» 19-11-2020 |
Seguimos con el plan de la cultura. Tras una etapa de antropología cultural en la que autores como Desmond Morris o Marvin Harris miraron nuestra cultura como otros antropólogos habían mirado las culturas antiguas, el cine también volvió su atención hacia nuestra especie actual. Recuerdo -más allá (o más acá) de Flagherty -aquella mítica película “Mondo cane” que nos enseñaba la animalidad de la especie humana, incluida una escena española. La profusión de documentales que, habitan hoy en día, las plataformas de TV por cable, no podían soslayar este filón. Me refiero a “Amor y sexo” (Netflix) de las que he visto los capítulos dedicados a Japón e India. En ambas es detectable, palmariamente, la herencia de la represión moral sexual. En el caso de la India, reciente; en el caso de Japón, ancestral. El sexo se esconde como vergonzoso incluso en sus más mínimas manifestaciones (tomarse de la mano, tocarse, besarse), abriendo el camino de las “perversiones”. El matrimonio adopta su preponderante papel social (contrato, integración) y pierde su papel sexual y amoroso. Por supuesto la locura se exporta (se recanaliza) a las perversiones. Los jóvenes desertan del matrimonio porque no canaliza su placer ni su locura de amor. “Amor libre” es más que una consigan de liberacióm. Es una huida de una moral represora.
El último tercio del SXX ve una revolución sexual. Los Hippies se conducen por el eslogan “haz el amor y no la guerra”. Los jóvenes se alejan de las normas sociales (morales) para iniciar una revolución de liberación sexual, pero como para demostrar que dios existe aparece el SIDA, ante el que la moral dominante opone la castidad y condena la promiscuidad. Originalmente se entiende como la enfermedad de las tres haches: homosexuales, hemofílicos y haitianos, pero pronto se amplió a las relaciones heterosexuales (la cuarta y necesaria hache). El sueño de una liberación “limpia” se hace imposible. El Mayo del 68 indica un punto de inflexión en la política. El eje derecha-izquierda (omnipresente en el SXX) se quiebra. En un sistema metafísico imperante férreamente, los pares de oposiciones tradicionales (derecha/izquierda, burguesía/proletariado) se multiplican en desarrollismo/protección del medio ambiente, hombres/mujeres, colonizadores/colonizados, animales/humanos, heteronormativos/altersexuales. Pero a finales del SXX aparece la posmodernidad que se cuestiona la metafísica y por tanto los pares de oposiciones que habían regulado el pensamiento occidental durante 25 siglos.
En los años ochenta cae el muro de Berlín y con él, el telón de acero. La utopía del comunismo de estado ha fracasado y el liberalismo saca tajada. Fukuyama decreta el fin de la historia y Thatcher y Reagan articulan el ultraliberalismo en una alianza inédita entre políticos y empresarios. El capitalismo se reinventa en capitalismo de gestión, mientras la izquierda no sabe donde esconderse. La liberación sexual sufre la derechización de la política y de la sociedad y toma la misma actitud que toma ante la política: ignorarla. Ignora el matrimonio, pero ignora también la liberación sexual. Su posición es :¡esto no va conmigo! La tradición entiende esa posición como pasotismo cuando, probablemente es desencanto. Lo que indiscutiblemente es, es individualismo. La emergencia de la informática que arrincona a muchos de sus mayores los empodera. Se convencen de que son superiores, que no necesitan nada de lo que les ofrece (les impone) la generación anterior. Se liberan de la tradición. La curva del desarrollismo se invierte y por primera vez las expectativas de los hijos son menores que las de los padres (en situación de paz). Inútiles para las nuevas tecnologías, in-sostenibles (transmiten un mundo peor que el que recibieron), económicamente fracasados, reos de un sistema político opresor y extraño, dejan de ser un modelo a seguir. Los jóvenes se emancipan de la tradición, lo que no quiere decir que sean más modernos, sino que son más escépticos.
Esa desconfianza hacia la generación anterior (a la que por otra parte exprimen con total desparpajo y desprecio) les hace establecer una hermandad (familia) con los miembros de su propia generación. Pero eso no mejora los estragos del individualismo. Prescindir de la generación anterior significa quedarse solo, lo que mejora la conexión con tu pareja pero no aplana tu ego. Dudar de la solvencia de los mayores les lleva a reinventar el mundo de nuevo, es decir, romper la cadena de transmisión social que te permite aprender de tus mayores. Los jóvenes son a-sociales, si entendemos por sociedad una hermandad de cuidados mutuos. Por último (pero no menos importante) la ciencia reduce el amor a un coctel de hormonas sin asomo de espiritualidad (y por tanto de glamour).
