» 18-05-2020

Señoras y señores 47. Caricias.

¿Son las caricias el lenguaje del amor? No del amor sexual sino de todo tipo de amor. Porque hay más amores: incluso no familiares: amigos, compañeros, enemigos (Moriarty, Cromarty, Jocker). Vivimos en la ficción de la racionalidad. Damos por sentado que actuamos razonadamente. Incluso el supuesto sentido común que aplicamos cuando ya no queda recurso racional, alguno es una pantomima. Si queréis comprobarlo poneros “Aruseros” en las mañanas de la Sexta y lo comprobaréis. Unos curiosos personajes interpretan imágenes del mundo desde el “sentido común”. Desde luego no desde el sentido del humor con el que no han sido bendecidos. Las estupideces -en concurso de colaboradores- son indescriptibles. Atended a su despliegue de sentido común. Si Buenafuente se ha distinguido siempre por escoger colaboradores de valía incluso si le hacen sombra, Arús hace todo lo contrario: su figura resalta entre un elenco de colaboradores deplorables. Recuerdo que cuando Rajoy no podía alegar la legalidad o la razón recurría siempre al sentido común: ¡Es que es de sentido común! decía como si con ello inventara la pólvora. El sentido común es la cláusula de cierre cuando toda razón falla.

 

¿Que es una caricia?: una caricia es tacto. Casi todo se resuelve con la mirada o con el oído. Las artes plásticas y la música pertenecen a esa forma de percibir. El arte del tacto es la caricia. Tiene un origen biológico (despiojamiento, acicalamiento) pero ha llegado mucho más lejos. La caricia no pretende aplacar sino que pretende agradar. El tacto es percepción del entorno pero la caricia trabaja en dirección contraria: es emisora de sensaciones, trabaja para el placer del otro. Es, se mire como se mire, una prueba de amor. Las manos parecen hechas para la acción, para el trabajo, para la eficacia pero cuando acarician se desligan de toda esa funcionalidad para centrarse en el placer del otro. Las caricias sexuales son recíprocas. Las caricias amorosas son unidireccionales, dirigidas exclusivamente al placer del otro.

 

La caricias más profusas son las caricias maternales. La madre acaricia al hijo incondicionalmente, para el placer del niño/a, dando por supuesto que el placer que se da, es muy superior al que produce darlo, aunque razones no le faltan: retener, jerarquizar, poseer… Para los hombres las caricias son superfluas, propias de mujeres, definitivamente poco masculinas. Los padres no acarician. Son modelos, super-egos, castigadores y educadores. Y eso no excluye a las madres de la educación-represión pero desde el micropoder desde la domesticidad del poder. Las grandes decisiones son para el hombre desde la dominación de género desde la superioridad. Las caricias deberían ponerse junto a la tolerancia, la solidaridad, el altruismo y la lealtad. Junto a todas esas acciones que lejos de la racionalidad y la funcionalidad se alinean con esa otra manera de relacionarse con el prójimo.

 

 

Las caricias sexuales son las únicas permitidas aparte de las maternales, aunque durante siglos han sido relegadas a la intimidad. Las caricias entre hombres están o prohibidas o ritualizadas: besos, abrazos, estrechamiento de manos o toda la parafernalia derivada del hip-hop. Cogerse del brazo o pasar el brazo por el hombro son gestos que  han prácticamente desaparecido. Entre mujeres están más admitidas pero desde la popularización de la existencia del lesbianismo tampoco están bien vistas. De las caricias maternales derivan las caricias familiares, que se deslizan entre la ritualización y el cariño, pero siempre del lado de la ritualización. La necesidad de acariciar se reorienta a las mascotas y a los peluches. En el caso de las mascotas siempre desde el lado de la dominación. Para una mascota las caricias son pruebas de amor.

 

Preguntaba hace años el sicoanálisis, entre la niña y su muñeca, ¿con quién se identifica la niña? Probablemente hay distintas respuestas pero lo más común es que la niña se identifica con la madre y entonces la muñeca es la niña. Es decir se identifica con la madre y con la muñeca: se desdobla, lo que le permite acariciar y ser acariciada. El niño cuando juega con muñecos se identifica con el héroe es decir, para él, no existe identificación con la madre o con el padre, no existe desdoblamiento. El niño se decide por la hazaña, no por la caricia. No es difícil darse cuenta de que cuando se encuentren en las caricias sexuales sus posiciones serán totalmente distintas. Mientras la mujer quiere acariciar y ser acariciada el hombre pretende la hazaña sexual.  La pornografía (pensado por hombres para hombres) solo se fijan en la hazaña, en la dominación, en el poderío. Los hombres no se orgasman (¿es el orgasmo una debilidad?) sino que eyaculan y dominan. Las mujeres consumen el semen como si de maná se tratara. La pornografía no habla de sexo, habla de dominación. En todo caso, a través del sexo, de la hazaña sexual. La pornografía pertenece al género bélico. Confundir la pornografía con el sexo es una insensatez.

 

La cultura oriental -ajena a la metafísica, al esencialismo ontológico, a la igualación como método- contempla el cuerpo y las caricias de modo absolutamente distinto. Solo hay que comparar la cirugía con la acupuntura, la reflexología, y el racionalismo con la meditación, para darse cuenta hasta que punto estamos alejados. No es el momento de adentrarnos en esta comparación (que ya se ha tocado en blogs anteriores) pero baste constatar que la pornografía oriental es descriptiva mientras la occidental es dominativa… lo que no implica que por imitación se produzcan confluencias. Por otra parte la pornografía merece un capítulo aparte. Solo adelantar un dato: la pornografía no tienen nada que ver con las caricias. ¿Son las caricias el lenguaje del amor? Sin duda. El problema, como en tantos otros casos reside en que los distintos géneros entienden ese lenguaje de distinta manera. La esperanza es el esperanto… de las caricias.

 

El desgarrado. Mayo 2020.




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