» 24-09-2023

Señoras y señores 76. El hecho diferencial de los géneros: analítico/sintético, agresivo/conciliador, individualista/social, destructor/constructor.

El infanticidio -practicado por los gorilas pero también por los leones- consiste en la matanza de las crías que efectúa el nuevo macho dominante para imponer su huella sexual -cuento antes- en el grupo que lidera. Hasta ahí un rasgo de la supervivencia de los genes que ya apuntó Darwin en su teoría de la evolución, al incluir la selección sexual en la selección natural. No solo importa la supervivencia física (la lucha por la vida) sino también la supervivencia genética (la estirpe). En ambos casos el acento se pone en el individuo frente a la especie, es decir: si sobrevive el individuo, sobrevive la especie, lo que supone una aplicación de lo analítico y lo sintético (categorías lógicas) en la biología. Si nuestro campo de estudio es la sociedad entonces la supervivencia de las partes (los individuos) devengan la supervivencia del todo (la especie). Pero si nuestro campo es el individuo (que es el único campo posible para éste) la supervivencia del individuo es un fin absoluto (¡después de mí el diluvio!). Dependiendo del campo escogido: el análisis (el todo es la suma de las partes) o la síntesis (el todo es más que la suma de las partes). ¿Por qué la hembra consiente (o mejor: se conforma) con un estado de cosas (infanticidio) que afecta a su primera prioridad biológica, es decir los hijos? Pregunta que podríamos añadir a las anteriormente realizadas: ¿Por qué mandan las mujeres a sus hijos a la guerra? ¿Por qué educan las madres a sus hijo/as en el machismo?

 

El hombre es analítico (egoísta, destructor) y la mujer es sintética (altruista, constructora). No hablo de verdades absolutas (necesarias; que no tienen excepción) sino de tendencias, sesgos, verdades estadísticas. Veamos el por qué de estas equivalencias. Egoísta quiere decir la prevalencia del individuo sobre cualquier otro ente de la misma o de otra especie. Las partes son los constituyentes esenciales del todo que no puede subsistir sin su existencia. Si como en el infanticidio eso supone la destrucción de toda vida que no sea la emanada del individuo ¡mala suerte!. La defensa de la vida, la supervivencia, ya colocaba la vida propia sobre la vida del otro (su muerte, su destrucción): matar o morir como única disyuntiva vital. El niño despanzurra el juguete para saber como funciona, como el médico despanzurra el cuerpo humano para conocer su anatomía (su funcionamiento, al fin). La guerra es la calificación (la partición de lo sensible, Rancière) del “otro” como enemigo y por tanto eliminable, como medio de vida propio. La función elemental (biológica) del macho de defensa de la familia se extiende de alimentarla a protegerla mediante la violencia. El hombre es individualista (su tensión con la sociedad es máxima), porque ser individualista es equivalente a ser egoísta, analítico y destructor. 

 

La misión de la mujer es otra. Comienza con la creación de vida, pero de inmediato éste rasgo se convierte en su cuidado y protección y aunque esa protección pasa, como en el caso del hombre, por la defensa violenta (¡Yo por mis hijos mato!) el sesgo biológicamente menos agresivo la reconduce a la protección pasiva: la prevención y el cuidado. Para la mujer el todo es más que la suma de las partes, es eminentemente social (sin las tensiones competitivas y agresivas que determinan el comportamiento del hombre), su absoluta  (y necesaria) entrega a la prole le vacuna contra el egoísmo individualista y la empuja por la senda de la colaboración y el respeto. Sintética es para ella sumar, construir, aunar esfuerzos e intenciones. Su fe en el amor (romanticismo) es la fe en la cooperación y el cuidado mutuo y de la prole. El sexo es un medio y no un fin como para el hombre (la construcción de la estirpe, cueste lo que cueste). Estos rasgos distintivos, aunque diversos, no deberían ser necesariamente opuestos, enfrentados, excluyentes. No debería ser necesario escoger entre la guerra de los sexos (la destrucción del enemigo) y la media naranja (la complementariedad predeterminada). ¿Por qué entonces hemos llegado precisamente a eso? 

