» 12-12-2023 |
El feminismo rancio que, a desgana, “conceden” los hombres a las mujeres, se suele centrar en la igualdad (ante la ley) y entreparentesco la ley, porque resulta ser una ley nominal (sin aplicación práctica) y porque fuera de la ley no se produce en absoluto. ¿Igualdad a qué o a quién… al hombre? La cuestión es que la igualdad ni está ni se la espera. Otra cosa es centrar el feminismo en la libertad (Despentes), cosa que de momento, ni se nombra. No hace falta repetir que las diferencias físicas entre hombres y mujeres dimanan del dimorfismo sexual y el distinto papel que cada uno juega en su cometido biológico, y son escasamente significativas. Respecto al cerebro sabemos que la capacidad de ambos es igual, con un poder de adaptación añadido que hace que todo lo que hace el uno por su bilogía o por su devoción puede ser realizado por el otro. La transexualidad es el último ejemplo que ha abordado nuestra especie: el sexo no es físico sino mental y el físico puede ser adaptado.
Pero hay otra diferencia que me parece necesario afrontar: los intereses. Los intereses de unos y de otros son bastantes distintos y aunque hoy en día las mujeres se han desplazado a los intereses de los hombres (como única manera de alcanzar la igualdad (beber, fumar, drogarse, malhablar, ser violentas, etc,), también los hombres han adoptado posiciones que les aproximan a las mujeres sobre todo en el campo de la sensibilidad (llorar, cuidar, respetar, empatizar) y de la relación social pues su comportamiento ante las redes sociales son perfectamente simétricos. ¿Existen intereses distintos de sexo o género? Históricamente así ha sido. La literatura y el cine nos muestra dos tipos bien característicos, aunque esas diferencias han sido tradicionalmente utilizadas por el hombre para denigrar a las mujeres. El cuidado del cabello (que hoy practican ambos) dio lugar a aquello de “ideas cortas y cabellos largos”; el cuidado del aspecto dio lugar a la ridiculización de la “esclavitud” por la moda; El cuidado del cuerpo alumbró el mito de la mujer presumida y coqueta, etc.
Desmond Morris publico en 1977 y 2004 “El hombre desnudo” y “La mujer desnuda” como continuación del estudio etológico (en cuanto animales) de la especie humana que supuso “El mono desnudo” y que le dio fama mundial. Aunque el estudio es básicamente etológico incide en diferencias de comportamiento e intereses que -habiéndose originado en la zoología- han aterrizado en la antropología. El tema de las diferencias entre hombres y mujeres ha tenido, en los últimos tiempos, un protagonismo editorial inconstatable, aunque muchas veces en clave de humor, como si no pudieras abordarse desde la seriedad más absoluta. Louann Brizedine -desde la neurosiquiatría y la medicina- también estudió “El cerebro masculino” y “El cerebro femenino” en sendos textos de 2010 y Gina Rippon escribió “El género y nuestro cerebro” en 2020, tanto para criticar los libros de Brtizadine com para defender la tesis de la igualdad de los cerebros masculino y femenino, cosa que no queda clara que haya conseguido. Todos estos libros los he reseñado en este blog.
Pero tampoco quiero reincidir en la etología o la medicina o la neurociencia, sino en la teoría del conocimiento, por más que la huella de lo biológico siempre se transparente. Dicho en pocas palabras la teoría del conocimiento se plantea el siguiente problema: ¿es posible el conocimiento cierto (verdadero)? O dicho de otra manera ¿son nuestras habilidades biológico-culturales (nuestros cerebros) capaces de entender el mundo? En el caso de que la verdad absoluta no pueda ser alcanzada, los estudiosos plantean la posibilidad de que, al menos, ciertas tendencias, sesgos, derivas, puedan ser establecidas aunque difícilmente cuantificadas. Duns Escoto -ya en el SXIII- habló de una “propensión natural” y Guillermo de Ockham de “uniones aptitudinales”. La cuestión es que si estas preguntas se las hace un hombre y avanza hacia la verdad absoluta, que parece la búsqueda natural, estaremos ante la verdad absoluta del hombre y no la del género humano. Sin embargo si renunciamos a esa verdad absoluta y admitimos los sesgos o propensiones nos será posible distinguir entre las derivas características de los hombres y de las mujeres. Es el mismo caso de los regímenes totalitarios que buscan el pensamiento único que corresponde al del líder o de la facción dirigente. En eso consiste la democracia en romper la verdad única mediante la pluralidad, en nuestro caso, de géneros.
Se puede pensar que merced a esta estrategia se ha perdido la oportunidad de acceder a la verdad absoluta, pero no es así, por cuanto no existe ninguna prueba seria que determine que dicha verdad exista y pueda ser alcanzada. De este modo se alcanzarían dos verdades parciales, cada una con su sesgo: masculino o femenino. De modo que se establecerían verdades distintas (aunque no mucho, la verdad), para ambos géneros. Otra pega que se puede argüir es que se dobla el esfuerzo cuando dejando la búsqueda de la verdad en manos de los hombres, estos accederían a la verdad única del conjunto de los seres humanos. Pero nunca ha ocurrido así. Cuando el hombre ha sido el único actor, los logros han sido siempre netamente masculinos. No siempre las estrategias son positivas (hacer). A veces son negativas (evitar) y ese es el caso en el que nos hallamos. Y es el caso de la democracia. No se trata de obtener la opción perfecta sino de conformarse con la menos mala, porque la perfecta no existe. Estamos hablando de establecer tendencias, propensiones que no se ajustan a todos los hombres o mujeres sino a una (¿inmensa?) Mayoría y en dos grupos: los hombres y las mujeres.
