» 22-10-2020 |
Vuelve el Quijote Sorkin con una nueva obra épica en la que trata de devolvernos la fe en las instituciones políticas y en el género humano rememorando el juicio vergonzoso que en el mítico 1968 se produjo en Chicago contra 7 + 1 activistas contra la guerra del Vietnam justo en el relevo de Johnson por Nixon y con el consiguiente giro a la derecha que conlleva todo de Demócratas por Republicanos. Sabemos como acabó aquella administración Nixon (el Watergate) que hizo gala de todo tipo de marrullerías, trampas y delitos de los que no escapa, en este caso, la negación de abogado para el black panther, el asesinato de Hampton, la manipulación del juicio por el juez, el manejo de la policía como policía política, el amaño del jurado (en su composición y en su presencia), etc.
No siempre las películas de denuncia de los fallos de USA llegan tan lejos. Casi siempre es la lucha del ciudadano contra el sistema pero sin que el sistema quede reflejado sino como defectos de los individuos y no como fallos institucionales cuyo arreglo no se soluciona con la sustitución de cromos. Aquí se desvela con crudeza la estrategia de unas instituciones que manipulan a los ciudadanos desde fuera de la ley. Evidentemente los buenos son los activistas y en una estrategia inversa los vemos como malos, para que poco a poco se vayan convirtiendo en buenos, lo que no obvia para que se denuncien su capillismo y su cerrazón en sus ideas particulares sin implicarse en políticas conjuntas de amplias miras. Pero la verdad es que solo les falta besarse. ¡El quijotismo de Sorkin es inevitable como ya alabamos en otro blog!
Como siempre, la factura de la película es impecable y la tensión (sabiendo como sabemos el veredicto) magnífica. La actuación del juez responde a eso que hemos denunciado una y otra vez: los modos absolutistas dentro de las democracias. No tiene sentido que una institución que es pilar de la democracia se rija por unos estatutos que pertenecen a la monarquía absoluta. De forma despótica el juez impone la ley de “su” sala a base de imputaciones de desacato que en el caso del abogado defensor alcanzan las 24. La denuncia de la parcialidad del juez lo convierte en el objetivo de las críticas de Sorkin, a las que siguen las de la policía y en último lugar, la fiscalía que queda redimida por la testificación del anterior fiscal general, aunque al principio de la película, el fiscal general actual nos da la medida exacta de la prepotencia y el nepotismo. ¿Un mensaje de esperanza? En todo caso una constatación de que las personas son determinantes en los cargos.
Sorkin mantiene siempre ese equilibrio entre lo sentimental y lo cognitivo que raramente cae en lo lacrimógeno, pero que consigue que siempre nuestra conciencia democrática (justa, solidaria, altruista…) salga reforzada. Debemos celebrar que haya personas como él, que creen en las instituciones y que las defiende sin por ello cejar en la crítica porque lo cortés no quita lo valiente. Las instituciones nunca será perfectas (¡ni mucho menos!) porque la dominación es el atajo más utilizado. Pero las imperfecciones no las invalidan, sirven, gracias a ciudadanos como Sorkin, para que se perfeccionen. ¿No os lo creéis, verdad? Yo tampoco, pero de escépticos no vive la democracia. Aunque también podemos entender que lo único salvable es el individuo, el ciudadano. La democracia vive de gente como Sorkin. ¡Un respeto!
El desgarrado. Octubre 2020.