Las mujeres se des-romantizan (puesto que nada queda de espiritual) y adoptan actitudes masculinas, agresivas, y funcionales. A los roles de inocente/ingenua y de mujer fatal, añaden el de crápula, depredadora y racional, al modo masculino. Los hombres reaccionan de forma inesperada. Pareciera como si su papel de racionales frente a las idealistas, románticas, soñadoras mujeres se viniera abajo cuando las mujeres abandonan su tradicional papel, y entonces, aprietan el acelerador del machismo para mantener la separación tradicional (a mujeres más masculinas, hombres más animales). Y ahí se produce una intensificación de las actitudes machistas, de las manadas, de las violaciones y de la pedofilia (la inocencia recuperada).
Aunque parezca el análisis de una generación, no es esa mi idea. Todos estos cambios tienen un correlato en como se afronta el amor y el sexo. El empoderamiento de la mujer como género (feminismo) y como persona (igualdad), el abandono de roles tradicionales (des-sometimiento) y la liberación del romanticismo (funcionalismo) tiene como contrapartida un hombre que pierde poder (machismo), seguridad en sí mismo (temor a la castración) y se refugia en su propio empoderamiento en las ancestrales a
ctitudes del macho: fuerza, dominación, protección, independencia. La tradicional separación inteligencia, racionalidad, abstracción frente a intuición, idealismo/romanticismo, concreción/practicidad, ya no sirven. Estamos ante una lucha de poder a poder, entre seres demasiado individualistas y seguros (inseguros) de su propio poder.
Hombres y mujeres han hablado siempre en el idioma de los hombres. El único disponible. Fueron ellos los que inventaron la racionalidad, la metafísica, la ontología, la abstracción, a su imagen y semejanza (es decir: considerando a la mujer como un residuo de sus sistema). Por ello las mujeres han rehuido el diálogo que sabían se producía en campo contrario. Con el nuevo empoderamiento de la mujer ese diálogo empieza a ser posible, aunque la igualdad real esté todavía lejos. Pero aunque sea posible no por ello se producirá en campo neutral. El empoderamiento, por sí mismo, no lo garantiza. Ha sido la mujer la que ha hecho el esfuerzo de acercarse al campo del hombre. El lento declinar de la metafísica nos hace atisbar un horizonte en el que ese campo neutral sea posible, pero no será pronto. El capitalismo -el pensamiento machista por excelencia, asentado en la metafísica fundamentalmente- parece que se apodera del sistema de pensamiento cibernético que sustituirá al sistema metafísico. Nos queda la meta-ética de Haraway y de Puig de la Bellacas, el definitivo desbaratamiento de la razón masculina. Y aquí se cierra el paréntesis que se abrió con la biología. La razón masculina se ha centrado en la dominación (del enemigo, de la mujer, del colonizado, del altersexual, del medio ambiente, del pensamiento, del tiempo, de… todo). Ahora -demostrada su ineficacia- hay que cambiar de sistema y parece que el que se centra en el cuidado como ideología (la meta-ética) es el que tiene más posibilidades.
Los papeles biológicos de hombre y mujer empezaron por repartirse la protección y el cuidado. El camino de la protección (la dominación, ha llegado a su fin). Es el momento del cuidado. Spinoza lo entendió perfectamente: no se trata
de metafísica sino de ética; los sentimientos y las emociones son la base de nuestra humanidad. Tratar de enmascararlos con razones metafísicas y ontológicas, no tiene sentido. Es hora de anteponer la cualidad a la cantidad, la probabilidad a la verdad, entender el lenguaje como algo más que conceptos e información y en sentido de vehículo de las emociones y los sentimientos, y por supuesto entender la igualdad no como una simplificación de la diferencia sino como una ética, que es la auténtica razón del mundo. Como siempre que se produce todo cambio total, nuestro mundo, parece que se desmorona. La verdad ha perdido su fuerza a manos de la política, la cantidad (las matemáticas) son asediadas por la cuántica y la astrofísica. Los afectos (motivaciones, emociones, sentimientos) llaman a la puerta de los conceptos como en su día lo hicieron los bárbaros. Los coranavirus, el cambio climático, el desarrollismo a ultranza acaban con el sueño del mono loco. Debemos dar paso al sueño de la mona loca: la razón del cuidado, la meta-ética, la ética cognitiva.
El desgarrado Noviembre 2020.