» 23-09-2020

Señoras y señores 52-9. ¿Existe una diferencia esencial entre hombres y mujeres?

Pues bien, la respuesta tras todas estas reflexiones es: sí. Pretender la igualdad entre dos cosas distintas (propugnada por una de esas partes) es, simplemente, dominación. Vamos a repasar todo lo que hasta ahora hemos relacionado.

 

1) Biología: El cerebro de hombres y mujeres es distinto. La misión biológica de la mujer es tener y criar hijos viables para lo que necesita la colaboración del hombre (curiosamente el cuidado). Eso es la familia. Necesita también la monogamia como garantía de la dedicación del macho (eso es más que la familia: la familia monógama). Por el contrario el macho no necesita eso, sino que, por el contrario, sus genes se repartan por el mayor número de hembras. La monogamia es absolutamente contraindicada en su caso. El macho, como la cigarra, prefiere ir de flor en flor que quedarse con una pareja estable condenando a sus genes a una sola posibilidad. Los interese biológicos de machos y hembras son contradictorios. Como consecuencia la hembra es cuidadora y el macho no. El macho es inventor de situaciones en las que pueda procurar el alimento y la seguridad de su familia. Aquí se inicia una diversión (y soy consciente del doble sentido) cerebral que marcará el futuro: la mujer cuidadora y el hombre inventor. Esta fase biológica corresponde a nuestra herencia animal (el instinto) y se localiza en nuestro cerebelo y en la médula espinal (y en la amígdala, el hipocampo y otras áreas cerebrales antiguas, pero que han podido acceder a funciones más modernas), nuestros cerebros más antiguos.

 

2) El cerebro emocional. En la formulación de Mclean el mesencéfalo es el cerebro de los mamíferos, que se superpone al de los reptiles y que se supedita al de los sapiens (el lóbulo frontal). En él residen las emociones, a veces tan estúpidas como el honor, el valor, o la patria (la territorialidad consciente y militante), o tan esenciales como el amor, el altruismo o la solidaridad, pero evidentemente humanas. Incluso algunas tan ambiguas como la lealtad, la amistad o la afinidad ideológica. Hombres y mujeres somos igualmente emocionales, lo que no quiere decir que lo mostremos de la misma manera. Pero por otra parte adolecemos de emociones distintas, en los hombres teñidas de invención y en las mujeres tintadas de cuidado. La metafísica ha presumido siempre de racionalidad cuando es evidente que la emocionalidad es preponderante, quizás para poner el acento en lo que el hombre se arrogaba como característico frente a la mujer.

 

3) El cerebro racional: el lóbulo frontal. Y es aquí donde se inicia la gran divergencia. Y no es que las mujeres no lo tengan o no lo usen sino que lo entienden (de intelección) de otra manera. Aquí la diferencia entre invención y cuidado se convierte en contradicción. El cerebro racional “inventa” la metafísica, la trascendencia, el espíritu, bajo rígidas reglas dirigidas a entender y controlar el universo: el método de abstracción-universalización-ley, Basado en la cuantificación (el número, las matemáticas), la lógica (la verdad formal), el concepto (la abstracción-definición de las cosas) y la igualdad (de las cosas y de las personas). La ontología (el ser) se convierte en algo previo, anterior a las relaciones. La esencia (esa verdad que esconden las cosas) se convierte en la única y auténtica verdad. Todo este sistema de pensamiento y conocimiento controlará el pensamiento durante 25 siglos.

 

Las mujeres toman otro derrotero: el cuidado, pero no un cuidado ético sino como sistema de conocimiento-pensamiento (en el caso de que se nos permita hacer una extrapolación del sistema reflexivo del hombre). Empiezan por desmontar la ontología: las relaciones preexisten al ser. Evidentemente la metafísica no tiene sentido. De alguna manera lo que proponen es una metaética. Estamos hablando de lo hay más allá del cuidado como los hombres hablan de lo que hay más allá de la física, de lo sensible. El cuidado es un remedo de la razón. Es omnicomprensivo. Se cuida de los menores, de los iguales y de los mayores (es transitivo). Incluso se cuida de una misma (principio de identidad). Se cuida de los pueblos, de los animales y de las máquinas (cyborgs), y del medio ambiente. Se cuida de todo. El cuidado es una forma de pensamiento. Por eso es metaético. Porque trasciende la ética (que no deja de ser una acción y no una reflexión). Estamos ante una forma de pensamiento distinta de la propugnada por los hombres. Que no haya sido estructurada formalmente hasta los límites delirantes de la metafísica no la invalida. Porque es un pensamiento-acción, sin la separación que la metafísica considera imprescindibles entre reflexión y acción en esa esquizofrénica bipolaridad entre extremos opuestos.

 

¿Quiere esto decir que la metaética debe sustituir a la metafísica? No. Quiere decir que la metafísica (el machismo, en definitiva) deja de ser un sistema absoluto y debe acomodarse a esa evidencia que supone el pensamiento femenino. Puig y Haraway han denunciado los excesos del cuidado,

desde el dogmatismo hasta el agobio. Los hombres conocemos esos excesos del cuidado como: ¡Come un poco más! ¡Abrígate! ¡Es por tu bien! Pero las mujeres también conocen las falacias de la razón como sustituto de la solución: ¡hablemos! ¡No eres razonable! ¡El mundo es así! No se puede aceptar el cuidado como absoluto como no se puede aceptar la razón como absoluta. Hombres y mujeres debemos llegar a un acuerdo pero antes hay que llegar a una posición de igualdad para dialogar. Y de eso estamos muy lejos. Por eso la lucha feminista. Entiendo que esa lucha no es una posición sino un proceso para llegar a la mesa de diálogo. Como los colonizados y los altersexuales, lo primero es la igualdad. Después hablaremos de las condiciones. Primero debe acabar la lucha, la dominación. Porque la lucha continúa.

 

El desgarrado. Septiembre 2020.




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