» 01-07-2024

Un país de risa 2. Género. El nacimiento de la tragedia.

La pandemia abrió un espacio de reflexión impensado en el tráfago habitual de la vida sana. El confinamiento nos proporcionó todo el tiempo del mundo y la soledad. Inicialmente mi principal pasatiempo fue la observación de las palomas, desde mi terraza, en lo que llegue a ser un experto. Como buen seguidor de “Scientific America” me centre el sexo y en la violencia. Entre paloma y paloma regurgitaba recuerdos que en un momento dado me pareció interesante coleccionar. Así que puse manos a la obra a la tarea de recapitular: por qué las cosas habían sucedido como habían sucedido y -más importante- por qué habían fallado. Nací, el segundo de cuatro hermanos , en el seno de una familia de clase media con cierta tradición intelectual. La tradición intelectual -aunque parezca mentira- viene de los militares (y de los curas, aunque éstos por otras razones) que eran los únicos que podían acceder a una formación académica reglada (la de la que luego sería: la academia general militar). La formación universitaria se preforma en estos dos colectivos que hoy expulsaríamos de la “intelligentzia” con cajas destempladas. Sin contar que eran los que de una manera natural accedían al cosmopolitismo, de la guerra como turismo y del rango como destino geográfico. Mi bisabuelo era militar, de una estirpe de militares, mi abuelo fue funcionario del estado (administrador de aduanas y mi padre (y mis tíos) estudiaron en la universidad, en su caso: derecho. Mi madre era hija de un obrero, calificado pero obrero… y ya está todo dicho sobre su formación académica e intelectual. Tanto mi padre  como mi madre eran de familias monogenéricas (todas niñas o todos niños) lo que hacía que la cultura de educación mixta les fuera remota, a ambos. Me “eduqué” en un colegio religioso con férrea separación por sexos (y férrea represión sexual,) lo que me plantó en la adolescencia con un desconocimiento absoluto de que era una mujer y para que servía, aunque las urgencias adolescentes daban una falsa pista. (como la pornografía hoy). Por otra parte vivíamos en el franquismo, y ya se sabe que las dictaduras son especialmente machistas. En la universidad la educación mixta se reducía a una mujer por cada 25 hombres. Hubiera hecho falta un milagro para que no saliera machista… y así fue. Los milagros fallan cuando más se los necesita.

 

Hoy, machista quiere decir interesado en una cultura de menosprecio y opresión de las mujeres, una decisión consciente, pero entonces no era así, éramos machistas por ignorancia, por que la sociedad lo era, social y culturalmente. Eramos machistas por inmersión, como el bautismo primigenio. Podríamos decir que no era preciso que la ultraderecha argumentara la inferioridad y la opresión de la mujer porque vivíamos en la ultraderecha. Como el pez del cuento, solo podíamos responder a la pregunta sobre la temperatura del agua: “¿Qué agua?” Si España era una sociedad históricamente atrasada respecto a Europa, en este aspecto, el franquismo supuso un nuevo parón en el desarrollo de las libertades, que tras el fin de la segunda guerra mundial prendió en Occidente. Llovía sobre mojado. El carácter librepensador de mi padre y mi madre -que no podía llegar más lejos de lo que permitía el ambiente- lo único que propició es que me fuera imbuyendo  de la idea que el hombre tenía una deuda histórica (ancestral) con la mujer que debía pagar. La justicia es un buen atajo para llegar al feminismo. Pero las ideas deben aplicarse en la práctica y para eso hay que vencer la inercia de una educación que remaba resueltamente en contra. Y en esa diatriba entre lo que me proponía la mente y lo que me pedía el cuerpo inicié mi reeducación, que todavía continúa. Mi absoluto desconocimiento sobre el género complementario, avivaba mi curiosidad y siempre me ha sorprendido la diferencia tan abismal que hay entre ambos, partiendo de tan pequeñas diferencias en las condiciones iniciales (lo que luego se llamaría “Teoría del caos”). Admiraba y respetaba a la mujer (incluso la temía). Hombres y mujeres formábamos dos bandas diferenciadas y disjuntas y la relación entre ambas facciones era de todo o nada: la integración total del amor o el machismo más discriminatorio. Lo que no ayudaba a doblegar mi machismo subyacente. Vivía en una esquizofrenia de género. Una enfermedad nunca diagnosticada y que era absolutamente común. Es curioso como parecemos tener ideas preconcebidas sobre el mundo (que obviamente no lo son) que nos permiten no partir de cero (o sea que si lo son). En mi caso nunca dudé de la teoría de la evolución a pesar de educarme en un colegio religioso, ni de la igualdad de capacidades entre hombres y mujeres, quizás porque eran la misma idea vista desde dos campos distintos. Pero cuando una chica me superaba, me sentía profundamente humillado, quiero decir: más profundamente humillado que si fuera un chico. La superioridad masculina se daba por supuesta. De una o de otra manera partía de un machismo visceral y ambiental -que como luego se vio- no sería fácil doblegar. Teníamos la mente ordenada como la cama de un loco.