 

Es evidente que este sencillo cuadro biológico ha sido modificado por la cultura. La agresión se ha reorientado al deporte y a la competición en general, sin resultado de muerte. La superioridad del macho no se dirime hoy en la violencia extrema (que también) sino que se reorienta. De alguna manera el hombre se feminiza, se acerca a las posiciones femeninas de socialización, cuidado, respeto, como se feminizó cuando cambió la caza (violenta) por la agricultura (cuidadora) y la recolección (respetuosa con el medio). Pero también la mujer se masculiniza añadiendo rasgos violentos a su carácter, y aceptando el análisis, la destrucción y la guerra como sesgos de la sociedad en general y no solo del hombre. Y es esa confusión de lo masculino con lo social lo que nos ha conducido a la sociedad actual. Porque el modelo de sociedad en el que nos desarrollamos es el modelo masculino, el impuesto por el hombre. El análisis no solo llevó a la destrucción, la guerra, el machismo, etc. También fue el artífice del pensamiento analítico, de la filosofía y la ciencia y esa posición prevalente en el pensamiento especulativo le llevó a diseñar la sociedad a su imagen y semejanza: la sociedad machista metafísica, que ha asfixiado, en gran manera, la idiosincrasia femenina.

 

La metafísica ahoga la dignidad femenina, y la mujer se defiende de dos maneras básicas: primero aceptando el modelo de sociedad masculino (es decir, confundiendo lo masculino con lo social) y segundo combatiendo la vejación y el sometimiento con el micropoder. El pensamiento especulativo conduce al hombre al delirio de la grandeza y de su posición de príncipe de la naturaleza. Solo lo excelso, lo imponente, lo trascendente le parece adecuado a su dignidad y ese desplazamiento hacia lo sublime deja muchísimos espacios de micropoder libres, los pliegues del poder en los que se instala la mujer. Era una manera de evitar el enfrentamiento directo y dio resultado aún cuando  visto desde el punto de vista del gran poder es un reparto indecente en el que la mujer solo recibió las migajas, en un estado de desigualdad extrema. De esta manera podemos explicar por qué las hembras  aceptan el infanticidio, las madres mandan sus hijos a la guerra, y las mujeres educan a sus hijos en el machismo. Porque han aceptado el modelo de sociedad masculino hasta el punto de identificar sociedad y macho. 

 

Nuestra sociedad está sumida en una paradoja: la mujer acepta como modelo de sociedad la impulsada por los hombres, que no recoge en absoluto su idiosincracia, sus aspiraciones, ni su realidad. Y no solo eso, sino que la oprime, la sojuzga, la veja, la ningunea y la somete. Aquí la servidumbre voluntaria se ha convertido en servidumbre por opresión, desinformación, desconocimiento, adoctrinamiento. Pero no es la única paradoja. La única manera de salir de esa situación es utilizando  las mismas armas que los hombres: el análisis, el individualismo, el egoísmo, la destrucción, en una palabra: la guerra. Para que la mujer alcance la dignidad de mujer primero debe abandonarla, adoptando la posición de los hombres, igualándose a ellos. Y así las estrategias del feminismo (entendido como movimiento de la liberación de la mujer) son múltiples de acuerdo con la posición adoptada. Las sometidas que aceptan el modelo de sociedad masculino y se conforman con el micropoder; las alineadas que utilizan las armas de los hombres y sus sesgos agresivos/destructivos/analíticos como único medio de combate y que aspiran a la igualdad con los hombres; las diferenciales que aspiran a la igualdad pero dentro de la diferencia, es decir a la libertad. Quizás habría que añadir -como en las encuestas- las que no saben, no contestan: las desinformadas. 

 

Lo que es indiscutible es que la primera liberalización de la mujer debe ser la de su modo de lucha. Solo las mujeres deben conducir su lucha desligándose de la férula masculina cuyos resultados ya sabemos. Empezando por este escrito que -aún concediéndole su buena voluntad- no deja de ser un hombre marcando el camino de las mujeres. Me gustaría que este escrito fuera entendido como un “think tank”, una base de datos de donde se pueda extraer ideas, pero no vías de pensamiento ni de actuación. El siglo XXI será femenino o no será.

 

El desgarrado. Septiembre 2023.




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