» 19-04-2020

Urbanismo 16-0. Foucault y la arquitectura.

El pensamiento de Foucaul -y sigo aquí a Joaquin Fortanet “Foucault” RBA 2015- pasa por tres tópicas que lejos de ser excluyentes  son telescópicas: el saber, el poder y la subjetividad.  El análisis del saber (y del lenguaje) le plantea, más allá de como el discurso ordena el mundo- la cuestión de quién ordena el discurso (quién manda). Será en “Vigilar y castigar” (1975) cuando se suscite plenamente el tema del poder que ya ha sido anunciado en “Nietzsche  la genealogía, la historia” -donde se propone el cambio metodológico de la arqueología a la genealogía- y “El orden del discurso” ambos de 1971.

 

Distingue cuatro modos fundamentales de ejercicio del poder: 1) pastoral: auspiciado por el saber religioso, se encarga de producir una identidad a través de la confesión y la conciencia; 2) soberano: es el poder correccional, a través del suplicio público sobre el propio cuerpo, a mayor gloria y visibilidad del soberano; 3) disciplinario o panóptico: es el poder de las instituciones encargadas de producir el cuerpo normalizado mediante las prácticas disciplinarias, con el apoyo de las ciencias humanas y 4) biopoder o poder sobre la vida:  tiene por objeto la población y su gestión (primero médica y posteriormente económica) mediante técnicas gubernamentales. Es el característico del estado neoliberal.

 

La arquitectura (como todas las artes, pero especialmente) ha sido siempre aliada del poder. No es pues de extrañar que los modos de poder encuentren reflejo en los constructos de la arquitectura, primero como monotipos históricos y posteriormente como dispositivos arqueológicos o genealógicos. 1) El monotipo del poder pastoral es el templo y por ampliación la ciudad sagrada, el cementerio, la ermita (heredera del lugar hierofánico topológico). 2) El palacio será el monotipo del poder soberano. Símbolo del poder por excelencia la visibilidad y la magnificencia serán su causa, no menos que su perdurabilidad. 3) El poder disciplinario vendrá representado por los edificios institucionales panópticos: la prisión, el hospital, la escuela, el taller, etc. 4) La manifestación del biopoder será la urbanización, las colonias, y los barrios residenciales, diseñados ex novo, de acuerdo a la higiene, el confort y la racionalidad, con criterios tanto médico-higiénicos como económicos.

 

Pero Foucault no está hablando de arquitectura (aunque el panóptico no deja de ser un monotipo arquitectónico) y por tanto no desgrana todas las posibilidades (sobre todo las que no implican poder). Pero si nombra profusamente el micropoder aunque no lo integre en su clasificación canónica. Y lo nombra precisamente haciendo hincapié en que es el poder que se halla allí donde su funcionamiento no es obvio (la familia, la universidad, la justicia…), es decir, alejado del poder ostentoso y del esquema marxista de dominante-dominado. Hace referencia a un poder nominalista (localizado y concreto) situado en los lugares donde no parece existir, frente a un poder evidente. Ello le lleva a enunciar un nuevo poder: que no se posee, no se encuentra localizado, no depende de la economía, produce la realidad, y es independiente de las leyes. No relaciones de violencia o coerción sino directrices. “Hay relaciones de poder en los hábitos familiares, en la limpieza, la atención a la casa, el trabajo, la amistad, la sexualidad, en fin, en toda relación social que dé forma a un orden respecto a cómo se hacen las cosas”. (Fortanet, 2015, 94). El micropoder se constituye en un poder disciplinario encubierto, invisible, subrepticio, escondido en el sentido común, en lo que es lógico, en el “como no puede ser de otra manera”.

 

En este tipo de micropoder se refugian la mujer y los niños (y los políticos cuando el poder político no es de aplicación), excluidos de las grandes decisiones y del poder aparente. Porque lo que nos dice Foucault es que el poder reside en todas partes, aunque sea en porciones minúsculas. 5) Este micropoder femenino e infantil se plasma en la arquitectura habitacional, en el hogar. En el orden de los armarios, de los utensilios de cocina, en la decoración, en la higiene, la limpieza, en el vestido, etc. El hogar moderno es un dispositivo diseñado por el micropoder femenino. Incluso la economía familiar es gobernada por este micropoder en esta división entre las grandes decisiones y las nimiedades. El hombre decide la compra del automóvil  pero no la de la casa en la que vive, admitiendo todo lo que atañe al hogar, como dependiente de un saber femenino. Si el hombre y la sexualidad son inventos recientes, lo mismo ocurre con el hogar.

 

Y por último, aunque cronológicamente el primero, encontramos el elemento primigenio de la arquitectura del poder: la muralla. 6) La muralla como límite definitorio de nosotros y los otros, los amigos y los enemigos, lo propio y lo extraño. Origen de todo racismo y xenofobia, límite de lo foráneo y lo extranjero… de la guerra. Enraizada en la topología mítica pero dispositivo, al fin, de la diferenciación conceptual más que al servicio de la defensa o de la contención. Estos seis dispositivos son los esenciales del poder y de la arquitectura. ¿Qué pasa con el mercado y con el estadio o el teatro, me preguntaréis? No tienen que ver con el poder sino con la necesidad: necesidad de comerciar que incluso hoy en día parece no necesitar un monotipo arquitectónico (los mercados al aire libre) aunque, por contagio también se hayan apuntado a lo aparencial arquitectónico. En cuanto a la arquitectura del ocio: estadios y teatros-cines quizás necesitan un tratamiento aparte.

 

El desgarrado. Abril 2020.




Comentarios publicados

    Añadir comentario


    Acepto las condiciones de uso de este sitio web