» 20-08-2019

Visto y oído 34. El relato 22. “Doctor Pasavento +Bastian Schneider” Enrique Vila-Matas. Seix Barral, 2005. 2017.

Aparentemente esta novela-ensayo de Vila- Matas trata de la desaparición. De la física (desaparición, metamorfosis, recuperación…) y de la síquica (locura, cambio de esencia…). En profundidad trata del oficio de escribir y de la escritura como oficio. Un escritor describe en primera persona (en presente pero no en el presente) su intento de recuperar la esencia del impulso de escritor, antes del oficio de promover su obra, administrar su fama, dar conferencias, recibir manuscritos nóveles y firmar libros. Ya en el origen de su impulso se topa con la desaparición pues escribir fue para él el modo de desaparecer de la familia. Llegados a un cierto punto la desaparición se muestra como la única alternativa. Pero desaparecer es morir, y el yo se resiente. El escritor -que no deja de serlo sino que se transforma en escritor privado, lo que le permite adentrarse en formas de escritura no comerciales como los microgramas, microrrelatos o los papelitos de Morante o Walser o el propio narrador- prescinde de la parte pública del oficio, sin llegar a desconectar del todo.

 

Decía Arendt que escribir no es decir el qué sino el quién del relato y aquí V-M se emplea a fondo. El escritor inicia una deriva desde su personalidad original (Andrés) hacia la de diversos doctores en (anti)siquiatría: Pasavento, Ingravallo, Pynchon, Pinchon, personalidades obligadas a desaparecer y a empezar una nueva vida en países lejanos, siempre con la zozobra de que su desaparición no es notada por casi nadie (“solo me leen los desconocidos” pasa a ser “solo me echan de menos los desconocidos”). Si Pasavento e Ingravallo son ensayos de desaparición, Pynchon es ya una desaparición con todas las de la ley (de las cuentas bancarias y del correo electrónico), sin embargo el escritor nunca acaba de morir y solo puede convertirse en escritor privado. No hay una desaparición del oficio sino de la actividad pública.

 

Pero lo que subyace es la consistencia de la propia literatura. Desde que Flaubert decidió que la trama era innecesaria y que a lo que debía aspirar un escritor es a Nada, la literatura ha evolucionado de los relatos a los microrrelatos, a las partículas, a la cotidianidad (Conrad, Wolf, Joice, Benville), desde que la insignificancia ocupó el papel de protagonista la literatura ha avanzado lenta pero implacablemente hacia la deconstrucción del ideal aristotélico de “La poética”: Secuencialidad, causalidad, necesariedad, intriga, desarrollo: planteamiento, nudo y desenlace. La referencia a los microgramas de Walser, a los microrrelatos de Morante y a los propios papelitos del autor mutante, es inequívoca. Peo también lo es el azar y las coincidencias continuas que guían el desarrollo a modo de trama, hasta convertir las casualidades en abrumadoras. La intriga -tan propia de la novela policiaca pero necesaria en todo relato que dese mantener el interés- es sustituida por el azar estructurado en coincidencias pasmosas. Las palabras se convierten en indicios: Vaneau, Pasavento, Locknew, remitiéndonos a una predestinación del nombre y retornando al relato mítico. La afirmación de Rancière de que la ficción es una estructura de racionalidad resulta brutalmente confirmada. La ficción no es invención, irrealidad o fantasía. Es como-realidad, simil-realidad. Como la vida misma.

 

Y en este ejercicio de metaliteratura, Bastian Schneider el “documentalista” del autor, sometido a su voluntad y a sus órdenes (como nos explica en el segundo texto que acompaña al principal) nos provee de cientos de citas, principalmente de Walser pero también de múltiples autores que han reflexionado sobre la desaparición, sobre la literatura y sobre el oficio de escribir. Y no solo citas de palabras sino también de actuaciones de todos los que decidieron desaparecer como el físico Majorana que por cierto fue compañero de Pontecorvo en el equipo de Fermi y que también desapreció… para aparecer tras el telón de acero. Las citas se convierten en un nuevo guión, en una nueva trama que guía la narración. Hasta Agatha Crhistie (la reina del relato policiaco) desapareció convirtiéndose en protagonista de la novela de su vida.

 

Y la locura como desaparición síquica: Walser, Holderling, Quijano, Morante, de la que el autor sospecha que no es sino otra forma de puesta en escena. La esquizofrenia -una forma común de la locura- es la división en dos del yo, pero ¿qué es la conciencia sino una división del yo entre el deseo y la moral? El yo del autor se divide entre la desaparición y el reconocimiento. ¿Es ya locura? McLean postuló la coexistencia de tres cerebros en el ser humano: el reptil, el mamífero y el propiamente humano (A no ser que lo propiamente humano sea la suma de los tres). Cerebros aditivos que en vez de sustituirse se conservan con su propia autonomía… y su lucha por la preponderancia. Desde otro punto de vista Freud distinguió las tópicas: consciente, preconsciente e inconsciente y Yo, Super yo, Ello. Hoy parece que la locura es una cuestión de neurotransmisores y sinapsis y que en pocos años será historia. La “locura” del autor no es desaparición síquica sino multipresencia, esquizofrenia domesticada, aunque no exenta de enfrentamientos (Ingravallo se ríe de Pasavento, Schneider se queja de Vila-Matas).

 

No carece de recursos formales el libro, pues no solo se distingue quien narra sino también desde donde (Nápoles, París, La Patagonia). Aunque casi toda la narración se efectúa en presente-pasado y los diálogos se encorchetan hay unos pocos pasajes que se narran en presente-presente y en esos caos se guionizan. También es curioso lo que no nos dice el libro. El libro no habla de amor (la gran trama de todas las novelas), ni de la mujer como objeto de deseo (todas las mujeres son instrumentales). Tampoco habla del hogar saltando de habitación de hotel en habitación de hotel y de aeropuerto a vagón de ferrocarril ¿Road movie?. Sin amor y sin hogar la novela parece imposible y sin embargo hay que fijarse para que sea evidente. Por último, en una estructura de racionalidad perfecta no parece importar que el autor pueda cambiar de personalidad sin cambiar de pasaporte (en la recepción de los hoteles, por lo menos). ¿Un guiño o una puerta abierta a la locura?

 

Literatura de la buena. Imprescindible.

 

El desgarrado. Agosto 2019.




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