» 22-01-2024 |
Durante muchos blogs de “Señoras y señores” he incidido en que un pensamiento femenino (alternativo a la metafísica) es posible y puede ser descubierto. Partía de la idea que -paralelamente, es decir con las mismas premisas- podía desarrollarse ese pensamiento aún cuando daba por sentado que un pensamiento femenino no podía basarse en las mismas premisas. La contradicción era evidente y con este texto voy a rectificar ese planteamiento. Partiré de la idea de que hubo un tiempo en el que el pensamiento era común (en el sentido de que todavía el pensamiento masculino no había desplazado a todo lo que se le oponía) y de ese pensamiento común e igualitario el hombre desarrolló su pensamiento específico (la metafísica) dejando a la mujer encallada en aquel pensamiento primitivo. Como he remarcado otras veces la mujer no tiene ningún interés en un pensamiento analítico, abstracto, dialéctico -como será el nuevo pensamiento masculino… y no era el pensamiento primitivo- por lo que tras la espantada del hombre, se adaptó a un pensamiento que le era ajeno (la metafísica) sin intentar -siquiera- desarrollar un pensamiento que le fuera propio. Y que no tenga interés no quiere decir que no sea capaz de desarrollarlo y de comprenderlo.
Sigo en esta empresa a Luce Irigaray “En el principio era ella” Ediciones La Llave, 2016 (2012). Irigaray es psicoanalista y en el libro citado no persigue un pensamiento específicamente femenino sino un análisis de las diferencias entre hombres y mujeres actuales, arrancando del periodo presocrático. Su militancia en el feminismo de la diferencia es patente. La tesis del libro es que el primer “otro” del hombre es la madre (con la que vive en total indiferenciación los primeros meses de vida) y que el proceso de diferenciación (separación) no se ha hecho correctamente, con consecuencias graves para la psique masculina. La clave del libro es psicoanalítica y el paso por la historia es totalmente instrumental, lo que no quita que su análisis histórico desvele el pensamiento común presocrático de hombres y mujeres y la exclusión de esta última del nuevo pensamiento masculino: la metafísica. Aún cuando sabemos que el nuevo pensamiento fue la metafísica y por tanto la ubicación en el periodo presocrático es exacto, la gestación de la separación del pensamiento común pudo ser tan largo como se quiera, por lo que sabemos cuando se produce la escisión pero no cuando empieza. El hecho de que existiera un pensamiento común no impide que el hombre ya ejerciera un dominio físico sobre la mujer, dominio que no se plasmaba en el área mental. La metafísica consolidó ese dominio al ocupar, también, el espacio mental.
En la mitología arcaica griega ya existen múltiples diosas que intervienen en los asuntos de los seres humanos (intervención femenina que el monoteísmo arrancará de cuajo) en situación de paridad. El hilo conductor del pensamiento es la vida: pensar y ser son la misma cosa. “El mundo aún no está organizado según el pro y el contra decretado por el hombre” (Irigaray 2016, 35). Crecer y perecer (Empédocles) no tienen el sentido de totalidad acabada que presentarán después la vida y la muerte, pero ya apuntan a los pares de oposiciones (tabla de contrarios): bueno/malo, que caracterizará a la metafísica. “Luego, la vida queda apartada, la muerte la suplanta. El lenguaje poético que narra la pluralidad del vivir se pierde. El sentido siempre permanecía múltiple, pero anclado en un fondo simple, sabio y secretamente religioso.”… “Esta lógica viene a sustituir la exuberancia de un crecimiento de la vida”… “A una percepción despierta, a la contemplación, la sustituyen, juegos de lenguaje que crean poco a poco en el hombre un doble artificialmente construido”… “A esa creación corresponde un discurso desanclado de su función primera: decir, la verdad”… “el maestro arrastra al alumno por los dedos infinitos de su habilidad, manipular las palabras y en conectarlas entre sí. Lo seduce hacia la noche en la que el mismo se ha centrado, desdeñando el sol, como aquello que desvela lo que es. Así, lo oscuro se convierte en lo claro con un vuelco en el que aquello que asustaba al hombre -¿el mismo?- se transforma en envite de su deseo: el toldo sabedor “. (Irigaray 2016, 36).
“Renunciar al misterio de la vida, nunca enunciable por nadie, evocado, tan solo por el poeta, le otorga poder a la lógica. Pero el precio de haber optado por la muerte, a través de un juego de palabras: vida y muerte es una misma cosa, vivir es morir, la muerte es la otra cara de la vida, etc. Quien viviera fuera de esa economía lógica sería un ignorante… no ha entrado en el círculo de los iniciados, en el logos, de los que sean capaces de escuchar, y de decir esa palabra codificada que funde a la comunidad de los hombres. Dejando a las mujeres que comuniquen por medio de signos oscuros, especialmente en nombre de un pudor que pide que nada quede nunca claramente expuesto”…” Al amor se opondría el odio” (Irigaray 2016, 37). Algunos movimientos evocados se mantienen cerca de la vida. Estamos aún en los comienzos… la salida de uno mismo para ir hacia el otro o la retirada en uno mismo aún existen. Pero a partir del momento en que la mezcla incluso la copulación evoquen el amor y el regreso o uno mismo evoque el odio, el logos habrá desvinculado lo vivo de sí mismo. Para ir hacia el otro, enlazarse armoniosamente a él, se hace necesario un repliegue sobre uno mismo. Eso no significa odio, sino la elaboración de una relación consigo y con el otro con vistas a evitar la fusión, la confusión y la necesidad de explosión para que la separación tenga lugar. (Irigaray 2016, 38). Ir simplemente hacia el otro, mezclarse con el olvidándose de uno mismo, no es amar, es obedecer a un movimiento irresistible en el que se disuelven el uno y el otro. (Irigaray 2016, 39).
“En aquel tiempo, el sabio está aún a la escucha de ella -la naturaleza, la Diosa, la musa. El maestro, para el filósofo que empieza a hablar, son ellas. Y su discurso sigue creciendo a partir del mismo fondo que el crecimiento vegetal. No se separa de él para constituir un logos paralelo al mundo vivo, y lo expresa cortando lo de la raíces de la vida y de su devenir. Que lo transforma en signos para o para ponerlo a disposición de la obra del hombre. El filósofo, en lugar de mirar, de escuchar, de contemplar con vistas a aprender de ella, lo que hay que decir, se adentra entonces por una vía que ya no es la vía de la sabiduría, sino la vía de la arrogancia de un demiurgo” (Irigaray 2016, 39)
El desgarrado. Enero 2024.