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» 26-04-2020 |
Hace ya tiempo comenté el concepto que Baudrillard tenía de la publicidad (“La sociedad de consumo”), de que ésta no tiene como fin cantar las maravillas de un producto o simplemente hacerlo simpático, deseable o apetecible. El sociólogo mantenía que la publicidad lo que pretende es conectar con el consumidor, hacerse su amigo, apoyarle, coincidir con sus gustos. Lo pasmoso de los grandes pensadores es que dicen cosas “raras” que inevitablemente se convierten en normales. El tiempo trabaja a su favor. Podemos recordar a Newton, Darwin o Einstein que dijeron barbaridades que el tiempo demostró que eran ciertas (y hoy ampliamente compartidas excepto en USA). Pero también podemos citar a Foucault que enunció el biopoder físico (el control sanitario) y económico (el ultraliberalismo) o la “economía colaborativa” con aquel ciudadano como empresario de sí mismo que hoy nos invade… para mal.
Pero la publicidad en tiempo de coranavirus se ha esforzado especialmente en dar la razón a Baudrillard (en su época más estructuralista). Todas las empresas que se anuncian (que son muchas menos) han coincidido en arrimar el hombro y casi esconder sus logos en favor de animar, identificarse y, a ratos, adoctrinar. “Quédate en casa” es el mensaje más difundido, aprovechado por los bancos digitales para arrimar el ascua a su sardina y por la eléctricas (que tienen los cojones de decir que defienden el medio ambiente) para decirnos que mientras nosotros nos quedamos en casa, ellos trabajan para nosotros. Pero el mensaje principal es que están con nosotros que nos aman, nos comprenden, se identifican y nos apoyan… de boquilla, pero nos apoyan.
La publicidad es delictiva porque siempre es engañosa, aunque las permisivas y patrocinadas leyes parlamentarias, les facilitan que esa delincuencia quede muy matizada. Que las eléctricas, las gasísticas y las petroleras digan que defienden el medio ambiente solo es creíble si ese medio ambiente es su bolsillo. Que los bancos (como Banquinter) digan que están haciendo un esfuerzo por ayudar a los afectados (la metáfora del dinero es para cagarse) cuando están recibiendo fondos del gobierno español y del europeo y cobrando jugosas comisiones por ello, no será delictivo pero es asqueroso. Y me podréis decir que las empresas anónimas solo defienden los derechos de sus accionistas. Pero no. Defienden los derechos de los gestores, esos que se autofijan sueldos, incentivos, compensaciones y jubilaciones absolutamente escandalosas (véase como ejemplo el caso de González de BBVA que tras espiar a diestro y siniestro se jubiló con más de 80.000.000 € . Son ellos, los altos dirigentes de esas corporaciones, los grandes beneficiados de las cuentas de esas grandes corporaciones en lo que se ha llamado el capitalismo de gestión).
Es repugnante. No más repugnante que el espectáculo de los políticos conchavados con las empresas para obtener prebendas sin fin (y estoy hablando dentro de la legalidad), incapaces de renunciar a sus dietas (aunque no se las ganen), despilfarrando el dinero de los contribuyentes para obtener votos y mintiendo como cretenses con tal de mejorar su poltrona. Es todo esto lo que hay que cambiar para que el coranavirus no se nos coma. Todo esto viene de los recortes en sanidad y en I+D, de las privatizaciones, de los despilfarros y de las corrupciones. Sin ellos todo esto no hubiera ocurrido. Nuestra supuesta “mejor sanidad del mundo” tiene muchas fallas y la principal de ellas son los políticos. Y las tiene porque los políticos estaban mirando hacia otro sitio cuando debían hacer su trabajo: gobernar.
Estaremos tan contentos si esto acaba alguna vez (lo que no es seguro) que en las próximas elecciones nos habremos olvidado de todas estas cabronadas y votaremos, y escucharemos a los bancarios con reverencia, o pagaremos las facturas con religiosidad. Porque somos gilipollas. En otro caso, mandaríamos a toda esta panda a la mierda y buscaríamos a otros… en todos lo campos, incluso en el de Teresa.
El desgarrado. Abril 2020.