» 03-07-2020

Visto y oído 50. “Transparent”. Amazon.

¿Es el sexo-género un quilombo? Es lo que parece querer decirnos el/la director/a y guionista de la serie. Claro que también podríamos pensar que lo que pretende es sorprendernos en cada capítulo sin reparar en los medios. Porque la historia (las historias) no tienen sentido, si entendemos por sentido, dirección hacia un fin. Las historias no van a ninguna parte. Los protagonistas están perpetuamente perdidos. No hay un dios que dirija sus vidas, lo que resulta curioso porque son judíos, de esa manera que, como los cristianos, son los judíos religiosos: sabiendo que su religión es la verdadera y todas las otras son apócrifas, pero sin darle mayor importancia personal. Anhelan un dios que dirija sus vidas pero a la vez les parece ridículo. Hay como un ajuste de cuentas con la humanidad sexo-genérica, por parte del director-guionista, que trata de destruirlos a todos, simplemente porque no le gustan. La película destila inhumanidad incluso en los personajes infantiles. Son buscadores de oro que no son capaces de reconocerlo si lo encuentran. Recuerdan a Ibsen a Ionesco, incluso a Becket. El teatro del sexo-género absurdo.

 

El nombre de la serie ya es absolutamente ambiguo. La primera acepción: transparente es una trampa. Si bien podría remitir a la salida del armario, a la identidad del ser con su apariencia, eso ni ocurre ni se busca en la película… ni siquiera de forma elíptica. Una segunda acepción nos podría llevar a padres o parientes trans. Los padres  transgénero son una aberración… para el niño. Si algo debería ser un referente en la vida de un niño es el género de papá y mamá. Son el par de oposiciones significantes de la metafísica. Las primeras palabras que introducen al niño en el mundo de los adultos, en el logos. La razón metafísica (la única de momento tras 25 siglos de razón) exige que padre y madre encarnen dos géneros diferenciados y reconocibles. El niño necesita fijezas, referentes: que los cuentos sean siempre iguales y que papá y mamá sean distintos, inmutables y diferenciables. El mundo es suficientemente complicado, incomprensible como para que el niño necesite hitos inamovibles. Ya tendrá luego tiempo de deconstruirlos, pero, en el origen, necesita directrices claras.

 

Esto no se opone a que un niño nazca en un hogar donde papá y mamá tienen el mismo género porque no tienen el mismo caso. En las parejas homosexuales se imitan los roles heterosexuales. Igual que adoran el matrimonio, adoran el dimorfismo sexual sicológico. El niño siempre sabrá que uno es mamá-papá y el otro mamá-mamá (y viceversa). Pero todo esto es teoría (y por supuesto sujeta a continua revisión). La cuestión es que en la serie las posibilidades de encuentro sexual-afectivo se convierten en probabilidades matemáticas: de todas las formas posibles. Al cabo de poco, sabemos que todos pasarán por todas las situaciones… y que nunca estarán satisfechos. Porque estamos en un valle de lágrimas… judío, pero valle de lágrimas.  Porque el judaismo en esta serie no es al que estamos acostumbrados. Es estructural. Cada personaje sabe que es su destino ineluctable y que no por eso deba preocuparse. De alguna manera ese modelo de religión es el modelo de sexualidad-género. No podemos olvidar que los judíos son iconoclastas (o quizás; anicónicos). Su mente se desenvuelve en la palabra, lo que los hace tremendamente abstractos (con todas las ventajas que eso proporciona desde las matemáticas a la lógica) pero que les priva de la imaginación. Los judíos no sueñan, o mejor dicho, sueñan con palabras en vez de con imágenes, y la palabra es la ley. Para ampliar estas ideas solo hay que leer a Freud: obsesionado con el sexo (incluso infantil), con los sueños, con la ley (el puper-ego) y con el pueblo elegido.

 

No os parezca que aprovecho la ocasión para hacer un discurso antisemítico. Más allá de que se resarzan del holocausto repitiéndolo (lo que cuadra muy bien con su máxima bíblica de ojo por ojo y diente por diente), tengo que reconocer que es un pueblo que me intriga. Si más no, son el pueblo más singular del mundo.Pero es que, en la serie, el asfixiante ambiente judío entre personas que no llegan a ser practicantes, hace pensar en un destino o una maldición, más que en una religión. Probablemente la persona más normal es la rabina… lo que también podría ser contención. Es evidente que el director/a está interesado en hablar en tono judío y ejerce como tal. No sé como acaba la serie pero la experiencia indica que el final no será ni didáctico ni esperado sino sorprendente y espectacular. Como el sueño de un perro. No sería la primera vez. Si os interesa la cultura judía y las posibilidades estocásticas del sexo-género, esta es vuestra serie.

 

El desgarrado. Julio 2020.




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