 

Mi forma de pensar el género ha evolucionado continuamente y se encuentra ahora en el feminismo militante no reglado. Los hombres y las mujeres somos distintos, ni mejores ni peores, distintos, y por tanto la sociedad debe tratarnos de forma distinta, pero sólo de acuerdo a esas diferencias. Sé cual es el problema de estas distinciones: en cuanto se abre el melón de las diferencias, por ahí se cuela la discriminación. ¿Y qué decir de la igualdad? Las diferencias iniciales son muy pocas por lo que, de partida somos bastante iguales. La igualdad fundamental es que somos el dimorfismo sexual de una especie única y por tanto no diferenciables… en tanto especie;  por otra parte somos diferentes en lo que marca ese dimorfismo. Somos de la misma especie y de diferente sexo. Evidentemente hablo de una época en que existían dos y solo dos sexos/géneros. Lo demás eran enfermedades o perversiones. Sólo en relación con el sexo existen diferencias, pero sin perder de vistas que en el sexo (biológico) somos complementarios (salvo opción en contrario). Somos específicamente iguales y sexualmente complementarios…   desde el punto de vista del sexo reproductivo. Hoy la reproducción asistidas y otras técnicas han modificado aquella visión simplista. ¿Se puede deducir de aquí que uno cualquiera sea superior al otro? Yo no lo veo. Por supuesto la distinción sexual produce una serie de diferencias en cadena, en la forma de pensar, de ser, de actuar, de entender el mundo, etc.  Edificio de diferencias asentado sobre un plano fundamental de igualdad. Habría que añadir que en la sociedad de la dictadura los dos géneros eran únicos. Cualquier otra opción eran estupideces y mariconadas. La familia era el superpilar sobre el que asentaba la pirámide dictatorial y los hijos (trabajadores desde el minuto uno) eran parte de la economía: absolutamente necesarios. El nacionalcatolicismo suponía una alianza entre militares y religiosos que consistía en una pinza que era más bien una tenaza. Ser hombre era una esencia identitaria  que se perfeccionaba en la Iglesia y en la mili (el servicio militar obligatorio). La escuela cumplía con la separación de los sexos afanada como estaba en la “formación del espíritu nacional”. No era el único eufemismo. Éramos “una unida de destinos en lo universal”. España era: “Una, grande y libre”. El humor popular matizaba: “Una, por que si hubiera otra, todos se irían; grande, porque cabemos nosotros y los americanos; y libre porque puedes escoger entre coca-cola y pepsicola” Ser mujer era una profesión (y un destino) que se aprendía en el servicio social de la Sección Femenina (la mili de las mujeres): coser, cocinar, planchar… el hogar, los hijos y el descanso del guerrero. ¡Un planazo!

