia a la solidaridad, pasando por la libertad) y eso lejos de ser un defecto es la grandeza de la razón. Ningún otro sistema de pensamientos desde el mito a la revelación pasando por la intuición son capaces de contemplar su propia negación. Todos son dogmáticos porque la primera posición diferencial ante la realidad es el dogma, la inflexibilidad del mecanismo de pensamiento. No es el caso de la razón que contempla su propio fracaso, la evidencia de la irrazonabilidad. Ante semejante despliegue dialéctico los dogmas se desmoronan y el pensamiento contradictorio se abre a la realidad. La tolerancia se hace posible y la razón se convierte en ética o mejor la razón es ética.
La religión (cuyo mecanismo de pensamiento es la revelación) había encontrado mecanismos antidogmáticos para sobrevivir. Frente a la desigualdad oponía la caridad (hasta que el calvinismo elevó la riqueza a la categoría de virtud, fundando el capitalismo); frente a la violencia la otra mejilla; frente a la opresión la bienaventuranza de los mansos. Todo sistema de pensamiento que pretenda sobrevivir debe adoptar mecanismos antidogmáticos. Por eso la religión resiste a pesar de la presión de la ciencia. Por eso el pensamiento mítico desapareció. Los fundamentalismos sustituyen a la política allá donde la separación no existía y la orientan donde la separación parecía clara. Las religiones hacen coexistir la guerra santa con la paz divina. Las cruzadas no están tan lejos, ni las de liberación de Jerusalén ni la de liberación de la España roja. En un mundo irracional una irracionalidad más no abultará demasiado.
El lenguaje también se enfrenta a contradicciones sin cuento. Rematar es tanto culminar una obra como destruirla hasta el último ladrillo. Muchas palabras se enfrentan a su propia contradicción, intrínseca, constitutiva. La dialéctica -que pretendía sacar la luz, de la contradicción en el diálogo- se convirtió con el tiempo en la contradicción intrínseca que anida en las cosas. Las paradojas a las que se enfrentaron los griegos (mayormente basadas en la confusión entre lo estático y lo dinámico, como el río de Heráclito) han llegado hasta la física cuántica donde han encontrado nuevo acomodo. La contradicción nos acecha por todas partes hasta el punto que el principio de no contradicción es el principio fundamental de la filosofía. Gadamer y Rorty propusieron que no se resolvieran esas contradicciones, que se las dejara convivir.
Conviene -si de la solidaridad hemos de hablar- volver al antiautoritarismo y solidaridad en Rorty. Rorty argumentaba a favor de una concepción política sin filosofía, sin apelación a ninguna autoridad. La solidaridad no consiste en encontrar algo común entre los participantes de la conversación de la humanidad sino que depende de explayarse en detalles de las vidas de los que no parecen pertenecer a nuestro círculo. De hecho minimizaba la idea de persona describiendo el yo como algo sin esencia, como una mera concatenación de creencias y deseos, una trama contingente. Evidentemente esta teoría débil de la persona no proporcionaba una base para el liberalismo político. La consecuencia de negar que exista algo común a todas las personas es que la solidaridad no se logra gracias a un descubrimiento sino por medio de la capacidad para ver, a quienes parecían extraños, como más semejantes a nosotros. La solidaridad es efecto de la imaginación y de la percepción más detallada (semejanzas) de otras vidas, en especial la posibilidad de hacer sufrir y padecer sufrimiento. Nos mostramos solidarios cuando percibimos el dolor de los otros. La raíz de la solidaridad no es algo positivo sino las propias dudas que se nos han inculcado sobre nosotros mismos a lo largo de la historia.
La solidaridad se opone a la seguridad y a la supervivencia. Se opone al egoísmo animal, a la biología. La sociedad aplica la solidaridad hacia dentro y guarda la animadversión hacia afuera. Así crea la guerra, la xenofobia y el racismo. Si como dice Dawkins existe el gen egoista, el problema es que el punto de vista de la solidaridad no es ni el del individuo ni el de la sociedad: es el del gen. El individuo es ajeno a la solidaridad. La sociedad no puede salir adelante sin ella… a no ser que divida la sociedad en capillitas. Quizás el punto de vista del gen es el único posible para acabar con esa sangría de los ultraderechistas y los “europeos” que pretenden dejar morir a miles de seres humanos en las fronteras en nombre del confort para unos cuantos (las capillitas).
Y por último nos queda la libertad. Dicen que el límite de la libertad individual es la libertad del otro. Dos libertades opuestas, antagónicas. Es evidente que no es un universal. La libertad es una aspiración, un anhelo, una quimera. No puede ser algo real. Por lo menos no como universal. Pero ¡es tan golosa! Una promesa siempre incumplida. Solo es libre el que sojuzga a todos los demás. El poder. Para colmo, Foucault nos mostró que todos estamos en la lucha por el poder: El rey sojuzga a los nobles, los señores a los criados, el hombre a la mujer, la mujer a los niños, los niños a los animales domésticos. Todos sojuzgan a sus iguales. El micropoder: ese germen de la antilibertad anidado en todos los corazones. ¡El peor error de los pensadores! ¡La peor realidad de los seres humanos! que nos convierte en bestias.
La libertad es una huida de la sociedad, para que ésta deje de oprimirnos, de obligarnos. Quiere ser libre el adolescente de sus padres y el enamorado de las normas del matrimonio; el obrero del patrono y el patrono de los políticos. Los políticos de otros políticos. La libertad no tiene consistencia intrínseca. Es simplemente huir de la dominación, porque la dominación es omnipresente. Es un concepto negativo. Ni tiene ni puede tener positividad. Somos seres sociales por esencia. No podemos liberarnos de la sociedad. Pero sí podemos hacer que la sociedad sea más justa, más igual, menos dominante. Pero es una tarea ética o política (de acción) de ninguna manera una tarea cognitiva. Aspiramos a la libertad (como derecho) y renunciamos a la política y a la ética (como acción, como camino). Así somos: ¡geniales!
Tolerancia: renunciar a la verdad, al dogma, por convivir en sociedad. Solidaridad: renunciar a nuestro bienestar (quizás, a la vida) en beneficio del otro. Libertad: renunciar a la razón que nos hace libres y sujetos de derechos en beneficio de la política y de la ética (un trabajo, al fin). Un camino que se aleja de la razón en favor de otras opciones. ¿Estáis listos?”
El desgarrado. Septiembre 2019. Marzo 2020.