» 17-04-2020 |
La muralla es la primera obra de arquitectura de la humanidad. La muralla es un límite, pero un límite doble: de-limita. Podría parecer que es una delimitación geográfica o topológica (relativa al lugar) y así lo parece en las fotos pero, no. La muralla delimita identidades, poblaciones, modos de ser. La muralla establece el límite entre nosotros y los otros. Simple empalizada o muralla china, la muralla es una actitud (un mensaje): ¡tú no! La muralla es la escenificación del racismo, de la xenofobia y en definitiva de la guerra. ¿Fue la muralla anterior a la guerra? Así parece si la entendemos como artefacto de defensa. Pero no es así. Es la muralla la que desencadena la guerra por cuanto: 1) es una provocación (¡tú, no!), y un desprecio, 2) es una indicación de que en su trasdós se esconden riquezas (materiales o espirituales), 3) es un reto. Como las montañas, una muralla es algo que hay que traspasar, 4) es una afirmación rotunda que nos divide a nosotros de los otros. La guerra, lo que necesita fundamentalmente es la extrañeza (la banalidad del mal, dirá Arendt), la conciencia de que los otros no son como nosotros. No es fácil matar a un semejante, primero hay que extrañarlo. La ferocidad de la muerte se establece en la diferencia, contra lo que no es humano. Todo lo demás: riquezas (la explicación económica), provocación (la explicación antropológica), reto (la explicación biológica) son los detalles. Es, además, eterna. En pleno SXXI la nación presuntamente más poderosa de la tierra está construyendo una para no ser invadida por los mejicanos.
Nada hay más enconado que las disputas entre vecinos, mucho más allá de lo razonable. La muralla tiene un antecedente en la propiedad, la delimitación entre lo propio y lo ajeno, (no la propiedad privada sino un reparto de bienes anterior). Bien es cierto que la propiedad privada familiar es relativamente reciente, pero siempre han existido las propiedades privadas de grupos o de comunidades: la división entre lo del cacique y lo del pueblo, lo de dios (administrado por sus sacerdotes) y lo de los fieles… antecedente locales necesario de la gran delimitación global entre nosotros y los otros, los bárbaros, los de distintas costumbres, los que hablan lenguas extrañas, los raros. Y como las vallas de piedras (la piedras que se apilaban para liberar los campos de su estorbosa presencia) sirvieron para ahorrarse una pared en edificaciones instrumentales: almacenes, casas de aperos o refugios. Las delimitaciones son una manera de pensar sobre el terreno, de delimitar formas de pensar y de actuar. La territorialidad animal siempre entendida como trasunto de la propiedad pero que lo que trasluce, es el antogonismo entre nosotros y los otros, sea sexual, utilitario o de otra especie.
Las murallas no tienen que ser necesariamente artificiales, ni físicas. Pueden ser naturales (accidentes geográficos, y se llaman fronteras) o políticas (defendidas por las armas o por los convenios, y se llaman geopolítica). Pero las que dejan restos arqueológicos son las construidas con materiales duraderos, las arquitectónicas. La muralla, con el palacio y el templo son los primeros constructos arquitectónicos. La muralla delimita lo autóctono de lo foráneo: pueblos. El templo delimita lo de dios y los de los hombres: castas (los señalados por dios y los parias). El palacio delimita clases (los que mandan de los que obedecen, los ricos y los pobres), tres particiones de lo sensible (Rancière) de acuerdo con tres determinadas estrategias. Tres formas de poder nunca exentas de la aspiración al poder absoluto: la suma de las tres: territorio, razón (fuerza) socio-religiosa y razón (fuerza) política. La síntesis topológica de las tres es la ciudad en la que podrán darse hasta tres murallas delimitando concéntricamente lo político (la ciudadela), lo religioso (la ciudad sagrada) y lo étnico (la ciudad y la muralla propiamente dicha). Son tres muestras del poder tal como lo entiende Foucault: el poder pastoral (religioso), el poder soberano (político) -aunque no nombre la muralla, si bien sus estudios no se alargan más allá del renacimiento- y añada el poder disciplinario (institucional) y el biopoder (científico: médico-económico) sin significar el micropoder (extendido) en su miopía feminista.
He dicho que las murallas son eternas. Con ello quiero decir que la aspiración a levantarlas no ha cesado nunca. Sobre la antigüedad hay poco que añadir porque sabemos más de sus murallas que de cualquier otra cosa. Baste añadir que desde diez milenios antes de nuestra era, prácticamente todas las ciudades antiguas estuvieron amuralladas. Los romano fueron poco murallistas confiados en sus legiones como poder de contención y en su cultura como poder de confinamiento (su muralla fue el derecho), aunque alguna construyeron, en Britania, por ejemplo. La Edad media fue murallista porque el régimen feudal lo era, ¡y mucho! La constitución de los estados absolutos se realiza a través de fronteras férreas (muchas naturales) y todas políticas. La edad moderna se inicia con el derrumbamiento de las murallas que constriñen las urbes dando lugar a los ensanches. Las ciudades se liberan mientras los estados se blindan. La gran muralla china se construyó durante más de veinte siglos, frente a mongoles y manchues. El SXX europeo asiste a la construcción del telón de acero (y su joya: el muro de Berlín) pero también al muro que los israelitas construyen para aislar a los palestinos. La UE también arma su muro de indignidad frente a los migrantes (políticos y económicos) del tercer mundo aprovechando las fronteras políticas de sus asociados. Finalmente el inefable Trump inicia, en el SXXI la construcción de su muro frontera con Méjico. El país más moderno con las técnicas más antiguas.
Pero la muralla mantiene una relación con la trascendencia que desmiente su renovado mensaje de ¡no pasarán!. La torre de babel se construye para eliminar la barrera que existe entre la tierra y el cielo (el paraíso). La finalidad de la torre de Babel es alcanzar el cielo, romper la separación que condena a los hombres a no pode acceder al cielo sino a través de la religión. La construcción de la torre de Babel es una revuelta contra los sacerdotes y contra dios. El hombre trata de encontrar un atajo (tecnológico) para alcanzar el paraíso. Pero dios no está por la labor y confunde sus lenguas (era una empresa multinacional) y les veta el acceso al paraíso. La pirámide y el zigurat tienen una lógica irrebatible: si la base es suficientemente amplia la altura es ilimitada. No es cierto. La resistencia de materiales nos dice que a un determinado tamaño se aplastará por su propio peso. La confusión de las lenguas tiene razones físicas. Lo que horizontalmente es la negación de la trascendencia (hacia sus congéneres a los que trata de extraños) se convierte en la dimensión vertical en anhelo de trascendencia. No será a través de la arquitectura que se podrá llegar al paraíso. Habrá que volar, y a eso se afanará el género humano.
Pero eso no limitará ni la pasión por los rascacielos (¡ojo al nombre!) ni la loca aventura de la conquista del espacio, ni la obsesión por la trascendencia. Si no puede ser en el espacio… será en el tiempo. Y así nacen los soberanos constructores, los que dejan obras inmortales (lo que alcanza hasta hoy). Porque el motor de la arquitectura es la trascendencia, que nunca ha pretendido otra cosa ni nunca lo pretenderá. Nadie renuncia a conquistar la gloria (el cielo) y la arquitectura sigue siendo la mejor opción. Hemos sido capaces de explicar las razones ocultas de la plástica, de la escultura, de la música pero nunca de la arquitectura. ¡Ya es hora!
El desgarrado. Abril 2020.