» 26-02-2020

Utópicos 90-2. Entre el giro social del arte y la dimensión estética del activismo. Sesión 1-2: Arte y activismo en los noventa: (contra y con) el capitalismo salvaje.

En el 89 cae el muro de Berlín y en el 91 se desploma la URRS. La desaparición del régimen comunista ruso supone el fin de la política de dos bloques. Fukuyama entiende que es la victoria absoluta del liberalismo sobre el comunismo, y el fin de la historia. Para los posmodernos es una prueba más de que los pares de oposiciones (en este caso liberalismo/economía planificada) en los que cifra la metafísica su juego, no son válidos. Que los 80, con los gobiernos de Thatcher y Reagan (ambos murieron locos), son el establecimiento del ultraliberalismo no tiene vuelta de hoja: la desaparición de los sindicatos (con el consiguiente desamparo de las fuerzas laborales), la alianza entre políticos y capital (el capitalismo de gestión, que también incluye en la alianza a  administradores de sociedades anónimas y especuladores financieros), la deshumanización de las relaciones laborales, la desacreditación completa del Estado como gestor, el desmantelamiento del estado del bienestar (como único modo de bajar los impuestos, o mejor dicho de redistrubuirlos), La desaparición de la progresividad de los impuestos, la desigualdad asumida, etc.

 

El activismo contra esta situación injusta se dispara (Reclaim the streets, Tiqqun) y de entre las diversas corrientes: ecologista, social, anarquista, se caracteriza una: la artística, que se suma a la movilización originando el giro social del arte. En especial la estética relacional de Nicolas Bourriaud. Dicho de esta manera parece que la estética se suma a unos acontecimientos (sociológicos, ecológicos, políticos) que en principio le son ajenos. No lo ve así Rancière que estudia el llamado giro social del arte como el producto de las propias contradicciones del arte (el fin de la utopía) y en especial en el fracaso de su pretendido poder emancipatatorio (radicalidad y capacidad de contribuir  a una transformación absoluta de las condiciones de la existencia colectiva) basado en el absoluto filosófico y la revolución social (“Políticas de la estética” en “El malestar de la estética” Clave intelectual. 2011(2004), página 27). Es decir, exactamente al revés de como se plantea en la conferencia (el activismo origina el giro social del arte) es el giro estético el que origina el activismo del arte.

 

Para Rancière el final de la utopía se muestra en dos direcciones: 1) la estética de lo sublime: una “potencia singular de presencia de aparición y de inscripción, que rompe con lo ordinario de la experiencia” (Rancière 2011, 28), con dos variantes para esta potente presencia sublime: a) “la instauración de un ser-en-común anterior a toda forma política en particular” (ibidem): el poder de presentación del arte sustituye al poder comunitario. b) La separación irreducible entre la idea y lo sensible (la ruptura definitiva de la representación). De estas dos visiones de lo sublime Rancière extrae lo que las identifica: “la aparición fulgurante, heterogénea de la singularidad de la forma artística dicta un sentido de comunidad” (Rancière, 2011, 29). Comunidad que se levanta sobre las ruinas de la perspectiva de la emancipación política. Se trata de una comunidad ética que revoca todo proyecto de emancipación colectiva. (Rancière, 2011, 29). El giro social deviene en giro ético.

 

2) La segunda dirección, en lugar del enfrentamiento para la redención opta por  tomar un perfil bajo de confrontación (un arte devenido modesto) en cuanto a su capacidad de transformar el mundo, e incluso en cuanto a la afirmación de sus objetos. No pretende la instauración del mundo común a través de la singularidad absoluta de la forma sino “la redisposición de los objetos y de las imágenes que forman el mundo común o la creación de situaciones adecuadas para modificar nuestra perspectiva y nuestra actitud en relación con este entorno colectivo” (Rancière 2011, 30). Es el arte relacional (que apunta a “crear o recrear lazos entre los individuos, a suscitar modos de confrontación y de participación nuevos”). Estas dos actitudes son dos fragmentos de la alianza rota entre radicalidad artística y redicalidad política (que es lo que designa el término estética). Pero no trata Rancière de resolver la disyunción sino más bien de “reconstituir la lógica de la relación “estética” entre arte y política”. l

 

Para ello se fija en lo que tienen en común. A la utopía, opone la primera una potencia liberadora del arte ligada a su distancia con respecto a la experiencia ordinaria. La segunda opone las formas modestas de una micropolítica. Ambas reafirman una misma función comunitaria del arte: la de construir un espacio específico, una forma inédita de división del mundo común. La estética de lo sublime constituye “un tejido de de inscripciones sensibles separado radicalmente del mundo de la equivalencia mercantil de los productos” (Rancière 2011, 31). La estética relacional afirma que “el arte consiste en crear espacios y relaciones para reconfigurar material y simbólicamente el territorio de lo común” (Ibidem).

 

Recapitulemos ya que el verbo de Rancière es denso. Ante el fin de la utopía que nos presentaba al arte como radical y redentor (emancipador) se producen dos tendencias: el arte sublime (que se separa de la experiencia sensible), y el arte relacional que trata de reconfigurar los materiales y las relaciones en base a redistribuciones de lo existente. El arte sublime rompe. El arte relacional (o no representativo) compone. Pero Rancière encuentra que ambos comparten, que buscan una función comunitaria del arte: la separación del arte sublime y la creación de nuevos espacios de relación del arte relacional son en definitiva la creación de un nuevo espacio para el arte. En sus palabras una nueva división de lo sensible.

 

Porque no pensamos en vacío. Antes de empezar a pensar dividimos el mundo en particiones sensibles que ya son decisiones (pensamientos) acerca del mundo. La ultraderecha divide lo sensible (el mundo) en nosotros (los con derechos) y los otros (los sin derechos: inmigrantes, mujeres, homosexuales). La estadística divide los encuestados en grupos de población (o localizaciones) más que discutibles, que sesgarán el resultado. Una encuesta telefónica solo representa a los que tienen teléfono y una encuesta callejera a los que deambulan. Es lo que Rancière llama la división (partición) de lo sensible. Pues bien. Tanto el arte sublime como el arte relacional, la estética como la política son particiones de lo sensible … comparables. Ambas tratan de instituir un espacio común y al decir común estamos hablando de sociología. En este sentido el giro social es que todo, finalmente, tiene una dimensión social. Lo social no es un préstamo que el activismo hace a la estética. Lo social está inmerso en la estética, con o sin activismo. No podemos confundir fenómenos convergentes con proceso causales. El activismo no produce el giro social del arte. El giro social del arte (la búsqueda de un espacio común) está inscrito en sus propias contradicciones y en especial en la utopía perdida de la emancipación, la radicalidad, y la redención.

 

El desgarrado Febrero 2020.




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