» 28-11-2020

Señoras y señores 58. Amigos/amigas

Sabéis que mi discurso siempre se despliega en la diferencia y no será esta vez la excepción. En este caso acerca de la amistad. La amistad entre hombres, y entre mujeres es absolutamente diferente. Hablar de la misma palabra para ambas situaciones es simplemente confuso. El lenguaje habla de hermandad pero no de sororidad (que reclaman las feministas como hermandad de las mujeres). La cultura popular habla del recelo femenino respecto a competidoras, frente a la hermandad de los hombres. Claro que la cultura popular es eminentemente masculina y por tanto, sesgada. Las diferencias no son debidas a intenciones torticeras sino a a la “realidad”, entendiendo como realidad la suma de lo biológico, lo cultural y los sicológio-personal, cuando no lo regional.

 

Para los hombres la raíz de la amistad es biológica (o cuando menos antropológica). Los homínidos cazan en grupo, se apoyan y se ayudan, establecen una solidaridad cuyo límite es la muerte. Para seres testorónicos para los que el valor, la audacia, y la gloria es importante en situación de muerte, la importancia de un compañero es esencial. Son más que esenciales son cruciales. Entre los hombres se establece una hermandad que es de vida o muerte, insuperable. Los hombres que genéticamente eran capaces de establecer vínculos inconstatables o de ser absolutamente fiables tenían muchas posibilidades de supervivir (más que sobrevivir, perpetuarse). Freud no investigó esta vinculación entre machos, que evidentemente puede llegar a tener connotaciones sexuales. Dicen que los vestuarios de las tenistas son mucho más peligrosas que las de los tenistas. Pero no es sino por el aumento de testosterona que se produce, también, en estos vestuarios. Es difícil ser  femenina y agresiva a la vez… pero no imposible.

 

La biología de la mujer es completamente distinta: cooperativa, cuidadora, pero más individualista. Que las mujeres se junten para facilitar la cría no quiere decir que establezcan vínculos con otras madres. El vínculo de la mujer con su hijo es exclusiva. No hay amor en el corazón de la mujer para otro ser que para su hijo (y subsidiariamente para el de sus comadres). El lamento de los hombres en este aspecto es cierto. La mujer usa al hombre, lo parasita (de buen rollo, recordad que hablamos de biología) porque solo tienen en mente el beneficio de la cría. No existe una moral biológica, y las cosas son así. Las mujeres no admiten aliados si interfieren con su misión biológica fundamental: la cría. El grito de la famosable: ¡yo por mi hija, mato! es absolutamente cierto. Las mujeres no reconocen a los hombres como co-padres. Los ven como el provisor de la mejor semilla y como protector defensor. Los roles no son simétrico ni mucho menos.

 

La cultura añade modificaciones a esa impronta biológica pero no puede torcerla. La hermandad de los hombres sigue teniendo un halo supracultural y la incapacidad de las mujeres (aunque mejora por la enorme plasticidad de la mujer que se contamina continuamente de los hábitos del hombre) para desarrollar una relación de amistad parecida a la de los hombres, no aumenta. Pero como siempre no podemos descartar la cualidad invasiva y avasalladora del modelo masculino. Y sobre todo lo que no podemos soslayar es la diferencia (biológica y cultural). Pero no tenemos que entender la amistad como el modelo masculino (que es lo que ocurre en todos los casos). La amistad puede tener otros modelos: como el cotilleo, la cooperación colaborativa, una cierta distancia pero mucho más friendly en cuestiones extremas, empatía con el dolor y por qué no, en llorar en grupo. Hay que cambiar los modelos que los astutos hombres han establecido como inamovibles.

 

Creo que una de las razones culturales por la que la amistad femenina y masculina son distintas está en la resolución del complejo de Edipo. Todos sabemos lo que dijo Freud sobre el niño. Pero no dijo casi nada sobre la niña. Supuso que era una cuestión simétrica. En otros blogs he explicado que no es así. Evidentemente, solo para los que creen en la teoría sicoanalítica, porque no se puede predicar en el desierto. La niña se enamora del padre (en un pensamiento infantil que solo debemos pensar que es inmaduro) pero eso no le lleva a pensar que la castración es el horizonte por la sencilla razón de que ya está castrada. Mientras el niño se amilana y se pliega a la autoridad del padre (salva el pene y establece el super-yo) la niña se revela y se rebota con la madre que es su rival en el amor del padre, animadversión que le durará toda la vida. La mujer no “resuelve” el complejo: lo conserva toda la vida. El niño se hace amigo del padre (por sumisión) mientras la niña se revela contra la madre (por competencia). Ahí está el origen de la amistad. No tenéis porque creéroslo. Podría ser de otra manera. Gimnasia cerebral.

 

El desgarrado. Noviembre 2020.




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