La verdad absoluta, el 100% de la verdad no es posible. Conformémonos entonces con una verdad fraccionaria que defina una tendencia pero no una verdad absoluta, y aprovechemos la ocasión para distinguir -en otro sesgo más- entre las tendencias masculinas y las femeninas. La paridad puede ser entendida en esta vía. Lo ideal sería que se escogiera los mejores para cada puesto prescindiendo de su sexo, pero como arrastramos una desigualdad formativa de miles de años, no es posible esperar que las mujeres “rindan” lo mismo que los hombres, y de esta desigualdad histórica de hecho se aprovechan los hombres. Imponer la igualdad es la manera de que el proceso sea lo más justo posible. El caso de las becas es del mismo tono pero cambian los colectivos que ahora son el de los ricos y el de los pobres. Si damos las becas a los más brillantes estamos favoreciendo a los que más recursos formativos tienen, ahora e históricamente. Si hemos de ser justos debemos imponer otro criterio que la brillantez. Las becas deben ser para quien más las necesita. Según nuestra Constitución (creo que en el artículo 14) se habla de una igualdad en la desigualdad. No se parte de una igualdad ideal, con la que dios ha bendecido tanto a hombres como mujeres, sino de una desigualdad de partida que obliga a ser desiguales para arreglarla. Tratar los casos desiguales con desigualdad calculada. Es este el concepto de igualdad que hemos de adoptar y no el simplón de esperar que la situación de partida sea la igualdad ideal.
Todos estos ejemplos no son exactamente iguales en su aplicación pero tratan de ponernos en la pista de un sesgo en el concepto de igualdad, más allá de la igualdad ideal. Sabemos que estos particularismos suelen ser contraproducentes y que en nombre de la justicia se han propuesto históricamente tratos desiguales que terminan siendo de privilegio. Por eso el voto del sabio, el rico, el viejo experimentado o el fuerte valen igual que cualquier otro. La lógica inmediata indica que el voto debería tener un peso cualitativo, pero eso abriría la puerta a desmanes incontrolables (totalitarios). Por eso (y porque los menos listos, fuertes, viejos experimentados, ricos… también tienen derecho a ser gobernados por los menos listos, fuertes, viejos experimentados, ricos, etc. es decir, por sus iguales) los votos valen lo mismo. La igualdad cualitativa se impone a la igualdad cuantitativa y se trata a lo distinto de forma distinta. Rancière en “El maestro ignorante”, reconocía la igualdad de todas las inteligencias, el resultado es el mismo, sumando todos los campos en las que se manifiestan. Un genio es una persona con muchas carencias en muchos campos, lo que le proporciona extraordinarias virtudes en unos pocos. La inteligencia, la belleza, la riqueza son en nuestra sociedad becerros de oro, a los que se debe sacrificar el resto de valores. No es así (no debería ser así). La capacidad de cuidar, de dar amor, es tan importante como cualquiera de ellas. Un mundo, en el que nos amáramos más, sin trabas de sexo y condición, amáramos a los hijos y a la tierra, nos cuidáramos los unos a los otros… Pero como es una cualidad eminentemente femenina no se ha erigido en becerro.
Tradicionalmente la mujer no se ha interesado en las mismas cosa que el hombre (deportes, pensamiento especulativo, violencia, poder…). Cabe que haya sido por una voluntad continuada de excluirlas -por parte de los hombres- pero cabe también que simplemente sean diferentes. El hecho de que en la actualidad se haya despertado ese interés por la imitación de los roles masculinos, podría deberse, perfectamente, a su afán de igualdad. Pero supongamos que es por falta de interés. ¿Por qué las mujeres no se interesan en el pensamiento especulativo? Porque la mujer es eminentemente práctica, que es lo que le exige -por otra parte- su papel biológico de cuidado efectivo. Pero aunque no encontráramos una justificación, siempre podemos recurrir a que… simplemente no le interesa. ¿Por qué no existe un pensamiento femenino, como existe uno masculino (la metafísica)? Por que no le interesa, porque tiene otros intereses que el hombre se ha encargado de denigrar, por espurios. Y en ese camino hemos llegado a que los intereses femeninos son intereses segundos, sin importancia, insustanciales, mientras que los masculinos son importantes, principales, magníficos. La definición de lo que es interesante ha estado siempre en manos de los hombres y éste se ha encargado de cargar las tintas tanto positivas (los suyos) como negativas (los de las mujeres.
El cuidado (de sí misma, de los niños, de los mayores, del hogar, del medio ambiente, de las formas…) es probablemente el interés -comparativamente- más peculiar de las mujeres y que les conduce al conservadurismo (social), al consumismo, al barroquismo, al romanticismo. Es fácil distinguir los intereses de las mujeres porque todos han sido tildados por los hombres como negativos… y la mujer es especialmente sensible a las valoraciones negativas. Pero esa es la primera tarea a realizar: reivindicar lo específico femenino, como distinción y orgullo (el mismo camino que siguieron los altersexuales). Todos estos temas son difíciles de tratar por cuanto son históricamente negativos para las mujeres, pero hay que enfrentarse a ellos. En otra ocasión defendí el “pavismo” como derecho y orgullo de las mujeres. Si tiene connotaciones negativas es porque el hombre se las puesto. La libertad (como alternativa a la igualdad) empieza por liberase de las clasificaciones, de las etiquetas que los hombres han colgado, históricamente a las mujeres. En cualquier caso todos los rasgos dimanantes de la especificidad del género femenino siempre serán mejores -por denostados que históricamente estén- que dirimir las diferencias a cañonazos. ¡Animalitos!
El desgarrado. Diciembre 2023.