» 24-08-2020

Visto y oído 52. “Harria eta Zerua” (piedra y cielo). Videoinstalación de V. Érice en el museo de bellas artes de Bilbao. Hasta 13/09/20.

No siempre nos es dado sobrecogernos con una pieza de vídeo. Es el caso. De todos es sabido que V. Erice es un cineasta monumental y que su escasa cinematografía es de obligada visualización. Nos hemos acostumbrado a que las piezas de vídeoarte sean “ocurrencias”, apenas ideas ingeniosas que inciden en nuestra conciencia de forma superficial. Esta pieza reivindica el gran papel del vídeoarte en el arte actual. En dos pantallas se proyectan, sucesivamente, las dos partes de la pieza: día y noche, en un ciclo que empieza en el amanecer y acaba en la noche cerrada. El escenario es el memorial que Oteiza (estela) y Vallet (capilla) realizaron para Aita Donosti en el monte Agiño (Lesaka). Hasta ahí todo normal. Lo asombroso es cómo Erice lo filma. Cómo lo convierte en vida.

 

Desde las primeras imágenes -y muy por encima de la sacralidad que Viola es capaz de imprimir a sus obras- la visualización es una experiencia sensorial, antropológica, sagrada. La cámara se mueve (¿se mueve?) con extrema lentitud plasmando lo que en la naturaleza se mueve. La luz es la protagonista, pero no al estilo de los festivales audiovisuales sino al ritmo de la naturaleza. Como la estela repite las fases de la luna es espléndido. Como la luz se filtra en los vetustos vitrales de la capilla es impresionante. Como las estrellas se desploman sobre el monte es revelador de lo que hemos perdido en el planeta. Pero no es una cuestión de fotografía, de magníficas fotografías. Es una cuestión de antropología. Durante la filmación -pero sobre todo en el amanecer y en la noche- en las horas brujas, el alma se sobrecoge, el suspiro aflora, la melancolía crece. Pero sobretodo el amor inflama.

 

Porque la visualización produce un milagro: la fusión del espectador con la obra. Es imposible separarse, extrañarse de las imágenes. Desde el primer segundo te atrapan y te integran en el espectáculo, te abducen, te subyugan, Nunca había asistido a una situación semejante. Poca música y menos palabras (escritas). El sonido del silencio, el sonido de la noche y del campo. Los dos elementos de producción humana: la estela y la capilla cobran un carácter mítico, filtros de luz cuyo papel es reflejar la naturaleza. El hombre no existe sino como especie. La naturaleza se adueña de la pieza con una solvencia impensable. Parece imposible filmar la naturaleza de forma tan respetuosa y a la vez tan gloriosa. Una experiencia mística. No solo el cielo protector sino también la piedra acogedora, repetidora, sólida.

 

Una lección de vídeo que no se puede soslayar. Erice -maestro de la poesía visual- alcanza aquí cotas impensables. En ausencia de trama, de diálogo, de música invasiva, compone una obra minimalista y a la vez plena. La comunicación con el espectador es comunión. Sinceramente nunca volveré a ser el mismo ante una pieza de vídeo. Porque el vídeoarte es cine puro, despojado de cualquier alharaca, adorno, concesión. El vídeoarte es espíritu de cine, ese espíritu que revoloteabe sobre su colmena. ¡Gracias!

 

El desgarrado. Agosto 2020.




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