» 28-01-2024

Señoras y señores 93-5. Diferencias y tendencias 4. Dominio/uno-convivencia/dos

Como he repetido, el hombre desarrolla su inteligencia -a través del logos- simple y llanamente para comprender el mundo y dominarlo. El hombre -en tanto que animal- no está muy bien armado (incluso: mediocremente armado). Eso le obliga a convertir su inteligencia (su hecho diferencial) en arma: el conocimiento y sobre todo la previsión del futuro, el anticipo de la acción del enemigo. Competir con animales esclavos de su instinto (respuestas estereotipadas ante situaciones determinadas) implica que sus respuestas son siempre iguales y solo pueden cambiar mediante el aprendizaje, lo que supone que ante una situación nueva estan inermes. Y ahí muestra su valía la inteligencia, que puede anticipar, racionalmente (quizás intuitivamente) lo que va a suceder. 

 

Evidentemente conocer no serviría como arma si no se pusiera en práctica en la acción ese conocimiento, y ahí aparece la dominación: imponer la voluntad (generada por el conocimiento)  sobre la voluntad que se le opone. Desde ese punto, en la evolución de la aparición de la inteligencia (incluso antes del logos) se manifiesta una cierta diferencia entre hombres y mujeres, los primeros, cazadores, en interacción constante con el entorno capaz de voluntad; las segundas, recolectoras, en interacción con el mundo inanimado, con el que la previsión también es eficaz (¿dónde se halla?, ¿cuándo germina?) pero con un rasgo más de aprendizaje que de invención, y la consecuente acción no es estrictamente de dominación. En definitiva el hombre (como género) está más abocado a la dominación que la mujer.  La domesticación podría marcar la igualdad pero como se ha dicho, ésta es una actividad compartida en la que torcer la voluntad del animal es cometido del hombre, mientras la mujer convive con él desde la convivencia y el cuidado.

 

Irigaray añade dos elementos adicionales: En primer lugar el dominio es una necesidad del hombre para taponar el vacío de relación con la mujer (para algunos: el ser) que se produce en el nacimiento del logos y en el que opta por el individualismo -leído como autogeneración, como género único- medio, por el cual trata de de borrar a la mujer (y a la diosa) en cuanto origen de sabiduría. Es en este sentido  -en segundo lugar -que el hombre opta por la generación (engendramiento) de “uno” a través del logos y la palabra, frente a la generación por “dos” (hombre y mujer) que sostiene la mujer (y cualquier ser razonable). Ese proceso de borrado alcanza incluso a considerar la colaboración de la mujer en la procreación como simplemente nutricia (alimenta a la prole), ensalzando su (de él) semilla, hasta el punto de considerarlo el único agente de la generación. El psicoanálisis -con la teoría del falo: premisa universal del pene- reconocerá esta situación de género único considerando a la mujer como un género masculino truncado, castrado. 

 

El hombre, plantea su pertenencia a la sociedad desde el conflicto, la competición, el dominio. La mujer desde la colaboración, la convivencia pacífica, la coexistencia. Si ese conflicto no llega (casi siempre) a la agresión violenta o a la guerra es porque en su idea de la generación por “uno” el hombre crea una hermandad de hombres (de la que excluye a la mujer y a los niños), un entre-hombres,  como sustituto de la anterior relación con la mujer o la diosa, mediante una vinculación del tipo maestro-alumno o de iguales (pares) que comparten la sabiduría (entre los que circula el saber), hermandad (sosoridad) ésta, que no se desarrolla con la misma intensidad entre las mujeres. Esa hermandad es el antropocentrismo, la sociedad patriarcal, en la que los hijos y la esposa están sometidos a la autoridad del padre y la mujer borrada de cualquier papel que no sea el de madre nutricia,  cuidadora del hogar y de la prole, descanso del guerrero (amante sumisa) e hija mercantilizable en el intercambio matrimonial de mujeres (Irigaray). El destino de la mujer queda así totalmente fijado.

 

La mujer -mucho más ligada a la vida y a la naturaleza- se pliega a las exigencias del hombre: sustitución del dos por el uno, la entronización de la palabra y el logos y la anulación de la mujer como depositaria del saber y librada a un papel secundario, sin entrar en conflicto. La relación hombre-mujer (de dos géneros) queda interrumpida y sustituida por la relación (de un género) entre hombres. El dominio no solo es la tendencia natural (biológica) del hombre sino que es la coartada para deshacerse de la relación con la mujer en cuanto depositaria de la sabiduría “natural” e igual del hombre. Para Irigaray este episodio ocurre en el nacimiento del logos en el presocratismo, pero es perfectamente entendible que empezara a fraguarse muchísimo antes y cuyo final cristalizara en la aparición del logos. La propuesta de Irigaray no es la más común entre los estudiosos, pero no podemos perder de vista que tanto una como las otras son relatos de (casi) imposible verificación.

 

Sócrates (en el arranque del logos) fija la sabiduría en la controversia, en el conflicto de posiciones que dialogan, en la dialéctica. Convencer es vencer con argumentos… pero vencer. Y así ha sido a lo largo de la historia en la que las controversias encendidas, virulentas e irreconciliables entre maestros han sido habituales. Con el tiempo el vocablo dialéctica pasó a significar la contradicción interna de los conceptos heredando de las palabras su irresistible tendencia a contradecirse. Vivimos en una sociedad de la competencia. Si no la guerra, la beligerancia, la posición agresiva-defensiva será una constante en el hombre y su inexistencia, una constante en la mujer, siempre, como tendencia mayoritaria, sin ánimo de absoluto, hasta el punto que la mujer es en muchos casos garante de la paz. 

 

Si la mujer ha participado en la guerra (como suministradora de soldados o como trabajadora pacífica, es precisamente por su talante no agresivo y por su renuncia a establecer un pensamiento femenino en contraposición al masculino del hombre (metefísico-ontológico). El pensamiento femenino se nutre del pensamiento primitivo -el que se caracterizó por el acuerdo (relación) entre hombres y mujeres en plano de igualdad y con cierta preponderancia de la sabiduría femenina-, y de la adopción del pensamiento masculino como complemento utilitario. En el caso de la guerra se plegó a a la necesidad épica y epopéyica del hombre y a su necesidad de heroísmo, hazañas y brillo, antes que añadir una nueva guerra entre géneros. Como mostró Gandi, la paz no puede ser armada, si quiere ser paz.

 

El desgarrado. Enero 2024.




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