» 19-06-2022

Visto y oído 68. “La vida de Adele” revisitada.

Escribí sobre esta película hace tiempo (Visto y oido 3. La vie d’Adele) Y cómo no! me hice eco tanto de las explícitas escenas de sexo (filmadas con genitales falsos… o eso dijeron) como de las abusivas condiciones de trabajo de una película que triplicó su tiempo de producción y su presupuesto debido a la exigencia de Abdelatif Kechiche en obtener unos resultados que la convirtieron en una película premiada y ensalzada por la crítica. Pues parece que toda la trifulca ha dado su fruto pues vi ayer la película en TCM y todas las escenas de sexo explícito han desaparecido. Ignoro si ha sido por sentencia judicial o por que la productora ya había multiplicado por cinco su inversión inicial y no hacía falta más promoción escandalosa. En un caso o en otro la película no es la misma hasta el punto que solo durante un segundo se ve un genital femenino y su relación efectiva con alguna de las dos actrices. ¿Un cameo?

 

La película no se resiente de esa falta de sexo explícito pues es una historia consistente acerca del descubrimiento de su sexualidad de una joven escolar de 17 años y la cruda realidad de que en todas partes cuecen habas. Pero la ausencia del escándalo (y del foco de la atención puesto al margen de la historia) hace que la lectura de la película varíe ligeramente. La película pierde formalismo (el sexo explícito) -que bien podríamos llamar efectos especiales- lo que hace que el auténtico formalismo del film -que ahora comentaremos- se convierta en el eje vertebrador. Porque el formalismo de la película (despojada de su escándalo) es de un didactismo ñoño. La película se narra mediante una serie de cuadros (bastante autónomos y precisos: solo se cuenta, lo que se quiere contar, lo que se consigue con unos primeros planos brutales que dejan de ser un recurso narrativo para convertirse en una declaración de principios, una concisión de la historia que pierde el contexto de vista, y un sonido ambiente invasivo que desplaza la música a un segundo plano e incluso se superpone a las voces de las protagonistas (sobre todo en la primera parte). En cualquier caso soplaban vientos de cambio.

 

Como siempre, hablo de oídas -internet no se hace eco de esta segunda versión ni de sus causas- por lo que todo lo que digo son suposiciones, pero también hay realidades insoslayables: la actuación de Adele es soberbia (Quizás moquea demasiado), una de las mejores actuaciones femeninas de todos los tiempos (perfección a la que, ni de coña, se acerca la segunda protagonista- naturalmente, prescindiendo de si Kechiche las torturó, o no, para obtener esos resultados. Segundo: la promoción de la película a través del escándalos sexual le dio una visibilidad incomparable. La crítica se rindió a sus encantos y los festivales la premiaron, lo que hace pensar que había otros valores que el escándalo.  ¿Cómo no pensar que el sexo explícito no fue simplemente el pasaporte hacia el éxito que una vez logrado puede ser expurgado de la película? No sería la primera vez y no será la última. La cuestión es que -despojada del escándalo- la película muestra sus carencias, y especialmente que está dividida en dos historias: la del descubrimiento de una adolescente de su propia sexualidad, y una historia de amor desgraciada (no solo por lésbica) como tantas otras (chica encuentra chica, chica pierde chica y -en este caso- la historia se acaba) cada una de las cuales absolutamente cotidianas, corrientes, anodinas, manidas.

 

No es de extrañar que -ante una historia vulgar- el director y el productor (hoy: los productores) trataran de “mejorarla” con un plus añadido como son los “efectos especiales”, en este caso, el sexo explícito. La historia de productor “malo”, director “bueno”, en la que gana el malo, es suficientemente recurrente como para que nos extrañe. La película que vi ayer es una película que ha renunciado a los “efectos especiales”, a lo espectacular y a lo escándalos (una vez obtenido el reconocimiento del público y de la crítica). ahora pretende el acceso a la excelencia histórica y para ello se moraliza, se deshace del equipaje -necesario- para alcanzar la gloria inmediata. “El último tango en París” vivió un caso parecido. La mantequilla cobró un protagonismo insólito en una una historia de amores estúpidos. Pero se trataba de una gran película, que yo tuve que ver en Francia porque en España se consideraba pornográfica. Resumamos. ¿A quien pertenecen las películas una vez estrenadas? ¿Al productor, al guionista, al director, al público? ¿Qué película es “La vie d’Adele” La del sexo explícito o la expurgada que vi ayer? Ambas son en definitiva la misma película pero por otra parte, no lo son.

 

Para quien piensa que el cine es exclusivamente entretenimiento, que ven una sola vez la película, que se cuelgan de la historia (el tema), que adoran los efectos especiales, probablemente habría que engañarlos con el sexo explícito para que vieran la película. Para los que pensamos que el cine es cultura, que las películas hay que verlas muchas veces (¡se imagina ver un cuadro una sola vez… y está quieto!), que no todo es guión, el escándalo es accesorio, pues tras la primera visión asombrada vendrán otras que llegarán al fondo de la cuestión, al meollo. Y con esto no quiero poner en tela de juicio la legitimidad de los que buscan en el cine puro entretenimiento. Con sexo o sin él la película es una gran película. Pero con sexo explícito, es además historia viva del cine, expresión de una época, antropología, superación de la narración (como desearían Flaubert, Wolf, Conrad, Joyce, Artaud, Beckett. Hoy, cuando los productores han barrido del mapa a los directores, donde los diseñadores de series son los amos, donde Eco puede escribir una novela desde presupuestos teóricos, donde el análisis de la audiencia es la norma para diseñar la producción (fascismo/populismo de la audiencia), en ese mundo ambas películas son necesarias: la primera para impactar, la segunda para convencer. ¡Y todos contentos!

 

El desgarrado. Junio 2022.

 

 




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