 

El hombre ha entendido la igualdad de la forma que más le ha convenido, forma que se reduce, en pocas palabras,  al género único: el masculino. Examinémoslo. Según su pensamiento no existen dos géneros sino uno sólo con dos variedades: con pene y sin pene. Pero el sinpenismo no es una diferencia sino un accidente: si no hay pene es porque se lo han arrancado, se ha perdido, o se ha atrofiado por falta de uso (de hecho se puede observar, a simple vista la cicatriz, o la forma vestigial). Esta teoría (sicoanalítica) se llama “falo”: la premisa universal del pene (todo el mundo tiene pene… aunque no todos lo han conservado). El correlato de esta situación es que la igualdad no es recíproca (yo igual a ti; tu igual a mi) sino dirigida (tu igual a mi). Es la igualdad con respecto al modelo con el que se efectúa la comparación. La mujer es igual… al hombre. No tiene aspectos específicos de su genero. La mujer es un hombre disminuido, capado. Así visto coincidiría con la Idea de que el género es un constructo social (Butler). ¿Y que pasa con la gestación. No es prueba de que no son iguales? No, porque la gestación es de nuevo un accidente, una cuestión instrumental. Lo fundamental es la paternidad: los espermatozoides, la esencia de la reproducción, son masculinos. La maternidad no es esencial. Y para ponerlo en evidencia se instituye la “Couvade” en la que el hombre “sufre” la gestación como prueba insuperable que la reproducción le pertenece. ¡No es difícil ver  por qué el hombre es metafísico. Para plantear este galimatías hace falta poder especulativo!  Todo esto es imposible de creer a la luz de la ciencia actual, pero esa ciencia no existía cuando toda la teoría se pergeñó. Sólo fue necesario perpetuarla, y para ello el alejamiento de la mujer de la ciencia fue determinante. 

 

¿Cuándo se estableció esta exclusión, de la mujer, del género? En el nacimiento del pensamiento racional (el Logos) cinco siglos adc (Irigaray). Antes de esa fecha no se habían planteado diferencias de género que no fueran operativas: el hombre cazaba y la mujer recolectaba. Pero las ideas se recolectan más que se cazan, lo que hace pensar que el papel de la mujer en el pensamiento arcaico era más importante que el del hombre. La mitología (el pensamiento de los tiempos míticos) nos habla de diosas poderosas y sabias. Es evidente que la agricultura es un invento femenino: cuidar, recoger, clasificar, almacenar eran virtudes femeninas. La revolución neolítica se distingue por la agricultura, las herramientas, y la radicación (el sedentarismo), todo características femeninas. Pero cuando surge el pensamiento racional (especulativo) resulta que se aviene mucho más a la forma de pensar del hombre que de la mujer y entonces el hombre se empodera, da un golpe de mano y expulsa a la mujer del saber y de la reproducción, erigiéndose en el padre (dueño de la reproducción) y el maestro (dueño del saber). Y ya tenemos la cultura patriarcal que quedará constituida por el sistema de pensamiento metafísico, producto excelso del pensamiento racional-especulativo: el Logos. En una sola operación el hombre inventó el golpe de estado, instauró la violencia y relegó a la mujer a la inexistencia. ¿Pero por qué el pensamiento masculino se avenía más con el logos que el femenino? Debemos remontarnos al establecimiento de la familia nuclear como estrategia de supervivencia de la especie humana respecto a otros grandes monos. La familia nuclear supone el establecimiento de la fidelidad (permite al macho relajar la vigilancia sobre los otros machos en cuestión reproductiva (celar), alargar sus ausencias, asegurar la autoría de la progenie, mejorar su eficacia reproductiva (el cuidado conjunto de la prole permite gestaciones mucho más continuas), y permite el acceso a la reproducción de todos los machos (la familia nuclear aumenta el número de parejas reproductoras al número de hembras, al no existir un macho dominante que posee todas las hembras). ¡Estamos ante la democracia reproductiva. La madre de todas las democracias! La familia nuclear supone una cierta especialización: el hombre debe ser defensor-alimentador de la familia y la mujer debe ser cuidadora de la prole y del hogar (el fuego), recolectora y almacenadora. Esta especialización modifica los cerebros que se consolidan: el del hombre analítico (indagador, destructor) y el de la mujer sintético (constructora, conservadora). Esta insignificante diferencia inicial conducirá al caos, es decir a grandes diferencias, los grandes cambios que con la llegada del logos se producirán. La mujer no calibró bien la ventaja adaptativa de la mente especulativa y no se subió a un carro que le era naturalmente ajeno, pero que resultaría determinante. Su talante respetuoso, cuidadoso,  constructor le jugó una mala pasada (a lo que ayudó significativamente la estulticia del hombre). 

