» 29-01-2024

Señoras y señores 93-7. Diferencias y tendencias 6. Destruir (guerra)-conservar (paz).

He establecido que el hombre es analítico y la mujer sintética: el hombre divide y la mujer suma. O lo que es lo mismo: el hombre destruye y la mujer conserva. El hombre está interesado en saber como funcionan las cosas y para ello el niño despanzurra el juguete para ver como funciona. La niña juega con las muñecas creando mundo de fantasía añadiendo circunstancias nuevas. La guerra es destruir al enemigo y la paz construir un mundo común entre todos. Ante las cosas usadas o desvencijadas el hombre prefiere desechar y empezar de nuevo mientras que la mujer prefiere arreglar, y todavía mejor, conservar, de modo que no se estropee. En el límite el hombre se entrega a un impulso de muerte y la mujer a uno de vida.

 

La guerra no es una anomalía que interrumpe la normalidad de la paz. Existen razones de peso que hacen pensar lo contrario… por lo menos en un mundo de hombres. Y es ese el mundo en el que vivimos. Un hombre cuya primera razón fue la fuerza, naturalmente agresivo, que se plantea la vida como dominación, que inventó el logos para evadirse de un mundo de igualdad de géneros en el que la sabiduría le pertenecía a ella (mujer o diosa), que arrinconó a la mujer por sabia y por pacífica, por sintética y por conservadora; un hombre que estableció la metafísica-ontológica (machista y violenta), que instituyó un panteón uraniano de dioses guerreros, vengativos y crueles, castigadores y mezquinos, como antesala a un monoteísmo de premios y castigos. Con un hombre así, pensar que la paz es la norma, es simple y llanamente, locura. La tónica de nuestro mundo masculino es la guerra. 

 

Un hombre épico-epopéyico, soñador de hazañas, heroísmos y perseguidor de  brillantez, liberador y redentor, solo puede ser un guerrero.  El “arte” de la guerra, -mecanismo de retroalimentación de ataque-defensa infinito, que ha llevado a nuestro mundo al borde de la extinción- nos muestra su verdadera cara en Ucrania y en Israel como la destrucción total de los civiles. La pantomima de dos ejércitos de militares que que combaten desde el honor y el patriotismo ha dado paso a la guerra de la industria armamentista contra la población civil y su hábitat. Con el peligro añadido de que se amplíe hasta la destrucción de la tierra. La destrucción, la aniquilación de la humanidad es el verdadero fin de esas guerras. La llamada “paz armada”, guerra de disuasión, es una trampa mortal de la que ya es imposible escapar. Y tras traernos al horror actual, los militares lavan su imagen y culpan de sus desmanes a los traficantes de armas (como si no supiéramos que los mayores traficantes son los Estados nacionales), a los terroristas, a las fuerzas del mal, a la religión, a la economía, pero sobre todo a la sociedad civil que ampara a terroristas y ejércitos del mal. 

 

El discurso de la defensa imprescindible y de la seguridad necesaria frente a nuestros enemigos, girando siempre en torno a la identidad e integridad de la patria, alimenta la máquina de guerra, cuya financiación entierra el futuro de bienestar que el progreso nos prometió. En un mundo, amenazado por la robótica y la desigualdad, sobran millones de trabajadores y millones de pobres. Y qué mejor manera de solucionarlo que con las armas, de fuego, químicas, biológicas o nucleares. Hay para escoger. El futuro de un ser destructor es la destrucción y ahí estamos. Solo la paz (pero una paz definitiva) puede salvarnos y esa paz está en manos de las mujer, porque solo la mujer, cuando habla de paz, habla de corazón. A ella le corresponde el papel de dar vida, frente al cometido del hombre de segarla. El papel de conservar la familia, la naturaleza, el equilibrio ecológico, la normalidad climática. Tarea demasiado pesada para quien ni siquiera aún ha conseguido el reconocimiento de su plena igualdad. ¿Cómo concederle la superioridad? 

 

Los jóvenes (los hombres jóvenes) piensan que cualquier tiempo machista anterior fue mejor. Se lamentan de su discriminación frente a las mujeres. Defienden sus privilegios ancestrales abiertamente, sin tapujos: no quieren la igualdad. Quieren la superioridad. La ultraderecha abandera un movimiento que siempre fue de la derecha pero sin tanta desfachatez. El capitalismo tampoco quiere que las mujeres tengan los mismos derechos laborales que los hombres, entonando el lamento del catastrofismo. El movimiento anti-feminista está en marcha y con él, cualquier posibilidad de salvación de la destrucción total. Pero no es el único movimiento que amenaza con la destrucción de nuestra civilización. Nuestra sociedad metafísica ofrece una igualdad hipócrita a las mujeres: ser iguales a los hombres, es decir: guerreros, destructores, esquilmadores del planeta, contaminadores sin freno. La igualdad debería producirse en ambos sentidos: igualdad de derechos, participación y oportunidades para las mujeres, e igualdad de pacifismo, respeto por el planeta y por los animales, por el resto de seres humanos, por los ancianos, por los enfermos, por los niños, para los hombres. Solo una igualdad en ambos sentidos será una igualdad plena. Un mundo de mujeres identificadas a hombres es un mundo de conflictos, competencia, baja natalidad, etc.

 

Y es que aún hay más movimientos contra nuestra salvación, pasando por las mujeres: la baja tasa de natalidad. Ya ya no nos reponemos; mueren más individuos de los que nacen. Estamos abocados a la destrucción por extinción. Solo políticas de choque pueden torcer esta tendencia y aunque el machismo dominante eche la culpa a las mujeres de tener pocos hijos, las cosas son muy otras. Las familias no pueden sobrevivir con un solo sueldo y la mujer ha salido a trabajar fuera de casa, lo que dificulta el cuidado de la prole. Aún así el dinero no llega para tener dos hijos. Por tanto la situación de baja natalidad está provocada por el capitalismo (bajos sueldos) y por falta de ayudas para la maternidad.  Ambas políticas son denostadas por las derechas, que además abogan (?) porque la mujer se quede en casa cuidando del hogar y los niños o que no entren emigrantes para cubrir los puestos de trabajo generados por la demografía. Su política consiste en prohibir el aborto (más nacimientos) y la eutanasia (más trabajadores). Ya no están en contra del divorcio porque favorece la natalidad (un solo hijo único dos veces, son dos hijos). En resumen: confusión.

 

Antifeminismo, marimachismo y el hijo único amenazan nuestra subsistencia… de forma mediata pues la autentica amenaza inmediata es la guerra y la destrucción del planeta. Y en todos los casos la solución pasa por las mujeres. ¡Quizás deberíamos tratarlas de otra manera!

 

El desgarrado. Enero 2024.




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