» 29-02-2024 |
En un blog (unos, de hecho) anterior, analicé las fantasías masculinas sexuales de la pornografía, la prostitución, la violencia de género, la esclava sexual, etc. sin apunte previo alguno sobre las mismas: qué son, cómo se producen o si son producto del género, etc. Toca, pues enmendar esa carencia y esbozar una revista general de esos constructos. Las fantasías son sesgos (deformaciones) operados de la realidad de modo que resulte más comprensible, amable o acorde con nuestras expectativas o nuestros deseos. De hecho es un mecanismo mental (virtual) de supervivencia, y por tanto: necesarias. Mediante las fantasías se opera un ajuste fino entre la realidad y la imagen que tenemos de ella, lo que implica que existe esa brecha, es decir que nuestra imagen de la realidad no es sino aproximada (¿interesada?). Existen fantasías generales y fantasías de género. En los blogs anteriores hablé de las fantasías masculinas sexuales. Toca pues ahora hablar de las femeninas y las generales. Empecemos por estas últimas.
Uno de los campos en que anidan con profusión estos constructos es en la política. De hecho cualquier ideología es, en realidad, una fantasía. Capitalismo, comunismo, liberalismo, fascismo, conservadurismo, anarquismo, etc, no son realidades tangibles sino fantasías, límites a alcanzar, metas ensoñadas. El mero hecho de que sean plurales, cuando la realidad es única ya nos advierte de que no pueden ser reales, sino sesgos construídos. Evidentemente todas esas fantasías son humo, por cuanto un político no puede ofrecernos sino fantasías. Primero porque en vez de ser medios de acción son metas construídas de anhelos y esperanzas y en segundo lugar porque son falsas, constructos, ensoñaciones. El capitalismo nos ofrece un mundo en el que todos podemos llegar a todo. En el que la igualdad no es una meta sino un punto de partida (en eso es un clon de la democracia), todos podemos llegar a alcanzar el poder (económico, político, ideológico, artístico), todos podemos dominar. Todos podemos llegar a ser presidentes de los USA. Evidentemente es imposible, pero tan atractivo que nos lo creemos. Es manifiesto que no todos podemos llegar a ser presidentes de USA lo que implica que el sistema nos da la posibilidad y luego nosotros debemos materializarla. El resultado es la frustración de los que -por su propia culpa- no han alcanzado una meta posible.
Lo mismo podemos decir del comunismo con la diferencia de que en él partimos de la igualdad y renunciamos al desarrollo personal diferenciado. Como quedó patente en el SXX esa igualdad es una falacia por cuanto las elites burocráticas no son iguales al resto, sino sus dominadores. Un futuro sin ninguna posibilidad de desarrollo personal es deprimente. El conservadurismo es una foto finish en la que partiendo de las posiciones de manifiesta desigualdad producidas por la cuna, las condiciones físicas, la inteligencia, la edad, o directamente por la dominación, se niega cualquier desarrollo. El anarquismo niega la mayor al proponer que el desarrollo personal es imposible partiendo de ideologías concretas. El desarrollo personal es una tarea personal que nada tiene que ver con la sociedad y, por supuesto, con una clase política cuyo desarrollo es precisamente obtenido por la explotación de los anhelos de desarrollo del pueblo. La sociedad no es un proyecto común sino la suma de múltiples proyectos individuales en una situación de convergencia no cooperativa. Para el liberalismo (la más chaquetera de todas las ideologías) la igualdad es una tarea personal (individual) para la que solo se necesita libertad. De hecho acepta la desigualdad como resultado ineludible de la libertad.
En definitiva la sociedad (fantasía de fraternidad) es la suma de dos fantasías abstractas: la igualdad y la libertad y de esas fantasías se alimenta la revolución: la subversión de la situación de desigualdad y de falta de libertad (dominación, opresión, esclavización). Sea cual sea la ideología (fantasía) que adopte la revolución) recaerá ineludiblemente en la misma situación que se combate, lo que hace a la revolución tan inútil como ineludible. Lo cierto es que el fin último de toda fantasía (individual) es la desigualdad y la opresión social en un círculo que no se puede cuadrar. Como la inalcanzable zanahoria que atrae al burro produciendo el movimiento perpetuo, las fantasías políticas atraen sin cumplir nunca sus promesas, por otra parte imposibles y, como en la religión, que solo benefician a sus oficiantes: los sacerdotes y los políticos.
La fantasía del desarrollismo es la fantasía de un mundo de recursos ilimitados e inagotables, que se autorrecicla sin fin absorbiendo toda la mierda que los procesos de desarrollo producen. El progreso es el equivalente virtual -en aumento del bienestar y de las recompensas- del desarrollo físico. Esa falta de límite, de frontera -que tan bien escenificó la conquista del Oeste- es el material del que se construyó la fantasía del desarrollo a ultranza. No es casual que reaparezca aquí la palabra desarrollo. Si antes era individual, ahora lo hace en su vertiente social, pero corresponde al mismo anhelo de mejora en ambos casos. La fantasía de un mundo mejor, de hecho tan bueno, que ni siquiera necesita del más mínimo cuidado para recuperarse. Así están hechas las fantasías: del material del que se hacen los sueños.
La fantasía de que la inteligencia manda sobre las emociones y sentimientos es la fantasía de un primate que necesita creer que domina la naturaleza y la evolución, porque es el único que posee esa inteligencia que él mismo ha definido. Es, salvando las diferencias, la misma operación que realizó la religión con el alma para evitar que se le llenara el paraíso de animales (en especial de mascotas). De nuevo la posesión de un estado de desarrollo que nos diferencia de cualquier otra especie, que nos entroniza en el culmen de la evolución como amos y señores (de nuevo la dominación). En contradicción flagrante con la fantasía de la preponderancia de la inteligencia está la fantasía del ser supremo, de Dios. Dios es la explicación de todos los fenómenos, el consuelo de todas las desdichas y el responsable de todas las atrocidades. Es evidente que si no existiera habría que inventarlo. Él nos exime de toda responsabilidad (¡Dios lo quiere!). Como en el caso de los políticos tiene una institución (la iglesia, en el caso del catolicismo) que es una estructura de poder y corrupción como cualquier otra.
No pretendo ser exhaustivo en la enumeración de fantasías porque el acento no quiero ponerlo en cuántas son sino en el hecho de que existan universalmente. Casi cualquier cosa es susceptible de ser una fantasía (unas más universales que otras) porque las necesitamos. Tal como casi todo sirve de alimento al cuerpo, todo lo que permite el desarrollo personal o social sirve de alimento a la mente como fantasía. No es de extrañar que florezcan más en el campo sexual que en otros (social, económico, político, religioso…) porque el sexo es un campo que nos importa mucho y que, además, propicia la aparición de microfantasías en cuya definición tanto disfrutó Freud. Las fantasías son el opiáceo, las feromonas, la oxitocina de nuestra visión del mundo. El bálsamo mediante el cual funciona la máquina de vivir. Y que no podemos abandonar. La fantasía política, desarrollista, intelectualista, etc. no desaparecen, no se diluyen porque las soslayemos, las apartemos de nuestro interés. Las fantasías hay que vencerlas, y eso requiere un trabajo y una dedicación que no estamos dispuestos a conceder. Porque también tenemos derecho a ser felices. ¡La fantasía madre de todas las fantasías!
El desgarrado. Febrero 2024.