 

Con su talante analítico el hombre construyó una ideología, un sistema de pensamiento, una visión del mundo a la que llamó metafísica. La operación de borrado de la mujer, que supuso su expulsión del género y del saber, se fue consolidando hasta crear la ficción de que era un ser inferior. En consecuencia, el hombre construyó su sistema al margen de la mujer, centrado en sus propias características y diferencias. Pudiera pensarse -por aplicación de la ley de la simetría- que la mujer habría de desarrollar un pensamiento netamente femenino, asentado sobre los rasgos diferenciales con el macho, pero no aparecía evidencia de que así fuera. La mujer parecía vivir perfectamente sin un pensamiento femenino, opuesto o complementario al masculino. Pero quizás la apreciación fuera errada. La empresa  -de haberse acometido- hubiera supuesto armar un sistema de pensamiento, desde el sistema de pensamiento masculino, y ahí residía el error. Desde el sistema masculino, un posible pensamiento femenino hubiera estado contaminado, mediatizado, asentado en bases ajenas a su idiosincracia. Si se tenía que establecer un pensamiento femenino  tenía que ser desde sus propias premisas, al margen de la metafísica, al modo quizás de una metaética. Pero el condicional -en la existencia de ese pensamiento- no puede ser obviado: ¿Era necesario un pensamiento femenino? Quizás la mujer podía vivir perfectamente en los pliegues del pensamiento masculino sin enfrentarse al esfuerzo de armar una metaética, que ni necesitaba ni le apetecía construir. En una palabra quizás la mujer no quería un pensamiento femenino o no lo necesitaba. Por supuesto el mono loco planteó las cosas como que él tenía un sistema de pensamiento y la mujer no… por incapacidad. La mujer lo aceptó como uno más de los rasgos incomprensibles del carácter de aquel. La mujer no admira el pensamiento metafísico masculino, que le parece poco práctico, a pesar de que se la educa inmersa en él. Y no solo no lo admira sino que desconfía. Conoce la habilidad del hombre para armar argumentos racionales (muchas veces inversos: a partir del resultado) y rehuye la confrontación en un campo que sabe ajeno. Vive en un bilingüismo cognitivo: el pensamiento racional sistemático como lengua de los hombre y su pensamiento asistemático (fragmentario) que utiliza con las mujeres y los niños. Eso no quita que muchas mujeres estén cómodas con el pensamiento metafísico y desarrollen sus habilidades con él: empresarias, filósofas, soldados, policías, deportistas, etc. Y otras estén cómodas en su pensamiento asistemático y fragmentario. Si no un pensamiento propio tiene un mundo propio y es en la confrontación de esos dos mundos en que se producen los desacuerdos: la guerra de los sexos.

 

Resumamos: la mujer se había amoldado al pensamiento masculino (la metafísica) y no necesitaba más. El precio a pagar era alto: nunca tendría la emancipación intelectual (pero no olvidemos que la preeminencia de lo intelectual es parte del sistema masculino y que por tanto un pensamiento femenino podría prescindir de ella), porque había decidido jugar con las reglas del hombres y la baraja estaba marcada. Pero no era descabellado. El hombre necesitaba un sistema y lo había construido. La mujer no lo necesitaba y se había adaptado al masculino, sabiendo que jugaba en campo contrario, pero que tratar de crear su propio pensamiento era un despilfarro y una provocación, por más que fuera de plena justicia. No olvidemos que la ira del macho es temible y nunca ha parado mientes en dirigirla contra la mujer. De hecho ahora estamos comprobando de lo que es capaz cuando se le lleva la contraria o se siente discriminado o sometido a la paridad. La pregunta es ¿Esa renuncia a la emancipación intelectual era para siempre? ¿La renuncia era irrevocable?. A mi modo de ver, la respuesta que están dando las nuevas generaciones es que ha llegado el momento de revocarla, de construir su propio pensamiento, pero no por necesidad sino por propia decisión. Incluso es posible que -con el pragmatismo que caracteriza a su género- una parte decida una cosa y otra parte, otra: el cisma. Si más no, ahí habría una novela. En uno u otro caso lo que habría que establecer es que desde el pensamiento masculino era imposible desarrollar un pensamiento femenino. O se construía desde cero, o habría que adaptarse. 

 

También había que establecer otra premisa: la tarea de desarrollar un pensamiento femenino debía ser una tarea conjunta, por que lo que se estaba construyendo era un pensamiento de especie y no de género (incluiría a ambos). La empresa no se podía acometer desde la confrontación, que -perfectamente- podía acabar con los dos bandos. Había que juntar el análisis y la síntesis, el idealismo y el pragmatismo, la innovación y la conservación, el arrojo y el cuidado, la razón y los sentimientos, en definitiva: lo masculino y lo femenino. En un momento en que la metafísica es impugnada generalizadamente, es evidente que se trata del momento preciso. Y aquí se presenta otro cisma. Muchos hombres estarían dispuestos a colaborar en ese proyecto conjunto y a desagraviar al otro género por siglos de sojuzgación, pero siempre quedarán los abusones, los que no querrán ceder ni un ápice de sus privilegios. Parece que estamos en una encrucijada y que no se puede resolver votando. Porque proyecto conjunto no quiere decir: dirigido por el hombre,  sino que debería partir de la libertad (se trata de que las mujeres decidan lo que quieren hacer sin tutelas ni mentores) y no de la igualdad, porque la igualdad solo lo es cuando es recíproca: los hombres iguales a las mujeres y las mujeres iguales a los hombres, es decir, una igualdad sin trampas, sin modelos a seguir, sin identificaciones unilaterales (Despentes). Hay más de una razón para que los hombres arrimen el hombro a la empresa. Más allá de la deuda contraída con el otro género por siglos de explotación y sojuzgación, el hombre tiene un conflicto con los sentimientos y las emociones que nunca ha resuelto (porque expulsar los sentimientos de la metafísica no se puede considerar solución) y ese conflicto es su relación con la madre (Irigaray). El hombre ha borrado a la mujer de su sistema, pero su universo infantil es femenino. Tarda dos años en encontrar su identidad separada de la madre y a partir de ahí le da la espalda o la conserva exclusivamente en el afecto. La busca en la esposa (a la que sojuzga) y la encuentra en la hija (a la que exige que se defienda de los abusones) pero siempre de manera forzada. Quizás se reconcilia con la nieta (a la que admira),… simplemente para no irse de este mundo con la culpa. El borrado se ha efectuado en la razón, en el logos, pero no de los sentimientos y afectos, y esta brecha nunca se puede salvar. El complejo de Edipo (entendido como fantasía) excluye a la madre, que resulta un elemento pasivo (lo plantea el niño deseando a la madre) y lo resuelve el padre (con la amenaza de la castración). Quizás habría que replantearlo,  integrándola. Y por eso el complejo de Electra es tan zafio: el sujeto, la mujer, es un sujeto inexistente.

 

El desgarrado. Julio 2024.




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